Con ocasión de la celebración de los 487 años de fundación española de San Francisco de Quito, los vecinos deben reflexionar sobre el presente y futuro de la capital ecuatoriana.
En la última década, la calidad de vida de los quiteños se ha deteriorado y la ciudad se vino a menos.
Para los ciudadanos su ciudad es insegura; el transporte público no abastece la demanda y la eficacia de su servicio es cuestionada; las administraciones municipales han sido señaladas por actos de corrupción, al punto que, el último alcalde fue cesado de sus funciones y enfrenta juicios por sospechas de mal uso de fondos públicos, y hay otros males que también agobian a los vecinos.
La ciudad es desordenada, ha crecido sin una planificación adecuada, hay nudos críticos en sus calles y avenidas, llenas de vehículos, los peatones son violentados, las construcciones no cumplen con las normas, los vendedores ambulantes se adueñaron de los espacios públicos. Nadie sabe cuándo va a funcionar el Metro.
La ciudad no cuenta con un plan urbano. Alguien conoce ¿qué ciudad anhelan los quiteños?
Hasta hace pocos lustros, los ediles fueron personajes importantes por su trabajo por el bienestar de la urbe. Hoy, en su mayoría, son desconocidos, poco útiles para el desarrollo positivo de Quito.
Los ciudadanos, también, tienen su responsabilidad en la realidad actual de la ciudad. Sin embargo, las autoridades no han resuelto los problemas de la población, sus intereses y los de los grupos del poder de turno, han sido prioritarios.
En democracia, los electores tienen la última palabra. Son suficientes las malas experiencias electorales, deben recapacitar muy bien su voto para elegir a la persona idónea que conozca la ciudad, sea honesto comprobado, que sea capaz de respetar la ley y hacerla respetar para imponer el orden en la administración municipal y en todo el Distrito Metropolitano. Una persona que tenga la capacidad de liderar un equipo técnico-político que le acompañe en el rescate de Quito.
¡Basta de experimentos!
