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¿Por qué es que nadie nos escucha mientras estamos gritando?

Al final de la ópera Die Soldaten, la soprano lanza el potente grito de todas.
Al final de la ópera Die Soldaten, la soprano lanza el potente grito de todas.
Foto: Javier del Real / Teatro Real
26 de mayo de 2018 - 00:00 - María Fernanda Ampuero. Escritora

En 1957, B. A. Zimmermann empezó a escribir una violentísima ópera titulada Die Soldaten (Los Soldados) que tiene una actualidad que horroriza. Monstruosa en su puesta en escena, en la música desesperante y la escena final donde la soprano ensangrentada, violada por soldados y burgueses ante curas y altos funcionarios militares, abre los brazos y lanza un grito que suena como el aullido de todas las mujeres del mundo.

Grita la negra, la blanca, la roja, la ciega y la que ve. Grita la niña desvirgada por su abuelo. Grita la secretaria de rodillas bajo el escritorio de su jefe. Grita la colegiala en el bus mientras el hombre se frota contra ella. Grita la chica rumana sin pasaporte y drogada en un burdel de España. Grita la australiana, la congoleña, la japonesa y la ecuatoriana. Grita la estudiante cuando el profesor la deja después de la hora de salida. Grita la que aborta con un armador. Grita la actriz a la que le piden que se desnude.

Grita la adolescente que mira sus muslos gruesos en el espejo. Grita la anoréxica y la bulímica. Grita la que camina sola y ve a un hombre al final de la calle oscura. Grita la niña de 12 años que está embarazada. Grita la señora a la que el marido ha contagiado una enfermedad venérea. Grita la que ve sus arrugas en un espejo de aumento. Grita la que recibió doce puñaladas de su novio.

Grita la que apareció con la tráquea cortada. Grita desde la funda de basura negra la descuartizada. Grita la turista argentina en Montañita. Grita la que no puede tener hijos y la que los tiene y no se siente buena madre. Grita la que recibe todos los gritos.
Grita la que está siendo violada en el mismo momento en el que usted está leyendo esto. Grita la que le dieron burundanga. Grita la que se corta las muñecas. Grita la anciana y la adolescente y la adulta y la niña. Grita la que ve ascender a todos sus compañeros varones.

Grita la emigrante que se sube al taxi del horror para llegar a Europa o a Estados Unidos. Grita la que se entera de que su marido es pedófilo. Grita la chiquilla a la que, mientras juega a la rayuela, un adulto le enseña su miembro erecto. Grita la mujer que no volverá nunca más a su casa. Grita aquella a la que le arrancan la ropa interior. Grita la prostituta y también la monja. Grita la que ha hecho voto de silencio. Grita la niña a la que mutilan el clítoris en África. Grita la finlandesa abusada por el entrenador de gimnasia. Grita la madre y grita la hija.

Grita Gabriela, Ying, Marie, Neeja, Amanda, Hamida, Zulai, Emily. Grita la que es exhibida como un trozo de carne. Grita desde dentro de un maletero. Grita en un cuartucho. Grita en un prostíbulo. Grita en un internado. Grita en una casa con piscina. Grita camino a la escuela. Camino al trabajo. Camino a la casa. Camino al campo. Grita en aviones y en pateras. Grita la actriz porno. Grita la soprano. Grita la cajera. Grita la princesa. Grita la muda. Grita la activista. Grita la que nos trajo al mundo. Grita ella y grito yo.

Grita mi mejor amiga y la amiga de mi mejor amiga. Grita mientras cocina. Grita mientras trabaja. Grita mientras camina. Grita a todas horas. Grita. Grita tanto que nunca acabaría de gritar.

Grita la recién casada. Grita mientras le pegan. Grita mientras se pinta los labios. Grita a solas, en la ducha. Grita con zapatos de taco. Grita en ropa de deporte. Grita en uniforme. Grita en látex. Grita desnuda. Grita en burka. Grita atada con cinta de embalar. Grita amordazada. Grita mientras compra un bolso. Grita la que no sabe que eso se llama violación. Grita la que se tomó fotos desnuda. Grita la niña de papá y mamá. Grita cruzando todos los continentes. Grita de sur a norte. Grita con calor o helada. Grita mientras los gusanos de la muerte se la van comiendo de adentro hacia fuera. Grita en la morgue. Grita en la maternidad. Grita en la cuna. Grita en la tumba. Grita en la residencia de ancianos. Grita ante cien mil personas. Grita sola y no sabe que grita.

Grita la niña esclava a la que nadie mira. Grita Melania Trump a la que mira todo el mundo. Grita la universitaria de Harvard. Grita la que nunca fue a la escuela. Grita cruzando la Quinta Avenida de Nueva York. Grita en un descampado de Ciudad Juárez. Grita. Grita y aúlla como un animal. Grita como nadie ha gritado nunca. Grita como rompiéndose los músculos de la garganta. Grita ensordecedoramente. Grita desde el pubis, desde los pies, desde el vientre, desde el miedo a morir. Grita con puñales clavados en el corazón mirando al cielo. Grita de vergüenza y de horror y de asco. Grita con todas sus malditas fuerzas.  

Grita. Grita. Grita. Grito.

El mundo entero es el grito de sus mujeres. ¿Por qué es que entonces, maldita sea, nadie nos escucha? (I)

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