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El Telégrafo
Victoria Ginzberg

El árbol de violeta

24 de octubre de 2018 - 00:00

Un collar en el cuello como despedida. Las palabras finales perdidas para siempre en el tiempo. La incertidumbre. Un olor. Una foto. La sangre, los ojos, la nariz. La historia. Una casa nueva. El miedo. El silencio. El amor. Nuevos olores, nuevas sonrisas, nuevos ojos, sangre nueva. ¿Qué es la identidad? Violeta tiene 8 años y tiene que armar el “árbol familiar” para la escuela.

La tarea nos obliga a pensar en los vínculos, tan rotos y vueltos a armar, tan fuertes y reforzados también, tan atravesados por el terrorismo de Estado. ¿Qué es la identidad? Violeta cuenta que su bisabuelo y su bisabuela eran ucranianos aunque en sus documentos dicen polaco y polaca. Muestra la libreta de casamiento de mis padres, que hemos aportado junto con el certificado de llegada de la bisabuela –la baba Rima– a América y un cartel con las fotos de los desaparecidos de la familia que pertenecía a la otra bisabuela, a Laura.

En el librito rojo está inscrito mi nacimiento y también el de mi primo Hugo, que hubiera crecido como mi hermano si después de matar a sus padres cuando era un bebé y no tenía ni siquiera documento los militares no hubieran llegado para secuestrar a los míos. “Vas a marear a los chicos y a la maestra”. “No te preocupes que yo lo cuento hace más de 40 años y tampoco lo entienden mucho”, le digo a mi hija. Violeta no se asusta y tampoco acepta sugerencias para simplificar su exposición oral. Sale de la escuela feliz. “Me aplaudieron dos veces”.

La identidad. Esos pedazos de historia. Sartre dijo que habremos de ser lo que hagamos con aquello que hicieron de nosotros. Vínculos que se construyen. O reconstruyen. O destruyen. Pregúntenles a esas mujeres y esos hombres hijos de represores que formaron el colectivo de Historias Desobedientes.

Buceamos en fotos y documentos. Reconstruimos una historia hasta ahora borrosa sobre la llegada de la baba Rima a la Argentina. No vino escapando de la hambruna ni de la pobreza. Tenía 20 años, era militante comunista y la metieron presa en su pueblo. Su papá consiguió sacarla y la subió a un barco. Atravesó el océano para llegar a Tucumán, donde estaban dos de sus hermanos. Llegó en 1938, poco antes de que en Europa su familia fuera aniquilada por los nazis. Su padre la salvó sin saberlo de mucho más de lo que quería salvarla. Y ella lo habrá pensado tantas veces cuando no pudo, aquí, salvar a su hijo. (O)  

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