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El Telégrafo
Tatiana Sonnenholzner

Adiós

26 de enero de 2022 - 00:00

Mi terapeuta dice que el ritual es una parte importante para transitar un duelo. Un evento que sucede para que el cerebro comprenda que el hecho realmente ocurrió y no queda otra alternativa que llevarlo en el pecho y saludarlo, de tanto en vez, cuando la rutina del día a día no nos tiene en modo automático. Es irónico porque el sentimiento no es de llevar algo, es de la falta de, un hueco, un desgarro, un pedazo arrancado con violencia, un vacío. El ritual ¡Qué impresionantes somos los seres humanos! Tenemos la capacidad de crear situaciones para darle una razón a lo que no entendemos y aferrarnos a esta para poder sobrevivir ¿Qué otra alternativa tendríamos si no es aceptar y seguir, no?

 

Aceptar la muerte. Sabemos que es parte del contrato de la vida, está escrito con mayúsculas y subrayado en el primer párrafo, justo después de “nacer” y, a veces, antes de “encontrar el propósito”. Aquí nadie puede decir que era la letra pequeña o que se coló el texto a última hora. Lo firmamos, de manera intrínseca, sabiendo que de lo único que tenemos certeza al habitar, es que un día dejaremos de existir y aun así nos resulta incomprensible cuando sucede a nuestro alrededor, porque representa perder, despedirse, cerrar, renunciar, estar sin, volver a… palabras que significan replantearse todo, palabras que nos recuerdan lo efímera que es la vida y lo vulnerables que somos, palabras que revelan lo egoísta que puede llegar a ser el amor, a querer eterno a lo que nos motiva, palabras que nos recuerdan que aceptar la muerte no solo es decirle adiós a alguien o algo, sino también a una versión de nosotros mismos.

 

Los rituales, así como las despedidas y los dolores, son personales, transitarlos nos pone contra la pared para conocernos más íntimamente. Porque si algo da la muerte es que mientras estamos suspendidos en ese breve espacio del tiempo, caemos en cuenta que nosotros somos los vivos, frenar todo un segundo para dedicarse a sentir, regresar a ver qué fue lo qué pasó y todo lo que no hicimos diferente, sonreír por lo que tuvimos y llorar por lo que ya no tiene posibilidad de ser, sentir más profundo y genuino a lo que dábamos por sentado, acomodarlo mejor en nuestro organismo para que sea parte de nuestros días. Como llevar un colgante en la mochila, una estampita en la billetera, una pulsera en la muñeca o un amuleto de la suerte en el bolsillo, presente siempre con un sentido, dentro de nosotros como si nunca se hubiese ido.

 

¡Qué impresionantes somos los seres humanos! Creamos rituales porque la vida nos pasa por encima como una ola y si te quedas parado, te aplasta. Nos subimos a la tabla del “todo pasa por algo” para poder surfearla o por lo menos tener una cosa a que aferrarnos para no ahogarnos. Recientemente me tocó despedir, en la distancia, a mi mejor amigo y después de pelearme contra mi propia irracionalidad, puedo abrazar esa balsa para encontrar un poco de otra cosa que no sea sólo dolor.

 

Todo pasa por algo. Tal vez mi ausencia es oportuna para no estar en todos los lugares inundados de su presencia y querer recolectar partículas de su esencia para tenerlo un ratito más. Tal vez presente no hubiese tenido el coraje de tomar decisiones sobre su destino después de morir, al fin puedo escribir esa palabra. Tal vez su partida fue un acto de generosidad absoluta para estar consciente de que estoy físicamente en un sitio distinto y ya no hay necesidad o motivo para ver atrás. Tal vez es una prueba de la fortaleza de mi interior y la nobleza de su corazón. Tal vez es una manera para reconocer que en esta relación uno aguanto mejor la ausencia del otro y vivir en calendarios distintos nos pasó factura. Tal vez es para bajar un cambio y ser consciente de que nada es eterno y si no es hoy, posiblemente no tendrá sentido mañana. Tal vez, tener la oportunidad de escribir esta columna sea mi propio ritual de despedida.

 

Todo pasa por algo y tal vez pasó para recapacitar en el aquí y el ahora, en que hay situaciones que superan la razón y que no queda más que aceptar, porque nada que se pueda pensar, repensar o cuestionar, hará que sea diferente. Todo pasa por algo y también, si lo atendemos, todo pasa.

 

Adiós ojitos color cielo, pelitos de algodón. Adiós mi Gigi.

 

Abrazos y fortaleza para quienes todavía no ecuentran su tabla.

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