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Roald Dahl: El autor que entendió que los niños odian ser civilizados

Roald Dahl: El autor que entendió que los niños odian ser civilizados
26 de septiembre de 2016 - 00:00 - Tatiana Landín

Podría decirse que toda celebración literaria es positiva; en el caso de las conmemoraciones, ellas insertan relevancia en la vorágine del presente y nos animan a valorar el pasado. Contar con aniversarios, sin duda, ayuda a ubicar a una obra y autor en su tiempo. Por ejemplo, el pasado 13 de septiembre se recordaron cien años del nacimiento de Roald Dahl, un escritor polifacético que escribió cuentos, novelas, poemas y guiones, cuyas marcas tangibles son el humor (rayando en el negro) y una irreverente rebeldía.

De Dahl se sabe bastante. De familia noruega, creció en Gales, y en su infancia recolectó muchos de los acontecimientos que retratan sus libros. Además, fue aviador durante la Segunda Guerra Mundial.

Incursionó en historias catalogadas para niños a partir de Los Gremlins (1943), una trama con bastante contexto de por medio: guerra, nazis y unas pequeñas criaturas que dificultan las maniobras de los pilotos bélicos. Hay que advertir que el relato no tiene nada en común con lo que muestra la película estadounidense de 1983, en la que los gremlins sufren una metamorfosis por la que los humanos corren peligro.

De allí seguirán sus historias también conocidas: Charlie y la fábrica de chocolate (1964), El dedo mágico (1966), El superzorro (1970, con adaptación al cine de Wes Anderson), Matilda (1988), entre otros que serán en su mayoría llevadas a la pantalla grande. Este año, Steven Spielberg estrenó Mi amigo el gigante, la versión cinematográfica de El gran gigante bonachón (1982).

La fórmula Dahl

Que «sus libros van de generación en generación» es una constante que se repite en la obra del autor de James y el melocotón gigante. Y es que cruzar la línea de una literatura catalogada para niños no es cualquier habilidad. Ya lo dijo Julio Cortázar tras su experiencia en la literatura infantil: «Es demasiado difícil para mí, a los niños no se les puede engañar». Lejos de toda etiqueta, Dahl hizo literatura y sin objetivos moralizantes puso sobre su sinfonía de narraciones una serie de cualidades que es importante señalar: Los niños son los protagonistas; son distantes de toda idealización y roles convencionales: no son obedientes, pasivos ni tiernos. Confirman un carácter adulto. Vale para este caso citar a los padres de Matilda, esa heroína lectora que debe imponer sus poderes frente a la televisión o el bingo que consume a su familia y hace de su biblioteca un verdadero templo de resguardo frente a una realidad que no es deseable para ningún niño:

—¿Un libro? —preguntó él—. ¿Para qué quieres un maldito libro?

—Para leer, papá.

—¿Qué demonios tiene de malo la televisión? ¡Hemos comprado un precioso televisor de doce pulgadas y ahora pides un libro! Te estás echando a perder, hija…

Prevalecen los juegos del lenguaje: la ironía, la expresión en toda su cotidianidad, pero sin abandonar la exigencia que implica la literatura. En Cuentos en verso para niños perversos (la versión en español más popular), el autor da un viraje a algunos de los clásicos conocidos por la tradición y los lectores se enfrentan a grandes dilemas. ¿Hay que admirar a Caperucita Roja por hacer un saco de piel de lobo o una maleta con piel de chancho? ¿Es posible imaginar que a una de las hermanas de Cenicienta se le corte la cabeza? La respuesta es sí. Dahl se aleja de todos los modelos instrumentales y de conducta. La consigna es divertirse y llevar a una serie de personajes a un mundo donde la fantasía no riñe contra la realidad. Los lectores conocen esa fórmula: utilizar los grandes relatos para configurar un mundo que sirve para entendernos a nosotros mismos. Hay casos en los que estos libros son vetados en los colegios porque no enseñan valores y aquí entra la cuestión: desechamos a un autor clásico porque en sus ficciones el primer lector no puede funcionar como frente a un manual de instrucciones para la vida. Y en el universo Dahl los niños triunfan sobre los adultos.

La empatía con la fauna infantil es evidente. En una entrevista, el creador de Las brujas dijo: «Subconscientemente, los niños odian ser civilizados. Y la gente que les obliga a hacer esas cosas que no les gustan son los padres, sobre todo la madre. Más adelante son los padres y los maestros. A los niños no les gustan estos adultos y yo uso esto en mis libros».

¿Un gigante bonachón?

La fama de Roald Dahl es variada. Muchas de las críticas señalan un carácter misógino en la célebre Las brujas, en la que un grupo de hechiceras se reúne en una convención. Su plan es convertir a los niños en ratones. Esta visión de la mujer no agradó a las feministas de los ochenta. Según ellas, transmitía machismo y dominación patriarcal. Algo parecido sucedió con Charly y la fábrica de chocolate: Se dijo que los Umpa-Lumpa, que eran caracterizados como una colonia africana, aluden a la esclavitud. Pero lejos de estas miradas, lejos de toda polémica, la intención está clara: hay un cuidado en la acción de describir el universo infantil y de imponer una impronta personal que ha perdurado.

En El gran gigante bonachón (algunos biógrafos señalan a este personaje como el alter ego del autor, sin dejar de mencionar que medía casi dos metros), se pueden apreciar descripciones de carácter poético que corroboran la trascendencia de la obra de Dahl y que confirman que están dirigidas a un lector activo y jamás subestimado:

Se dio cuenta, ahora, de que se hallaba en un país muy, pero muy pálido. El sol había desaparecido encima de una capa de vapor. A cada minuto, el aire se hacía más frío. El suelo era plano y estaba desnudo, sin color de ninguna clase. La niebla aumentaba de continuo. El frío fue más intenso todavía, y todo palideció… en el suelo crecía algo de hierba, pero no verde, sino de un gris ceniciento.

Dosis de clásicos

Ya lo dijo el crítico británico Jonathan Culler: «la literatura reflexiona sobre sí misma», y este eco se hace presente en la obra de Dahl. Hay un total interés por elevar la categoría de las grandes obras literarias o por encrudecer el sentido de los cuentos clásicos (como en Cuentos en verso para niños perversos). En Matilda hay una amplia lista de libros que la niña de cuatro años y tres meses ya ha consumido, por no decir devorado: Nicholas Nickleby y Oliver Twist de Charles Dickens; Jane Eyre, de Charlotte Brontë; Orgullo y prejuicio, de Jane Austen; El hombre invisible, de H. G. Wells; El viejo y el mar, de Ernest Hemingway; El ruido y la furia, de William Faulkner, o Rebelión en la granja, de George Orwell, entre otros.

En El gran gigante bonachón, el protagonista ha aprendido a leer con un libro de un tal «Dalas Chickens», y más adelante se ve cómo la realidad de un escritor resulta sintetizada en uno de los tarros en los que el gigante almacena los sueños: se trata de un libro que nadie puede dejar de leer, y el niño que sueña esta fantasía se atreve a decir que es el mejor escritor del mundo.

Con más de doscientos millones de copias vendidas en todo el mundo, Dahl es una apuesta segura para quienes quieren seguir disfrutando de sus historias. Hay que recordar también que el autor tiene una serie de publicaciones que no son consideradas para niños: Relatos de lo inesperado, Boy, Volando solo. Incluso escribió guiones para cine y colaboró con Alfred Hitchcock en una serie de televisión. En 1958 el cineasta inglés, que era un gran lector de Dahl, adaptó el relato Cordero para la cena. A este salto audiovisual le seguirán Veneno, Chapuzón en el mar, El hombre del sur, entre otros. Seguramente miles de espectadores pudieron conocerlos en el popular show Alfred Hitchcock presenta.

Hay miles de razones para sintonizar con el autor de Los cretinos, una de ellas es catalogarlo como un clásico: ese que nos sigue dando respuestas a lo largo de sus páginas y continua tan vigente a pesar del tiempo. Por esto, es grato pensar que los lectores de Roald Dahl en algún momento coincidan con Matilda, la niña lectora:

—El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo —dijo Matilda—. En especial sobre hombres y mujeres. Pero me ha encantado. La forma cómo cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa.

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