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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

"Aquí nos conocemos todos"

02 de marzo de 2016 - 00:00

La frase parece fuera de tiempo, aunque está al socaire de otros mejores, tiene ese dejo nostálgico de lo andado y jamás vuelto a transitar; queda para el andarele seco de la memoria racional. Esta fue la locución: “Aquí nos conocemos todos”. Era un joven que discutía sobre no sé qué vainas y pretendía con esa improbable evidencia reforzar sus argumentos mediante la familiaridad del vecindario esmeraldeño.

Buscó a alguien que confirmara la verdad de lo dicho, pero en el bus la gente agradece el anonimato para ocuparse de sus asuntos cotidianos. Este jazzman tiró mente y consideró que el desconocido polemista se empataba con aquellos versos de Antonio Preciado: “Traía el corazón comprometido, atestado de abuelos (y de abuelas, JM)”.

En esta jam-igba (en yoruba), kikao-jam (en swahili), jam-session o bambuquiao-jam, como sugiere Lindberg Valencia, uno de los mejores percusionistas de nuestro país, ese “aquí nos conocemos todos” es historicidad del Abuelo Zenón. Habla el maestro Juan García Salazar conectando con la filosofía zenoniana de la costa pacífica colombo-ecuatoriana: “… muchos ancianos y ancianas insisten en la importancia de sembrar para que la cabeza y el corazón se alimenten”. Nosotros, aun en la individualidad, somos en esencia comunidad, ahí donde vamos la desparramamos, por eso el “aquí nos conocemos todos” es el invocado primo-hermano, tío o hermano (también en vocativo femenino) que nos brota espontáneo.

Las barriadas en la ciudad de Esmeraldas fueron (muchas lo son todavía) de puertas abiertas; de la conversación en la fresca de las cinco de la tarde, del saludo a grito pelado, de la minga de obra y pensamiento y del sentido de pertenencia al conglomerado de territorialidad. Estas líneas no son una forzada jam de la nostalgia, porque sería admitir que toda siembra de sabiduría ancestral habría muerto. Aquello no sucederá jamás hasta que el último guardián, mujer u hombre, de la tradición se extinga. El ‘extinguirse’ es componente pesado del aforismo mandinga referente a las bibliotecas-ancianidad: “cuando un anciano muere sin heredar sabiduría desaparece una largura de historicidad”.  O sea se disipan procesos sociales, conceptos filosóficos, entendimientos políticos, en fin, la propia vida extravía su continuidad de contenidos.

Ese “aquí nos conocemos todos” es improvisar conversación con Ronald Murillo, en la cancha del Folke Anderson, acerca de la quema de Barrio Caliente y la verba del periodista no para hasta que las ánimas benditas de la ex Polverita nos muestran la puerta de salida; encontrar a Capurrito (no me acuerdo el nombre) igualito que en los 60 cuando era un infatigable puntero de la desaparecida cancha del ‘Maracaná’; saber por Carlitos Cañola que él fue uno de los primeros futbolistas esmeraldeños que emigró al profesionalismo guayasense; o conocer por César Hernández (sus amigos bromean con otro apelativo) de la pretensión burguesa de los ‘negros-usted’. (O)

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