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El Telégrafo
Fausto Segovia

La argumentación, la clave

01 de julio de 2020 - 00:00

Publicar un artículo semanal en un medio tan importante como El Telégrafo es un privilegio. Significa reflexionar y comunicar mensajes a un público ávido de certezas y visiones que lleven a la sociedad a puertos seguros. Y a veces a nuevos interrogantes.

Este maravilloso oficio tiene validez en la medida que el público no solo lee sino comenta, acepta o disiente los puntos de vista del opinólogo, que hace las veces de escriba, filósofo o faro, desde donde observa la realidad que no todos ven, sienten o piensan.

En esa perspectiva es positivo recibir puntos de vista discordantes sobre temas de interés público. La razón es obvia: hay tantas opiniones como personas. Pero no todas tienen el talante de la lógica o de la argumentación causa-efecto, y algunas se deslizan por la línea de los vericuetos lingüísticos o el insulto que, en cierto modo, enrarecen esta atmósfera de pluralismo y apertura que debe primar en una sociedad democrática.

Los jesuitas enseñaron por siglos el discernimiento; es decir, la capacidad de pensar y obrar con la Lógica formal. No bastan los silogismos, es verdad; la realidad es compleja y las miradas distintas. Y ahí está un punto clave: reconocer que somos diferentes, pensamos, sentimos y reaccionamos de manera diferente, e incluso nos colocamos en la oposición. Y está bien: lo importante es que somos iguales –ontológicamente- y diferentes, cada uno con su propia historia y proyecto de vida.

Otro eje es la argumentación. Los griegos nos dieron maravillosas lecciones para aprender, sobre la base de juicios, principios, comparaciones y clasificaciones que hicieron posible la “comprensión” de la vida, desde los conceptos básicos de Tierra, Fuego, Aire y Agua, que dieron paso a los “cuatro humores”, fundamentos de la psicología o ciencia del comportamiento universal.

Por lo visto, el lenguaje tiene directa relación con la filosofía –la ciencia de las ciencias-, y esta con la Lógica –que ayuda a argumentar las ideas-, y la psicología –que intenta esclarecer los comportamientos humanos-. Estas líneas, por lo tanto, reconocen el disenso lúcido, argumentado, y minimizan la lisonja que, aunque agradable, puede envanecer los espíritus. (O)

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