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El Telégrafo
Felipe Rodríguez

Inmortal

09 de noviembre de 2020 - 00:00

“Yo soy inmortal, por ello no puedo temer a algo que jamás me puede suceder. Ustedes, mis hijos, son mi prolongación. Mientras ustedes vivan, seré eterno. Ustedes son parte de mí, la más importante y me seguirán prolongando hasta la perpetuidad”. Esto me dijiste cuando te pregunté si temías a la muerte.

Esta es mi primera columna que no leerás. Esta es tu prolongación. Tú me enseñaste que la única lógica de la vida es la muerte. Sin muerte, no hay vida. Sin vida, no hay muerte.

Me enseñaste que el motor que debe mover la vida de un ser humano es su lucha incansable contra la corrupción y, en esa lucha, tú nunca necesitaste una plataforma de poder. ¿Poder? Lo repudiaste siempre.

Entregaste tu vida a tus ideales sin pedir contraprestación alguna e incluso cediendo tu propio patrimonio. Una mañana, antes que yo tuviese que entrar a una sala de audiencias para defenderte, te pregunté si valía la pena sacrificar tu tranquilidad y tu vida por una lucha que no vería resultados en este pantano. Te dije, viéndote a los ojos, que cuando no estés, cuando yo no esté, mis nietos seguirán sufriendo ante las mafias y los saqueadores. Respondiste: “tengo dos opciones: morir sin haber ofrecido resistencia alguna o vivir combatiendo. Voy a vivir una sola vez y no voy a desperdiciar mi paso por la tierra cruzándome de brazos”. Hoy por fin veo que tu vida valió la pena, más que la de cualquier otro hombre.

Me enseñaste que la valía de un hombre radica en la capacidad ilimitada, inexcusable, inescapable, de sentarse en la mesa con su familia y poder verlos a los ojos. Tú jamás nos bajaste la mirada.

En tus últimos días te decepcionaste. Me dijiste: “¿ves a todos aquellos que me aplauden y felicitan? Aplauden, pero no luchan. Felicitan desde las sombras. Nadie está dispuesto a dar su vida por las generaciones que vendrán”. Ese fue el primer y último día que te equivocaste. Tu partida me ha permitido rodearme de gente que te admira y que está dispuesta a dejar todo en el campo de batalla. Eres un referente para miles.

Luego entendí que tu bandera no tenía franjas de color. Nunca tuvo color. La transparencia, padre, fue tu gran irradiación. Hoy mi bandera es tu legado. Hoy tu ejemplo flamea en mí y se eleva en lo alto. Eres mi patria, mi cielo, mi todo. Tu memoria es mi país.

Te quiero agradecer porque siento como corres por mis venas. Mi corazón palpita tu sangre infinita, la sangre de mis abuelos Enrique y Raquel, la sangre de un hombre que se hizo a sí mismo y que tuvo como única deidad a la Justicia. Hoy debo, con envidia y orgullo, compartir mi pérdida con el país. ¿Orgullo? Orgullo es y será por siempre hacerte eterno. Te amo Jorge Enrique Rodríguez Torres, mi ejemplo, mi padre, mi vida, mi héroe. Hasta siempre inmortal.

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