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El Telégrafo

Bienaventurados

03 de julio de 2011 - 00:00

Bienaventurado quien lleva el pan a su hogar con el fruto honesto de su trabajo; aquel que alimenta, viste y educa a sus hijos con dinero ganado dignamente; aquel que ve el progreso con su esfuerzo; aquel que de lo que tiene, sea mucho o poco, siempre está dispuesto a compartir con el necesitado; aquel que puede pararse frente a los demás sosteniendo la mirada porque todo lo que posee es bien habido; aquel que da importancia a la verdad, a la justicia y a la honestidad antes que a la riqueza material; aquel que se regocija de cada obra bien realizada y se empeña en hacer su trabajo cada día mejor.

Bienaventurado aquel que no ha perdido la capacidad de indignarse ante la injusticia ni de entristecerse por el dolor ajeno; aquel que no envidia las riquezas, pero tampoco es indiferente ante las fortunas deshonestas; aquel que lucha con rectitud, pese a estar en desventaja frente a los corruptos, y no se junta con el malo para cometer fraude; bienaventurado aquel que no miente para quedar bien, sacar ventaja u ocultar un vicio  ni justifica la maldad o la irresponsabilidad; aquel que, para cumplir las leyes de Dios y las del hombre, no tiene que estar vigilado ni en público, pues tiene conciencia de estar ante Dios en todo momento.

Bienaventurado aquel que tanto frente al opulento y poderoso como ante el pobre y humilde es el mismo, porque considera a uno y otro por igual; aquel que muestra respeto por el niño y por el anciano; aquel que entra a la choza del mendigo y a la mansión del rico con igual ánimo, pues no se siente superior ni inferior a nadie.

Bienaventurado aquel que no tiene que fingir amor ni bondad, porque ya están en su naturaleza; aquel que no adula a su jefe, empleador o autoridad para recibir prebendas, pero tampoco acepta lisonjas de nadie; aquel que busca servir y no servirse de los demás; aquel que sueña con un mundo donde todos vivan dignamente y en paz, por eso actúa con amabilidad y tolerancia poniendo su ejemplo; bienaventurado aquel que no es esclavo de vicios ni tiene que embriagar su mente y organismo con sustancia alguna para tener un momento de placer u olvidar su miseria.

Mas, ¡ay de quienes viven en contra de la verdad, la honestidad y el bien!, porque podrán fingir y engañar a sus semejantes, pero nada de lo que hagan o dejen de hacer quedará sin ser juzgado por aquel que pesa los corazones y ve nuestras almas con transparencia. Por eso, bienaventurados los que escuchan la exhortación, la disciernen y practican, agradando a Dios.

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