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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La 'independencia' de Cataluña

02 de noviembre de 2017 - 00:00

Las agitaciones nacionalistas e independentistas se han producido en el mundo desde hace poco más de dos siglos. Ni la república, ni la democracia (como las conocemos hoy) ni la nación (como estado de conciencia y pertenencia a una ‘comunidad imaginada’) fueron proyectadas antes de la segunda mitad del siglo XVIII.

El Estado nación es un fenómeno político cultural muy nuevo, consecuencia de la acción de las burguesías regionales, compelidas a definir territorios económicos, para organizar la explotación de materias primas, la industrialización y el comercio, en el contexto de un nuevo sistema interestatal. Dicho de otro modo, el Estado moderno, la nación y el mercado son parte de un tejido concebido por dos almas gemelas europeas: la modernidad y el capitalismo. Mucho se ha discutido acerca del origen de la nación y el nacionalismo como fenómeno cultural de una comunidad, cuyos miembros, a pesar de no conocerse entre sí, comparten la idea de un origen y destino común.

Algunos proponen que en Europa las naciones antecedieron al Estado moderno. Otros sostienen, con evidencias históricas, que las naciones fueron creadas después, desde el poder, para viabilizar el nuevo orden político, ejercer dominación e incrementar la producción. Muchos están de acuerdo, sin embargo, en que si bien el poder ha diseñado religiones cívicas, los segmentos populares recrearon sus tradiciones y construyeron el alma de cada nación.

En la mayoría de los casos, los movimientos nacionalistas - independentistas adquirieron potencia, a partir de la convergencia entre grupos burgueses regionales y segmentos populares, constituyendo un evento sui géneris. Se ha inferido que este acontecimiento contradictorio se produce cuando existe una amenaza externa; cuando existen ciclos económicos de contracción y la burguesía local disputa el control del capital regional, frente a políticas coactivas foráneas: o, debido a que la banca extranjera extrae el capital, todo lo cual provoca el incremento del desempleo.

En esas circunstancias, los grupos de poder activan el sentimiento nacional y antiguos proyectos de independencia, legitimados en el derecho inmemorial sobre el territorio y la identidad cultural, una de cuyas señas es el idioma propio. Burguesía y pueblo se han unido durante la era del capitalismo, y se unirían siempre que de manera simultánea se afectare el capital, las potestades políticas y la dignidad de una comunidad histórica.

España es en realidad un país polinacional. El valor de la nación española nunca ha sido mayor que el sentido de pertenencia a las comunitas, antiguos territorios con derechos propios, de los cuales se derivaron los cabildos y municipios autónomos, que también se instauraron en las colonias americanas. Originalmente las comunitas hispanas formaron parte de una singular estructura política que dio lugar a una especie de soberanía fragmentada y gobierno mixto, integrado por tres cuerpos políticos: el monarca, los nobles y las ciudades (Morelli. 2005).

En el caso de Cataluña, las respuestas para entender el movimiento independentista podrían encontrarse en el conocimiento de su proceso histórico, en el cruce de indicadores socioeconómicos del período posterior a la conformación de la Unión Europea; en la identificación de los grupos burgueses, sus pérdidas y ganancias industriales y bursátiles; finalmente, en el análisis de los intereses compartidos entre la base social y la burguesía catalana, expresados en la voluntad de pertenencia a una ‘comunidad imaginada’ y en la práctica de una lengua propia, como estrategia política. (O)

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