El 2020 fue un año difícil, muchos perdieron a sus seres queridos, otros lograron vencer el virus y hubo quienes se refugiaron en casa para abrazar a los suyos.
El miedo nos obligó al encierro y la necesidad nos hizo volver al trabajo, a la calle y ver la forma de sostener a la familia.
El confinamiento afectó la economía, las empresas cerraron, otros se reinventaron, algunos trabajadores fueron despedidos por quiebras o por la voluntad de sus empleadores.
Sin embargo, mientras la economía mundial se contrae en un 5%, y la Organización Internacional del Trabajo prevé la perdida de 25 millones de empleos, otros negocios han crecido exhorbitantemente. T-Mobile, Tesla, Amazon, Apple, Microsotf son marcas que incrementaron sus ganacias, amasando sus grandes fortunas.
En cambio las pequeñas y medianas empresas han sido las más golpeadas, su riesgo de quiebra es alto y perdieron plazas de trabajo, lo que incide en la recaudación tributaria y afecta a las finanzas públicas.
Lo cierto es que en un mundo bastante injusto la clase media asume el peso de la crisis, se esfuerza por mantenerse a flote y las grandes empresas siguen intocadas pues los que nunca pierden, no han dejado de cobrar créditos, tarjetas y facturar altos intereses.
El 2020 develó los desequilibrios, la gran brecha entre ricos y pobres; pero también nos dice que posible construir modelos de convivencia con justicia social y equidad, pues los países que mejor enfrentaron la pandemia han sido aquellos con sólidos estados de bienestar, con sistemas de salud pública eficientes y de acceso universal pues ésta es un derecho humano y no negocio de pocos.
Una vez más, esta difícil hora de la humanidad nos recuerda que somos artífices de cada pieza de nuestra historia, pues como lo repasa Amado Nervo “muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida (…) porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino”. Que en el 2021 seamos capaces de constrir un país mejor.
