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El Telégrafo
Eduardo Fabregat

Lo que define a las distintas

18 de agosto de 2018 - 00:00

“Respect”. Fue el nombre del primer hitazo, el inicio de la etapa más brillante y creativa de Aretha Franklin, sus años en la legendaria casa Atlantic de Ahmet Ertegün. Ya la había grabado Otis Redding -ese otro monstruo-, pero en 1967 Aretha hizo coincidir su increíble voz, su poder de interpretación y el calor de los tiempos para fijar, de una vez y para siempre, un símbolo. En Estados Unidos se incubaba una agitación social impensada en la década anterior, y no solo porque empezaba a quedar claro que Vietnam no sería un paseo. En octubre de 1966, Bobby Seale y Huey Newton habían fundado el Black Panther Party, que levantaba un puño aguerrido contra la segregación racial que aún era moneda corriente. Nada casualmente, el primer disco de Franklin para Atlantic cerraba con “A Change is Gonna Come”, la canción que Sam Cooke escribió cuando le negaron la entrada a un hotel “solo para blancos” de Louisiana. Y aún dentro del mismo movimiento había cosas que discutir: ese álbum tenía el romántico título de I Never Loved a Man the Way I Love You, pero “Respect” no era una declaración de amor sino una exigencia de respeto a la mujer.

En los años y las canciones eternas que siguieron, el término cobró su otro significado, el que se aplica a la enorme, la inolvidable, la inmortal Aretha Louise Franklin. Sí, no parece muy apropiado hablar de inmortalidad en el momento en que el mundo lamenta su partida, pero es lo que queda cuando se van los gigantes, y con ella se va quizá la última gran representante de una era que dio músicas cuya influencia se extiende hasta hoy. Aretha llegó bastante después que Ella Fitzgerald y Billie Holiday, pero es imposible no asociarlas, no fijar en ellas una definición de las cantantes que lo dejan todo frente al micrófono, que alcanzan cumbres reservadas a solo un puñadito, que tuvieron que librar una doble lucha, por minas y por negras.

Aretha emociona. Aretha hace algo más que provocar vibración en los parlantes. Aretha no interpreta canciones, las llena de vida. Las comparaciones son odiosas, OK, pero basta escuchar “I Say a Little Prayer” por Dionne Warwick y por Aretha, o “Son of a Preacher Man” por Dusty Springfield y por Aretha para entender qué define a las distintas. No se desmerece a nadie: ocurre que Franklin era demasiado. Y entonces, cada vez que suene su voz, cada vez que se rescate una canción, en cada momento que se recuerde a la artista enorme que partió en agosto de 2018, surgirá la misma palabra, grabada en mármol, en bronce, a fuego, hace 51 años. (O)

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