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El Telégrafo
José Velásquez

Baltasar el mago

22 de octubre de 2018 - 00:00

Todos los años, cientos de actores cabalgan disfrazados por las calles de España emulando la llegada de los Reyes Magos. Baltasar es el preferido porque, entre otras cosas, dicen que puede leer la mente y así entregar los regalos que todos esperan. Es un montaje similar al que hacemos de este lado del Atlántico con Papá Noel.

Pero como la fantasía no conoce límite, aquí recibimos ya a un segundo Baltasar, menos mago y no tan rey, y con una puesta en escena apurada para anunciarnos la no venida de un redentor caído. Hubo una época en la que Baltasar Garzón sí era el favorito. Cuando era juez en la Audiencia Nacional, dispuso la sorpresiva detención del exdictador chileno Augusto Pinochet por crímenes contra la humanidad. Los defensores de los derechos humanos aplaudían de pie. Pinochet, ya estaba fuera del poder, y había viajado a Londres a tratarse una dolencia de la espalda. Garzón, actuando apoyado por el principio de Jurisdicción Universal, ordenó su arresto y la justicia británica acogió el pedido. Pinochet se mantuvo en arresto domiciliario 503 días hasta que el ministerio del interior dispuso que no podía ser extraditado a España por su endeble estado de salud y regresó a Chile. La cruzada de Garzón se había estrellado contra el muro de la política, pero su leyenda se regó por todo el planeta. Su nombre cotizaba alto. Se lo consideraba valiente, autorizado y un paladín de la defensa de los derechos y las libertades. Muchos creen que con el tiempo se radicalizó. Yo más bien creo que se quijotizó y terminó a los tumbos contra los molinos de viento. Eventualmente, su pedestal se fue haciendo resbaladizo y en 2012 fue expulsado de la carrera judicial por prevaricar en un caso de corrupción. Pasó de juez a abogado activista, patrono de las causas perdidas como San Judas Tadeo. Por ejemplo, hoy lidera una iniciativa para que se le conceda un premio Nobel de Literatura póstumo al poeta Federico García Lorca, asesinado a los 38 años. Los estatutos de los premios Nobel no permiten un reconocimiento de este tipo, pero Garzón insiste. Y así arribamos al caso Assange, a quien dice que defiende de manera gratuita por tratarse de un supuesto caso de libertad de prensa y del derecho a la información. Su sola presencia en el equipo de abogados me hace sospechar que el enfermo está más grave de lo que dicen y que el fundador de WikiLeaks tiene escasas opciones.  Pero Baltasar quizás sí cree que es un poco mago, y que Assange es un poco rey. La cabalgata es larga: ya llevan seis años juntos, sin llegar a ningún lado. (O)

 

 

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