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El Telégrafo
 Atilio Borón

Los errores del “izquierdismo”

26 de septiembre de 2018 - 00:00

El domingo 7 de octubre tendrá lugar la primera vuelta en las elecciones presidenciales del Brasil. Todo parecería indicar que el ultraderechista Jair Bolsonaro prevalecería en esa instancia, pero sería derrotado en el ballottage por Fernando Haddad, quien fuera elegido como candidato a la vicepresidencia por Lula y quien luego conformó una fórmula con Manuela d’Avila, del PCdoB. 

 Ante ello surge la pregunta: ¿cuál debe ser la postura de la izquierda ante un ballottage entre una fuerza reaccionaria, xenófoba, fascista y otra que representa una alternativa que sin ser radical significa un movimiento en una dirección moderada de socialismo? Ya en el pasado esta opción atribuló a las fuerzas de izquierda en Brasil, cuando debiendo elegir entre la candidatura derechista de Aécio Neves y la de Dilma Rouseff, optaron por la neutralidad. Poco después lo mismo acontecería en Argentina, cuando las alternativas eran Mauricio Macri y Daniel Scioli. Y de nueva cuenta, la ultraizquierda eligió el camino autocomplaciente de la pureza dogmática y el descompromiso con las demandas y las necesidades de la clase trabajadora y decretó, como antes en Brasil, que “ambos eran lo mismo”. Pero ni Dilma era Aécio ni Scioli era Macri, y los sectores populares con sus renovados sufrimientos y privaciones están experimentando, de forma salvaje, las diferencias entre unos y otros, negadas por el infantilismo izquierdista y su visión abstracta de la política. Es que para una lectura talmúdica y antidialéctica del marxismo, tanto Macri como Scioli, o Aécio y Dilma, eran políticos burgueses y por lo tanto “daba lo mismo el triunfo de uno u otro”. Franklin D. Roosevelt y Adolf Hitler eran políticos burgueses, como hoy lo son Donald Trump y Bernie Sanders. Pero, ¿fueron,  lo mismo? ¡De ninguna manera! Y no se hace política con abstracciones de este tipo. Pero la vida real pasa por otro lado. La eficacia de la acción política se encuentra en el arte de navegar en un mar de sutiles matices y contradicciones, nunca en el diáfano lago de las categorías abstractas, siempre “claras y distintas” como quería Descartes. En su radicalismo  la ultraizquierda se desnuda como tributaria de una visión de la política propia del liberalismo, que concibe a la historia como el despliegue de los “grandes líderes” y desecha por completo el entramado de fuerzas sociales en pugna, mismo que, como se comprueba en el caso de la Argentina, establece límites a lo que sus jefes pueden hacer. (O)  

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