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El Telégrafo
Eduardo Fabregat

Advertencias

03 de abril de 2018 - 00:00

Esta semana, Netflix anunció que los episodios de la segunda temporada de 13 Reasons Why serán precedidos por un clip en el que los actores y actrices de la serie advierten sobre las consecuencias del acoso escolar y a quién se puede recurrir en caso de tener pensamientos cada vez más oscuros, que coqueteen con la idea de quitarse la vida.

La decisión se tomó basada en un estudio que encargó la plataforma de streaming, y que reveló que el 71% de los adolescentes que vieron la triste historia del suicidio de Hannah Baker se sintió identificado con lo que sucedía en pantalla, y que el 50% de los encuestados incluso buscó disculparse con personas a las que ofendieron o hirieron de algún modo u otro en las aulas.

En toda advertencia hay una raíz. Bueno, quizá no en todas: cuando nuestros padres soltaban que si no tomábamos toda la maldita sopa de zapallo iba a venir el hombre de la bolsa lograban asustarnos, pero no tardamos en descubrir que no había tal hombre de la bolsa. O, como definió de manera célebre Marcos Mundstock en Hacen Muchas Gracias de Nada: ¿Y si el hombre de la bolsa tampoco quiere tomar la sopa? Si hay algo que llama la atención en las series y películas de época es que parecen transcurrir en una era de preadvertencia con respecto a varias cosas.

Los personajes de Mad Men fuman como escuerzos y beben como cosacos incluso en horas de (y en la) oficina; en The Deuce, James Franco enciende un faso atrás de otro y tiene sexo casual con su empleada sobre una mesa de pool sin molestarse en buscar un preservativo. Cada quien puede encontrar sus propios ejemplos.

No es que en el pasado no existiera la advertencia. Vamos, que la Biblia misma, escrita hace un tiempito, es un pesado compendio de admoniciones y amenazas sobre las funestas consecuencias que entraña no contemplar ciertas reglas. Pero el siglo XXI nos tiene rodeados de advertencias multiplicadas y omnipresentes gracias a la vida digital y la hiperinformación. Cuando apretamos la tecla para subir el volumen, nuestros teléfonos “inteligentes” nos advierten que la prolongada exposición a ciertos niveles de audio puede afectar esos huesecillos que tenemos adentro del oído. Ya lo sabíamos, pero lo subimos igual.

Otra vez, las posibilidades son infinitas. Cada lector podrá encontrar su propia variante, la experiencia propia siempre aporta. La misma razón nos lo advierte: Cuidado, todos vamos a morir. Entonces seamos realistas, advirtamos lo imposible. (O)

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