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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Aventuras urbanas en la crisis política

09 de agosto de 2017 - 00:00

Como diría el resucitado de la política ecuatoriana: “¿Y ahora?”. Porque gran parte de la población, no importa si a favor, en contra o todo lo contrario, en este momento se encuentra desconcertada. Los procesos y valores que se vivieron como ciertos para un grupo resulta que ahora ya no existen, han sido pisoteados y entregados al mejor postor de un modo que, ante todo, se ha caracterizado por su celeridad. Los fantasmas y ‘cucos’ con los que otros construyeron su bandera de lucha resulta que no existen.

Existen otras fantasmas de los que tal vez no sea conveniente hablar aquí, por el momento al menos. Pero, mientras en las altas esferas se reedita el zafarrancho de las diversas pugnas, ¿qué nos queda a los ciudadanos de a pie, a la gente de la calle, a los que de buena fe creímos en un proceso y votamos por él, a los que de buena fe no creyeron en ese proceso y votaron en contra sin atrincherarse en el odio?

Es triste mirar cómo un tiempo de estabilidad y organización comienza a derrumbarse y descascararse ante nuestros ojos, atónitos e impotentes. Es triste también ver cómo unos y otros ignoran los recursos y procedimientos propios para zanjar este tipo de situaciones y se enredan en la verborrea personalizada por la que nuestra política se caracterizó durante la mayor parte de su historia.

Mientras tanto, la gente sigue cruzando la calle desaprensivamente en las paradas de ‘trole’ o de bus articulado. Continuamos ostentando un terrible y deshonroso lugar entre los primeros sitios de muertes y discapacidades a causa de accidentes de tránsito producidos por la impericia y la desaprensión de conductores y peatones. La viveza criolla campea aun en situaciones tan elementales como la de hacer una cola en un banco o para cualquier otro servicio. Las calles se llenan de perros callejeros que tarde o temprano serán atropellados o maltratados y hasta eliminados en formas no necesariamente exentas de crueldad. La basura se acumula fuera de los contenedores. Y así.

Tal vez, mientras los encargados del poder forcejean con sus pequeñas cuotas de miseria humana, a los ciudadanos de la calle, que bregamos día a día por la supervivencia digna y la búsqueda de la felicidad, solo nos quede aprender a ser mejores en lo nuestro, ignorar el zafarrancho de turno, casi olvidado y reeditado hasta el cansancio en menos de tres meses, y aprender a incidir en lo que de nosotros depende: el bien común. Nuestro respeto a la vida humana y su dignidad en el entorno más cercano. La transparencia y la lealtad en nuestras actitudes cotidianas. La veracidad, el amor verdadero por lo que es nuestro, el respeto a la naturaleza y todas sus manifestaciones vitales.

Y allá ellos, que se maten, si les place. (O)

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