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El Telégrafo

Assange, ¿hasta cuándo?

27 de junio de 2012 - 00:00

Hasta ahora hay un sola certeza: Julian Assange es ya un símbolo de lo que produce la humanidad cuando se concentran todas las tensiones. Y la primera década de este siglo acumula muchas. Aceptémoslo: no  es un revolucionario en términos clásicos, y mucho menos  un líder carismático de una organización partidista con afanes de poder político.

Lo que hizo pone un antes y un después en la historia de la humanidad: desacralizó  la diplomacia mundial y violentó un sistema “sacrosanto” que ocultó la estrategia y acciones de crímenes de lesa humanidad, sin descontar los “operativos” políticos que definían políticas locales, aparentemente tomadas por gobiernos “soberanos”.

Con la revelación de los WikiLeaks deshizo muchos nudos de grandes acontecimientos sin explicación “oficial”. De paso, al desafiar al poder más poderoso, sin echar un tiro ni usar explosivos, reveló las debilidades de ese poderío, que son propias de su agresividad y arrogancia.

No fue necesario imitar a James Bond y mucho menos eliminar a sus obstáculos humanos o físicos. Hizo lo que muchos periodistas sueñan/soñamos toda la vida: revelar, poner en escena, demostrar, abrir, transparentar y publicar lo que se hace en esos espacios vetados a toda cámara o grabación.

Ahora bien, ubicado en ese sitio de la historia, visto en la perspectiva de su trascendencia, obligado a mirar más allá de sí mismo y sujeto a las presiones y tensiones de los poderes mundiales, Julian Assange ya hizo lo que quiso y debe afrontar políticamente el destino de esa condición histórica. Como dice el ensayista y novelista colombiano William Ospina: “Toda autenticidad es considerada una penuria”.

No hay que olvidar que los Estados, en naciones como EE.UU. o Gran Bretaña, no son más que los aparatos “públicos” de negocios particulares que deben ser protegidos por una institucionalidad legitimada (como ocurre con toda la diplomacia).

De ahí que es justo, obligatorio y humano otorgarle el asilo político. Por encima de las consideraciones políticas domésticas, desde las cuales juzgan mezquinamente algunos políticos y actores mediáticos, el Ecuador trascenderá históricamente si lo hace.

Y sobre todo si justifica para esa acción lo que en el fondo y forma plantea nuestra propia Constitución, en su prólogo.

La historia colocó a Assange y a Ecuador en este acontecimiento. No hay casualidades. Y del epílogo de este acontecimiento se desatará mucha historia y una pedagogía política vital.

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