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El Telégrafo

Agonía de una época

14 de junio de 2011 - 00:00

Hemos estado viviendo una ilusión: creer que los medios privados y comerciales, cuestión sinónima, iban a proponer una comunicación que eduque y que ayude a profundizar la democracia. Ni lo uno ni lo otro, ese no es su cantar. Están para simplificar las cosas, para reducirlas. Por eso ha resultado una porfía inútil convocarlos para asuntos superiores.

Su gran objetivo, el lucro, la ganancia, explica en gran medida la apuesta editorial que hacen. Ha sido como emitir mensajes en frecuencias distintas esto de proponerles contextualización, responsabilidad previa o ulterior. En la visión que tienen del negocio de la comunicación no hay tiempo para eso, no están para perderlo cuando la acumulación los apremia.

Allá ellos se podría decir. Entonces habría que determinar que el ritmo y la vocación educativa de los medios está en otro lado: en los públicos, los comunitarios, los populares. ¿Cabemos todos? Sí, aunque al principio, como recién estamos en nuestra sociedad, el ruido,  y la perversidad, y la enorme ventaja que han tomado porque muchos años han actuado sin que sea posible la comparación, la discusión, tiende a enrarecer el ambiente.

A pesar de todo, no cabe la impaciencia. Hay que apostar por un Consejo de Regulación, en la Ley de Comunicación, que no cruce esa línea fina, finísima, que separa a la regulación de la censura. Debe ser así, serán siempre preferibles los vacíos e incluso los abusos; lo inaceptable sería callar las voces de las gentes que deben aprender a usarla.

En otros contextos, como los europeos, con medios públicos que precedieron a los privados, es quizá un poco más fácil plantearse esta discusión porque la oferta mediática siempre fue balanceada. Acá vivimos creyendo que mezclar lucro e información era el camino natural. Solo en los recientes años se  ha podido constatar que teníamos derecho a una información plural.

Los medios privados seguirán con sus espacios, defenderán sus negocios. Debemos, eso sí, intentar quitarles ese monopolio que, de paso, se creyó con la potestad de imponer gobiernos y dictar las políticas públicas. Pero eso también es asunto harto complejo, no será fácil porque de todos modos el ambiente luce crispado, es la agonía de una época.

En esas condiciones las tentaciones abundan, la más recurrente sería creer que a un insultador barato y semianalfabeto, que en los medios privados abundan,  les opongamos contrapartidas iguales en las otras formas de comunicación. Las tentaciones son grandes, caer en ellas sería fatal, perderíamos todos.

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