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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

Acerca de las corridas de toros

17 de julio de 2018 - 00:00

Se ha convertido en un lugar común de la cultura diletante asumir que las críticas a la tauromaquia corresponden a una tendencia novedosa (o “novelera”) asociada a ciertos movimientos “neo-hippies”: en general, animalistas y ecologistas. Lo cierto, sin embargo, es que las críticas a esta práctica son mucho más antiguas.

Hasta donde yo sé, los primeros reparos contra las corridas de toros se remontan al siglo XVI, cuando el papa Pío V las consideró como parte de una práctica opuesta a la “caridad cristiana”. Pero también encontramos añosas críticas en el ámbito secular: basta recordar el texto publicado bajo el nombre de Antropología Práctica, de Immanuel Kant.

Allí el filósofo califica a las corridas como una costumbre bárbara, contraria a los pueblos civilizados. En otro texto, además, Kant dice que el maltrato hacia los animales es un acto esencialmente inhumano, de tal suerte que quien lo practica no atenta –según él– contra deberes directos hacia los animales, sino contra deberes indirectos respecto de la humanidad.

Las críticas a las corridas de toros, entonces, no corresponden a un movimiento nacido apenas hace poco tiempo contra viejas tradiciones arraigadas. Los reparos contra la tauromaquia no han estado ni están hoy asociados necesariamente a algunos movimientos “novedosos” (sobre cuyas virtudes y defectos aquí no puedo hablar): las críticas de siglos tienen que con ver, originalmente, con el reproche al sufrimiento prolongado e innecesario que debe experimentar el animal para el regodeo de unos pocos (aferrados al apelativo de “arte”). En otras palabras, la crítica de la tauromaquia ni es nueva ni corresponde a un único tipo de corriente de pensamiento.

Lo curioso es que en nuestro país el movimiento taurino ha visto disminuir sus prosélitos desde que en varias ciudades se admitiera solamente la práctica de los toros “a la portuguesa”, cuyo cambio fundamental es que el “espectáculo” no puede terminar con la muerte del animal (lo que, de paso, hace dudar de las razones últimas de una buena parte de taurinos para apreciar la práctica). (O)

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