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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Camaleones políticos

12 de abril de 2018 - 00:00

Nací hincha del Aucas, algo muy raro, pues en el barrio de San Blas, la zona de la Plaza del Teatro era del Deportivo Quito. Pero hace 40 años me radiqué en Guayaquil y me hice azul eléctrico y fiel seguidor del Emelec, lo cual fue una muy grave transición que se la debo a mi media naranja. Uno nace de un equipo de fútbol y seguramente morirá siendo del mismo. No interesa quiénes son los jugadores, que al fin del día se cambian de camiseta a cada rato; pero uno siente los colores y con ellos ganas o pierdes, lloras o ríes.

Sin embargo en política no es así; ahí nadie se casa con nadie, y mucho menos si vives de la política. Muy poca gente puede decir que siempre ha votado por el mismo partido. Recuerden lo que muchos decían hace tiempo: “Te odio Abdalá, por hacerme votar por Borja”. Y es así como reacciona la mayor parte de los ciudadanos, y es más frecuente cuando un partido político da un bandazo ideológico o tiene posibilidad de perder una elección, y en algunos casos, como el que estamos viviendo, hay una notoria erosión del poder. Y si esto lo toleramos a nuestros conciudadanos, ¿qué tal con los políticos? La mayor parte de los políticos militantes rebasan las tenues líneas ideológicas y dan “camisetazos” partidistas sin ningún escrúpulo. Su discurso suele aglutinar amores y odios que son incomprensibles para el ser humano común y corriente.

La historia está escrita por los vencedores, lo cual es verdad y frecuentemente condiciona a los periodistas de opinión, redactores, medios de comunicación, historiadores, a recoger la visión particular de quien escribe los hechos. Por eso tengo que remitirme a la historia y mencionar a Joseph Fouché, personaje de la Revolución francesa que se caracterizó por su habilidad en asegurar su propia supervivencia y por alcanzar y mantenerse en el poder a toda costa. Fue un monje que se pasó al lado de los más radicales jacobinos; llegó a diputado de la Convención y pidió la cabeza del rey Luis XVI, hasta ser llamado el “Vengador de Lyon” y convertirse en el más inclemente de los antirrealistas.

Luego de ser exiliado, regresa de la cola de Napoleón Bonaparte, que lo nombra su senador, a quien luego traicionó para facilitar el retorno de la monarquía. Todo un camaleón. Pero me pregunto: ¿Cuántos camaleones tipo Fouché tenemos ahora en la política ecuatoriana? (O)

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