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El Telégrafo
Íñigo Salvador Crespo

Arcilla labrada

22 de abril de 2018 - 00:00

Recuerdo la fecha –23 de abril– pero no el año. También recuerdo el lugar: Barcelona. Es el día de San Jordi, patrono de la ciudad condal, cuando se conmemoran también los natalicios de Cervantes y Shakespeare. Las amplias aceras del centro de la ciudad están llenas de tenderetes en que se venden libros de toda edad y se regalan rosas rojas.

Camino por una de esas anchas avenidas que atraviesan la ciudad y la inundan de luz aún en un día de primavera gris.  Es aún temprano y nadie llega todavía al kiosco en que diviso un anciano sentado; solo una mujer le acompaña (asumo que una vendedora).

Le reconozco en seguida. Cabello blanco con entradas profundas, frente amplia de ceño abultado y cejas espesas, labio inferior ligeramente colgante y plegado en una sonrisa mínima y fija.  Y sus ojos, tal vez azules (más bien grises), que intentan ver a través de una “terca neblina luminosa”.  Sus manos nudosas sostienen un bastón.  En conjunto, se me antoja un niño viejo. 

No me atrevo a hablarle. ¿Qué podría decirle yo que sonara medianamente digno, sin caer en las trivialidades del estilo de “maestro, vengo del Ecuador y soy un gran admirador de su obra”?  Prefiero mirarle en silencio. 

El viejo presiente que estoy ahí y mueve la cabeza orientando sus oídos hacia las palabras que nunca le dirigiré. Yo solo le miro, en contemplación casi religiosa. Y, abriendo al azar el libro recién salido de las prensas y que se promociona en esos días, leo para mí: “El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo.  Interminablemente”.  Algo me dice que el viejo sabe que mis ojos se han posado precisamente sobre aquellos versos.

Compro el libro y, aunque muero por hacerlo, considero un sacrilegio pedirle un autógrafo.  (Trato de justificarme repitiéndome que quizás él ni siquiera podría escribirlo). Finalmente me alejo con mi ejemplar de Los conjurados con la portadilla en blanco.

Esa noche, en el hotel, comenzaré a escribir mi “Lista de las cosas que siempre lamentaré no haber hecho”.

¡Ah, lo recuerdo ahora! El año es 1985. (O)   

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