Desde hace años, varios reportes de prensa hablaban de lo que a periodistas les había tomado días y meses de investigación: los bombazos, secuestros, atentados y asesinatos por parte de cuerpos armados irregulares colombianos. Miembros de fundaciones y de la Iglesia, voluntarios y diversos profesionales habían experimentado lo que para las grandes urbes es novedad: la violencia enseñoreada en las zonas de frontera.
Comprender el fenómeno desde distintas perspectivas es una tarea en la que los que amamos la paz debemos invertir esfuerzos para no quedarnos con el sentido común, que reduce la realidad a lugares comunes. El Estado debe cumplir con informar sobre sus responsabilidades y propiciar debates democráticos: son mecanismos que posibilitan la comprensión y la acción.
Frente al secuestro y asesinato de 3 periodistas, los discursos y las acciones oficiales dejan un sabor amargo. En la reciente entrevista concedida por Lenín Moreno al periodista Fernando del Rincón –quien había recibido preguntas de los familiares de las víctimas- brillaron la elusión y los clichés. ¿Por qué no se buscó expertos en secuestros? ¿Por qué el Estado no delegó la mediación? ¿Quiénes fueron los responsables de las conversaciones? ¿Por qué no actuó el Ministerio de Defensa? El Presidente sustentó el accionar del Estado con argumentos tan débiles como la emotividad de los ecuatorianos, los errores de buena fe, lo delicado de la situación, etc.
Mientras en varias ciudades, miles de ciudadanos han protagonizado marchas polifónicas para manifestar su solidaridad con las víctimas de la violencia y para clamar por la paz, no han dejado de darse otras manifestaciones convocadas por el oficialismo. Tarimas, altoparlantes a un volumen desquiciado, animadores de ocasión turnándose con el folclor latinoamericano, motos y autos policiales presidiendo el desfile de sospechosas multitudes disfrazadas de blanco y globos. Como si nada hubiera ocurrido, como si no estuviéramos desangrándonos. (O)
