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No sean idiotas: estamos a favor de las mujeres, no del aborto

No sean idiotas: estamos a favor de las mujeres, no del aborto
23 de junio de 2018 - 00:00 - María Fernanda Ampuero. Escritora

Que quede claro: el aborto no es una cosa para estar a favor. Ojalá ninguna tuviera que pasar por eso. No se confundan ni intenten confundir. De lo que estamos a favor es de que quienes están embarazadas y no quieren estarlo puedan decidir. Estamos a favor de las mujeres, a favor de la vida libre, soberana y plena de esas mujeres.

¿Cómo podría yo —cómo podría nadie—, estar a favor del aborto? ¿Viva el aborto? Por favor, no sean tan idiotas. Es una intervención que genera culpa y a veces traumas, con un regusto tristísimo, cargada de connotaciones penosas que tocan la religión y la ética, tabú en casi todas las sociedades y, lo sé por varias amigas, deja un poso de pesar en los corazones y no se olvida nunca. No seamos estúpidos, nadie se toma a la ligera un aborto, nadie piensa que el aborto es un método anticonceptivo, nadie dice «qué suerte que estoy embarazada, ahora voy a poder abortar, yupi, matar, matar, ¡matar!».  

He estado en clínicas de interrupción del embarazo en España, donde es legal, y he visto mujeres con los ojos hinchados de llorar, con la cabeza baja, jodidamente tristes. Alguna de esas era mi amiga y he respetado, sin preguntar, las razones para parar aquello que no querían en sus vidas. Elijo a mi amiga, insisto, antes que al producto de su embarazo no deseado. Elijo a las mujeres y sus motivos, sean cuales sean.

De entre las dos vidas, así de claro, es la de ella la que más respeto.      

Si las mujeres están ahí, practicándose un aborto, es porque ser madres no es una opción para ellas en ese momento. Dan igual, insisto, sus razones individuales, la que las ha llevado ahí, a la clínica, es siempre una excelente razón, la única que vale.

No son vagas, no son malas, no son criminales, no son insensibles, no son monstruosas: son mujeres que no desean gestar –ojo, ya ni siquiera digo parir, digo gestar–, ¿y quién soy yo para creerme con derecho a juzgar? ¿Estoy en su situación? ¿Sé lo que está viviendo? No. Entonces callo.  

Me impresiona el uso de las palabras y su poder. No, gente, no es una «criaturita indefensa», es un feto. Claro que si le llamas «bebé», el aborto va a sonar abominable, gravísimo, un crimen antinatura. Pero es que no es un bebé. Se trata de un debate más lingüístico que ético: no matas a un niño, remueves del útero un embrión.

Me asquea la actitud de puritanismo hipócrita de quienes se llevan las manos a la cabeza cuando escuchan hablar del aborto. Uno porque la mayoría son hombres y no tienen ni puta idea de lo que significa ser mujer ni ser madre ni no querer serlo y qué fácil es criminalizar al otro. Dos, porque además de hombres muchos son curas y no cogen (¿no?). Tres, porque las mujeres y los hombres que se oponen al aborto hablan desde un lugar de privilegio: no tienen 14 años y están embarazados de su noviecito de 15, no son madres de cinco y viven con un dólar al día, no han quedado preñados de un marido maltratador y alcohólico que no les permite tomar la píldora porque seguro que quiere acostarse con otros, no son inmigrantes y trabajan diez horas al día, no fueron violados en masa, no están, digo, esperando un niño que no quieren, que nunca han querido y, lo que es peor, que nunca querrán.

Y cuatro porque tienen la plata para pagar a un ginecólogo privado el aborto esterilizado de sus hijas, mientras las que no la tienen se desangran o quedan lesionadas para siempre en consultorios clandestinos de mala muerte.

El aborto fue, es y será otro castigo para las mujeres pobres hasta que sea legal, gratuito y libre. No hay más discusión: las niñas ricas abortan en Miami y las pobres en mataderos, pero todas lo hacen.

Todo este debate es de un absurdo que me abruma. Esa misma gente, la que clama contra el aborto y protesta con pancartas que aluden al infierno y al asesinato, es la que está en contra a muerte de la educación sexual a los menores, de los métodos anticonceptivos, de denunciar a voz en cuello los incestos y los abusos sexuales a menores y de que las chicas sean de verdad dueñas de sus cuerpos y sus sexualidades para que no venga cualquier idiota caliente y en un santiamén les joda la vida (spoiler alert: se necesita un hombre para quedar preñada).

No, un hijo no siempre es un regalo. A veces, más de las que quisiéramos, es una maldición, una carga intolerable, un problema, un hundimiento o el recordatorio diario de una violación. Es difícil de comprender esta criminalización de la interrupción del embarazo, ¿será —y ya me pongo mal pensada— que quieren que nunca falten pobres para así poder explotarlos?, ¿será que mientras las mujeres estén oprimidas con hijos, hijos y más hijos, los hombres podrán seguir ostentando el poder?

Me sorprende que se llamen pro-vida y les dé igual las circunstancias de esa mujer, una vida con la que se pueden identificar mucho más fácilmente que con un embrión. Digo, se parece más a nosotros, ¿no? ¿No es ella nuestra igual, la que debería generar toda la empatía y toda la compasión?  

Parece que no. Qué delirio. (I)

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