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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

¿Acaso nunca volverán a ser algo?

24 de diciembre de 2014 - 00:00

Y Silvio Rodríguez como coautor, debería apuntar. El trovador cubano escribió su parte (de estas líneas) hace tiempo (en 1978), pero de repente la presentí como cosa nueva o renovada. Como quien mira por primera vez una garúa al final de una tarde de domingo. Es tardía, lenta, como atendiendo la pesadumbre de las dudas, gravitando en el reconcomio. Se canta bajito a dos voces, sin tener sus habilidades artísticas, y se precisa que esta es una de esas noches para un rankankán tamborileado en la mesa mientras se suceden las melodías. En una de esas, la mente se carga de preguntas que no exigen contestación solo son desafíos al cansancio moral. Es diciembre, próximo al fin de año, este jazzman tiene el ánima extraviada en una ciudad distinta, boreal, jubilosa en su decadencia otoñal y la insinuación glacial del invierno.

Los jingle bells parecen las alertas vespertinas de un pueblo del lejano oeste de esos filmes en los cuales se preludia el ingreso del vaquero a lo Django sin cadena. Mientras ejecuto el forzado balanceo del sillón suspiro por la amena melancolía de los blues de Muddy Waters, se me devuelven los oídos a los arrullos bambuquiaos de las cantoras de Ricaurte con su fondo de bombos y cununos o a los currulaos de voces conocidas, pero se las prefiere anónimas. Además, no se está por la averiguación, poco importa, se prefiere a los enredos nostálgicos en el pellejo del soul de estas horas, causados por trovas y trovadores. La patria de juglares, rapsodas o trovadores es el contento común o individual de la música. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González y los demás la llevaron a otro nivel.

En el imprevisto cae la trova de Silvio con sus preguntas: “¿A dónde van las palabras que no se quedaron?”. Son grafitos enigmáticos para pintarlos en muros y menguar las prisas de caminantes. Esas palabras que durante este año emigraron a oídos sordos ahora son cosas inservibles. Jamás volverán a la boca esperanzada. ¿Qué ocurrió con esas miradas que un día partieron? Se desgració la suerte de esas miradas que no consiguieron respuesta de los ojos invocados. Palabras y miradas desperdiciadas por sordera y ceguera de cierta tiranía del corazón o mejor por cobardía ante la flor mojada de los sentimientos.

Acaso esas palabras y miradas caminan por los cristales como si fueran gotas de lluvias ansiosas por entrar a la casa del olvido. “¿A dónde van? ¿Y acaso se van?”. La guitarra acompaña y también pregunta con sus ánimas melodiosas: “¿A dónde va lo común de todos los días?”. Aquello de hojear el diario con parsimonia de quien espera malas noticias, estrechar la mano amiga inconsciente de su toque solidario, “la sorpresa casi cotidiana del atardecer”, ¿volverá el sabor de historia del café de ayer? Hay una chispa triste de alegría: no hay que comprar el espíritu de esta lírica sin respuesta en el atestado shopping. Dudas finales, el hogar tiene terribles encantos, ¿a dónde se van?

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