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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

A la voz del carnaval, todo el mundo se levanta…

16 de febrero de 2015 - 00:00

El carnaval es la fiesta popular subversiva más ampliamente difundida en casi todo el mundo occidental. Durante estas fiestas, a través de rituales diversos, se invierte el orden social y las jerarquías establecidas, se da paso a un hedonismo del cuerpo que se expresa a través del baile, de la comida, del disfrute, de la sexualidad abierta que rompe las ataduras impuestas por la religión y por la moral imperante.

En el carnaval, a lo largo de la historia y en diferentes culturas, se han seguido unos patrones de comportamiento en el cual la plebe, el pueblo, los sectores populares han dado rienda suelta no solo al disfrute de sus sensaciones sino también a su rencor e ira contenida, a su cuestionamiento de dogmas religiosos y morales. Mientras tanto los sectores dominantes, los gobernantes, o los de arriba han debido tolerar estos actos. Un síntoma de esta relativa tolerancia ha sido la aceptación del disfraz, de la máscara y del anonimato, que ha sido siempre un arma del débil frente al poder. La propia Iglesia ha debido tolerar los ritos del carnaval que son seguidos precisamente del recogimiento de la cuaresma.

El lingüista ruso Mijail Bajtin analizó el ritual del carnaval como una abolición de las jerarquías, en la medida en que las distancias entre individuos son exorcizadas a través de la risa colectiva, que no distingue burlador y burlado; es decir, las distorsiones de la dominación no penetran en esta fiesta, por tanto lo carnavalesco constituye un rito de liberación.

James Scott, desde una perspectiva política, plantea que ritos como el carnaval no hay que analizarlos de forma estática sino que reflejan la estructura y los antagonismos cambiantes de una sociedad. Particularmente el carnaval es un “momento de locura” en que aflora libremente el lenguaje y la agresión normalmente reprimidos, pero no hay que situarlo como un hecho aislado, sino que la cultura popular está llena de infinidad de resistencias y subversiones que configuran una “infrapolítica”.

El carnaval, en nuestra cultura blanco-mestiza ha sido despolitizado, se ha convertido en buena parte en una fiesta de turismo individualista perdiendo el sentido de identidad del carnaval indígena, y de subversión de la tradición del carnaval occidental. Es más, constantemente hay llamados a “culturizar” la fiesta, a despojarle de su sentido subversivo, hedónico y popular.

Se han podido registrar esfuerzos persistentes de élites culturales y políticas para manipular esta fiesta popular en diferentes ciudades y momentos históricos. Por detrás se encuentra la idea de vigilar y controlar cualquier desorden sedicioso y burlesco, algo que siempre se intenta desde el poder, el cual tiende a percibir la fiesta, la mascarada, el humor y la burla como un peligro potencial. Pero la fuerza de la cultura popular es vibrante, ya lo dice la copla del carnaval “A la voz del carnaval, todo el mundo se levanta, todo el mundo se levanta, ¡qué bonito es carnaval!”.

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