El primer fin de semana de diciembre en Francia sucedieron acontecimientos que han sorprendido a muchos. Un frenesí de violencia se desató en París y otras ciudades. Se llegó a decapitar bustos de Napoleón y en el museo del Arco de Triunfo varias imágenes humanas fueron destruidas y automóviles fueron quemados. 

Algo profundo pasa en la sociedad que no ha sido tomado en cuenta en este país que tiene el tercer producto bruto en Europa y el que más gasta en prestaciones sociales detrás de Finlandia. A pesar de que el presidente Emmanuel Macron anunció que un objetivo era luchar contra la pobreza, la ira, no solo la protesta, se ha apoderado de parte del pueblo francés. En Francia hay 9 millones de personas bajo la línea de la pobreza. Casi 3 millones de niños. Según las estadísticas, 21% de los franceses no puede procurarse tres comidas saludables al día. Se afirma que sin ayudas sociales 1 de cada 5 franceses vivirían bajo el umbral de la pobreza.

Hay un malestar de la mayoría de la población que ve aumentarse la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos. El ingreso de los ricos se acelera y los grupos de menores ingresos ven disminuir su nivel de vida. Algunos salarios de altos ejecutivos han producido un rechazo moral. Los ejecutivos con los más grandes salarios de las mayores 40 empresas de Francia ganan en promedio 190 veces más que el salario mínimo de un francés.

Estos acontecimientos deben hacernos reflexionar sobre las políticas que practican países como Francia, inspiradas en la idea de que el bien común será logrado a través del beneficio individual de los actores económicos en un mercado competitivo.

Una de las tareas centrales de la justicia en la sociedad desarrollada reside en asegurar un justo equilibrio entre sectores muy desiguales respecto del ingreso, de la educación, de los servicios sociales (por ejemplo: salud, jubilaciones). Pienso que la enorme caída en la imagen de Macron no podrá detenerse por las 10.000 granadas lanzadas por 8.000 efectivos policiales. La rebelión de los “chalecos amarillos”  es apoyada por el  60/70% de la población francesa.

No son las tarifas de la nafta  lo que ha sublevado al pueblo francés, es mucho más. (O)