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Sebastián Cordero contiene el impulso de gritar «corte»

Rosa es la empleada doméstica de una casa. En un viaje de los patrones trae a su novio a la casa y él reacciona con violencia a los celos.
Rosa es la empleada doméstica de una casa. En un viaje de los patrones trae a su novio a la casa y él reacciona con violencia a los celos.
Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
05 de mayo de 2018 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Cada noche antes de subirse al escenario Philip Seymour Hoffman lloraba. Tenía que interpretar los dos últimos días de la vida de Willy Loman,  un viajante de comercio que pasa los 60 años. La primera escena es Loman al llegar a casa luego de un largo viaje en el cual no vendió nada. Loman, un migrante que vive la gran depresión estadounidense, siente que toda su vida ha fracasado.

Dos años después de haber interpretado a diario el mismo papel, Seymour Hoffman se suicidó. “Esta obra lo torturaba”, dijo el guionista David Katz sobre la muerte de uno de los actores más frágiles y conmovedores del último siglo.

Sebastián Cordero vio esta obra en una butaca de Broadway, en Nueva York. Su afecto por el teatro empezó a hacer sinergia hasta crecer. No solo vio a un actor conmoverse por la idea de ser en vivo alguien más y trastocar sus ideas. La producción de la dramaturgia de Arthur Miller jugaba con los espacios de una casa, con los saltos de tiempo, con la cercanía del público.

En esa misma época vio Sleep no more, una adaptación de Macbeth de William Shakespare, de la compañía británica Punchdrunk, que estuvo un año en cartelera. Su éxito tenía que ver con la manera en que jugaba con el público, los espectadores y los actores se acompañaban por cinco pisos. El público va con máscara y juega con el voyerismo de que lo que se observa y persigue. Los espectadores se mimetizan con la casa.

Cordero es cineasta, pero piensa en el teatro como el origen. Las obras que quiere montar tienen que ver con las posibilidades de jugar con el plató, de pensar en la movilidad de las escenas. Se ha hecho la idea de montar Esperando a Godot, de Samuel Beckett, a ese tipo que graba sus memorias y las escucha para analizar su vida.

En 2009, Cordero dirigió Rabia, una adaptación de la novela del argentino Sergio Bizzio. Sus productores fueron los mexicanos Guillermo del Toro y Bertha Navarro. En la película, la casa es un personaje. El novio de Rosa, José María se esconde entre armarios para vigilarla y estar más seguro, por si la policía quiere encontrarlo por los asesinatos que cometió. Los personajes se encuentran sin saber que están demasiado cerca.

Arnaldo Gálvez quedó obsesionado con llevar la película al teatro, a la Casa Cino Fabiani, el espacio teatral que dirige y que se hace sitio en una casa de madera de Las Peñas, cuyas paredes se rompen con el Cerro Santa Ana a sus espaldas. Cuando se lo propuso al director, este se negó, pero se quedó con la intriga hasta ahora que considera que encontró la manera de ponerlo en escena.

«Sentía que la trama debe sentirse perfecto, pero jugar con la idea de que la gente se está moviendo. Se podía jugar con una relación a larga distancia, poner a los espectadores a escuchar las llamadas y verlo desde distintas perspectivas», dice Cordero, y más o menos de eso va su propuesta en las 32 funciones que tendrá en Casa Cino Fabiani (hasta el 16 de junio). Aquí los espectadores recorren la casa con guías, se van con un personaje o con otro. La forma de elegir detrás de qué personaje se estará es aleatoria y al estilo de Matrix, de las hermanas Wachowski: escoges el pase azul o el rojo.

                     ***

Este año Cordero se siente en otro momento de su vida. Está en una búsqueda personal, trastocada por la idea que le ronda la cabeza desde niño: superar la edad de su padre, que murió cuando tenía 43 años. Este año, luego de decepcionarse del poco público que tuvo Sin muertos no hay carnaval, su última película, más que enfocarse en que crezca su carrera se ha volcado a hacer una búsqueda más personal.

Mientras dirige la adaptación de una de sus películas, trabaja en un documental sobre su nana. Recorre los espacios de la memoria de su infancia que quedan con esta mujer de 80 años que guarda la vajilla antigua de la que fue su casa y le cocina como si él no hubiera crecido.

Para Cordero, «el cine viene del teatro. Siento que el mejor reto es poder repetir algo, poder llegar al mismo lugar que se quiere varias veces. En el cine mi mejor amigo es la edición, a través de lo que corto, lo que le doy importancia, la obra de teatro es todo el tiempo el caos del rodaje».

En esta adaptación, Cordero vigila detrás de las paredes las acciones de sus actores, documenta todo el tiempo, susurra las escenas y se contiene de gritar «corte». Su trabajo en este montaje, en el que los espectadores pueden llegar a sentirse —tal vez porque se trata de este cineasta— en el backstage de una película, tiene que ver con la decisión de repetir el caos de llevar una historia a escena y al mismo tiempo decidir los mejores ángulos para un público que está acostumbrado a distraerse. Aquí la historia no admite cortes. 

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