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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Caer en el juego

15 de mayo de 2015 - 00:00

Parece que se están esforzando demasiado. Que cada acusación merece una réplica mayor, que cada ‘meme’ merece su propio trending topic y que cada artículo debe ser descompuesto al punto en que se destruye a pedazos ante la contundencia que buscan demostrar desde Alianza PAIS. Las respuestas son esbozadas de tal manera que nada queda en el escenario, más que una luz titilante y un tipo que ha dejado caer el micrófono.

No es que esté mal que el Gobierno responda a la opinión pública, o a parte de ella. Es que muchas veces está respondiendo cosas que no debe. Es decir, está respondiendo mal. Mal en sustancia, pero también mal en relevancia. Y es una dinámica que ha convertido al aparato estatal en una serie de reacciones con una desgastada capacidad propositiva.   

Está ese spot donde buscan apropiarse del significado de ‘dictadura’. Es un intento de transformar la noción en un ejercicio personal de virtud: “Si esto es una dictadura, es porque el corazón lo está dictando”. Es también un recuento del tipo de revolución que tenemos, que no es dictadura, pero si fuera dictadura sería la del “amor, del pueblo, patria y revolución“.

Pero el Ecuador sigue bastante lejos de ser esa utopía marxista de la dictadura del proletariado (pueblo) y sin clases. Y así fuera la ‘dictadura del amor’ seguiría siendo una dictadura. Puede que sean elucubraciones propias, y que no tengan mucho sentido, pero en parte también son producto de un mensaje que no termina de concretarse. Más aún, en una motivación que no termina de hacerse evidente: el problema es que dicen que es una dictadura cuando en realidad no lo es, o que hay un sentido negativo en dictadura que debe ser reconsiderado.

Con esto no quiero decir que no puedo o debe el gobierno responder a las constantes acusaciones de autoritarismo y comportamiento dictatorial. Son, al final del día, acusaciones muy graves. Pero la respuesta debería ser propositiva. Porque, en el gran esquema de las cosas, ¿para qué darle tanta importancia semántica a unas acusaciones que provienen de un grupo que, desde el Gobierno, ha sido constantemente descalificado, ya sea por hipócritas, por corruptos, o por ambos? En cierto punto, se pierde la claridad y la congruencia retórica.

Lo cual también se refleja cuando la asambleísta Aguiñaga busca la reivindicación de la ‘sumisión’. “Seré sumisa una y mil veces cuando se trate de luchar y reivindicar los derechos de la mujer”. “Esta sumisión no significa someterse a ningún mandato, sino responder y defender siempre mis luchas y creencias (…). Sumisión: cuando se trate de defender a la mujer, Sí; sumisión cuando se trate luchar por nuestros derechos, Sí”. El problema es que ser sumiso es ser sometido por la fuerza a la autoridad de otro.

Dada la historia de inequidad de género, inequidad económica y atropellos por parte de la autoridad, matizar sumisión solo porque hay una oposición que la ha tachado de sumisa no resuelve el problema. Lo empeora. Y termina dándole la razón a quienes la acusan de eso cuando la respuesta carece de capacidad de convencimiento.

En algún punto deberemos preguntarnos para quién en realidad está dirigido esto y qué relevancia se le da a un caótico mar de información. Todo parece vivir y multiplicarse en las redes y el Gobierno está cayendo en ese juego absurdo. En el proceso, se desgasta. También pierde. (O)

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