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El bello indiferente: cuando el silencio es un abismo de soledad

El bello indiferente: cuando el silencio es un abismo de soledad
Roberto Pacurucu / Cortesía
30 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

Hay un personaje en escena que se ha cansado de no poder ser quién es. La relación que mantiene es más bien como un trabajo, en el que tiene que interpretar un papel que se ajuste a lo que espera su pareja, quien, de paso, le paga un sueldo. Pero esta historia no es sobre él, Emilio (interpretado por Edisson Ávila), sino sobre la cantante con la que convive, Zaida (Ana Passeri), una artista que está en el punto más alto de su carrera, es aclamada por el público, vive entre lujos y, cuando llega a su casa, se sume en la completa soledad, ve acabarse el glamour y la alegría.

El bello indiferente es una obra escrita en la década de los cuarenta por Jean Cocteau, pensando en Edith Piaf.

Pero esta versión, dirigida por Aarón Navia, está tropicalizada. «Hemos respetado el texto —dice Ana Passeri— pero en la parte escénica hemos hecho cambios». Planteada originalmente en un cuarto de hotelucho, la obra que se estrena hoy tiene un contexto mucho más exuberante y glamuroso, como se aprecia en una escena en la que Zaida canta para su público en todos los rangos vocales posibles.

Pero una vez terminado el espectáculo, cuando cae el telón y se acaban los potentes aplausos en los que se envuelve Zaida, la vemos en casa, llamando a Emilio, un hombre que sin decir una sola palabra introduce y sostiene el conflicto toda la obra.

Para Passeri ha sido un reto ponerse en un lugar en el que antes ha estado Edith Piaf, «una persona que tenía los sentimientos a flor de piel». Una característica que, dice, necesitan los artistas para poder expresar su arte.

En contraposición a una versión original en grises, este espectáculo ha sido concebido en tonos de dorado y vinotinto. «El rojo transmite pasión. Hemos querido jugar con toques en malva, porque tienen que ver con las lecturas feministas», dice Navia.

El vestuario de Zaida es como el de una drag queen, un gesto que no es casual, pues, como explica Navia, Cocteau no solo era escritor, sino también dibujante, y fue en esta segunda faceta en la que desarrolló un trabajo por el que se lo considera como un autor queer.

El diseño del vestuario, a cargo de Valeria Pozo, tiene toques entre árabes y gitanos, llenos de texturas en un vestido con forma de sirena que introduce, en cambio, la noción de lo latino —recordemos lo tropical—. Todo eso es acompañado por una joyería que funciona para agregar otras ideas, como el toque sadomasoquista del collar (que parece un arnés de cadenas) y los brazaletes de Zaida. El oro es trabajado por Rosymar Jiménez.

Hacia el final se incluye un tema inédito de Passeri, quien cuenta que cuando Navia lo escuchó, le dijo que era como si lo hubiese escrito para la obra. “Ausencias” es el título de la canción (que al momento ha sido grabada solo para El bello indiferente) que suena al cierre, el único momento en que el texto ha cambiado.  

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