Ecuador, 25 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Trayectoria

Malayerba: un recorrido por la memoria

Malayerba: un recorrido por la memoria
05 de octubre de 2015 - 00:00 - Xavier Gómez Muñoz, Periodista

Es inmediato: desde la entrada a la casa se percibe el ambiente fantástico, con paredes de diferentes colores y mensajes escritos en ellas, viejos pisos de madera que murmuran a cada paso, como si tuviesen algo que decir, que recordar. Pasillos estrechos y escaleras. Puertas que conectan con espacios destinados a la expresión de las más íntimas inquietudes de la mente. Un escenario para lo social, pero también para lo mágico y la reflexión. Un sitio para el teatro.

La Casa Malayerba (alojada en la Plaza de la Iglesia del Belén, en Quito) es una vivienda patrimonial de tres plantas que se volvió parte de la historia del teatro ecuatoriano en 1996, cuando luego de una gira en el Festival Mettre en Scène à Rennes (Francia) el grupo, fundado por el dramaturgo argentino Arístides Vargas, pudo por fin reunir los fondos necesarios para comprarla. Antes de aquello, comenta el actor y profesor Gerson Guerra mientras acomoda el cuadro del festival francés, ensayaban en espacios prestados: en la Fundación Quito, la Alianza Francesa, un recibidor o una salida de emergencia abandonada en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura…, aunque también lo hacían en sitios —por decirlo de alguna manera— impensables: una piscina vacía, algún garaje.

Gerson Guerra conoció a Malayerba a finales de la década de los ochenta. Su historia con el grupo empezó cuando vio por primera vez la obra Añicos, que se presentaba en la Casa de la Peña. Él tenía 15 años, y sintió un interés especial que mantiene hasta hoy, a sus 43: suficiente para dedicarle su vida. Poco después se inscribió en los talleres que ofrece el grupo, y después de 4 años de estudios y un período de prácticas –un requisito fundamental–, se unió oficialmente a Malayerba en 1991. Hoy, Guerra ha participado como director, actor, dramaturgo e iluminador en obras como Instrucciones para abrazar el aire, Plush, Macario y en Testimonio de un centauro, en cuyo texto colaboró.

Mientras Guerra cuenta su historia, sube las escaleras. En cada escalón se leen frases de distintas obras del grupo: “Mi cara siempre anda conmigo”, “Hay que llenar de soledad este pueblo”, o “Necesitamos del otro para mutilarnos”, como reza una de las citas de la obra Nuestra señora de las nubes, de Arístides Vargas. En la segunda planta, junto a la cocina, está la sala donde los malayerba se reúnen antes de sus ensayos o presentaciones; cuando tienen algún tema a tratar o, simplemente, cuando quieren tomarse un café. Es un ambiente acogedor, cálido, –uno de los favoritos de los miembros del grupo–, que antecede al tercer piso donde se halla el teatro con sus 57 butacas. Un cuadro del colectivo colombiano La Candelaria (49 años de trayectoria) cuelga de una de las paredes. Al frente están una radio y un televisor antiguos, sofás donados por una de las fundadoras y cojines de colores. Ahí está sentado el actor Santiago Villacís.

La primera participación de Villacís con el grupo, recuerda, fue en la obra Pluma y la tempestad. Luego vendría su rol como profesor de actuación, semiótica y puesta en escena en los talleres. Y por supuesto su participación en la restauración de la casa, en la cual —tal como otros integrantes del grupo—colaboró en tareas diversas, que van desde “búsqueda y manejo de fondos” hasta “la fundición de la losa del tercer piso”.

Gerson Guerra (izquierda), actor de ‘La Razón Blindada’.

Es costumbre en Malayerba que todos sus miembros —actualmente son doce personas— roten por diferentes funciones; no solo en el ámbito teatral, sino también en temas administrativos y de relaciones públicas. Tal situación hace posible un gran aprendizaje, considera la actriz y profesora Cristina Marchán: “Somos un grupo que promueve la búsqueda personal de cada integrante, donde cada quien explora sus inquietudes y sus propios caminos”. De esa manera, varios actores han logrado desarrollar las artes de la dirección y la dramaturgia de las que antes se ocupaban, principalmente, los fundadores y líderes del colectivo.

Arístides Vargas, Susana Pautasso, María del Rosario ‘Charo’ Francés y José ‘Pepe’ Rosales son los fundadores de Malayerba. Los dos primeros llegaron al Ecuador exiliados por la dictadura argentina. El actor, escenógrafo y vestuarista Rosales llegó por similares motivos desde Chile, y la española Francés decidió radicarse definitivamente en el país por una decisión compartida con su esposo. Todos ellos se conocieron a finales de la década del setenta en el grupo Mojiganga de Quito. En ese entonces, el teatro en la ciudad estaba marcado por fuertes tendencias ideológicas.

Durante los ochenta, el teatro en el Ecuador se debatía entre las dificultades de la supervivencia y la crisis del “teatro de grupo” de los años sesenta y setenta, o de lo que Franklin Rodríguez denomina el Nuevo Teatro Latinoamericano. Formado bajo los postulados del teatro político de Bertolt Brecht, el método de trabajo de esta corriente enfatizaba la creación colectiva. Cuando varios de los presupuestos político-ideológicos de la izquierda. entraron en crisis, la incertidumbre se extendió hacia este tipo de teatro que durante dos décadas se había consagrado a una militancia activa y cuyos resultados variaron en calidad escénica.
Gabriela Ponce, ‘Malayerba: trayectoria de una subversión teatral’. Revista Archipiélago (UNAM)

De ahí que los recién formados Malayerba fueran vistos como “una agrupación de ruptura, sin adhesiones a fracciones políticas, con una forma festiva de hacer teatro, muy colorida, y a la vez cuestionadora de la realidad”, apunta el director Arístides Vargas. De hecho, en 2009, el Ministerio de Cultura publicó un ensayo de Villacís, un análisis comparativo entre Jardín de pulpos y Ana, el mago y el aprendiz con otras dos obras del grupo: Nuestra señora de las nubes y La razón blindada. Ahí, Villacís hablaba de las dos primeras como “continentes de la memoria social del siglo XX de Ecuador y América Latina”.

Para 1980 –año fundacional del grupo– Malayerba estrenó su primera obra: Robinsón Crusoe. Luego vendrían Mujeres (1982), Dídola Pídola Pon (1983), La fanesca (1984), El señor Puntila y su criado Matti (1986), Doña Rosita la soltera (1988), Galería de sombras imaginarias (1989), entre más de una veintena de producciones teatrales. De todas ellas, sin embargo, marcaría un hito en los primeros años del colectivo Francisco de Cariamanga (1991), por ser la primera obra escrita por Arístides Vargas, y Jardín de Pulpos (1992), con la que el grupo participó en el festival francés Mettre en Scène à Rennes y pudo cumplir su viejo anhelo de adquirir un espacio propio: la Casa Malayerba.

Para Vargas, el exilio y el sentimiento de extranjeridad llevaron al grupo a un arte ubicado en una territorialidad en la que no necesariamente estaban, pero tampoco en la que habían dejado: “un arte del exilio fortalecido por las diferencias culturales, que se muestra en la creación de un territorio poético al que llamamos Malayerba”.

Frente a los pocos lugares de formación teatral en el país y el desarrollo de un lenguaje cada vez más diferenciado, los integrantes de Malayerba decidieron crear sus propios talleres y métodos de enseñanza. Así, en 1989, nació bajo la dirección de ‘Charo’ Francés el Laboratorio del grupo. Desde entonces han pasado por ahí alrededor de quinientos actores, entre los que asoman nombres como los de Carlos ‘Cacho’ Gallegos, Gabriela Ponce, Pablo Roldán y Carlos Valencia, por mencionar algunos. El objetivo del Laboratorio fue siempre, cuenta su directora, ofrecer a los actores instrumentos adecuados para creación teatral, pero con una técnica basada en valores. O en sus propias palabras: “Nunca quisimos un teatro que sea por capricho, sino un trabajo artístico responsable con la realidad”, lo cual se traslada a una “propuesta estética de lo necesario, de la razón de ser, que se expresa en la búsqueda de una belleza que desdeña lo ornamental y convoca a otros seres humanos en un posible mundo mejor”.

La Rana Sabia, Teatro Ensayo y Malayerba son algunos de los pocos grupos creados en Quito entre los años setenta y ochenta que aún persisten en el Ecuador. De ahí que el director Arístides Vargas vea en Malayerba un sobreviviente: casi todas las agrupaciones que iniciaron en esa época —dice— tenían un perfil similar, enraizado en los temas sociales, pero la mayor parte desaparecieron después del desencanto ideológico que supuso la Caída del Muro de Berlín y la crisis en las estructuras estéticas que aquel evento produjo en ellas. Malayerba, por su parte, “siempre tuvo un perfil un poco más anárquico en cuanto a su forma de hacer política, con una postura cuestionadora, pero desde la risa, y elementos de la fiesta teatral. (Tal vez por eso) el público joven siempre asistió a nuestras obras”.

Sobre cómo el exilio y el sentimiento de extranjeridad de sus fundadores influyó en la construcción del grupo, Vargas considera que esas circunstancias son las que los llevaron a hacer un arte ubicado en una territorialidad en la que no necesariamente estaban, pero tampoco en la que habían dejado (en sus países): “Un arte del exilio, fortalecido por las diferencias culturales de sus integrantes, que se muestra en la búsqueda de un lenguaje propio, en la creación de un territorio poético al que llamamos Malayerba”.

Así, los iniciadores del grupo, que en este año celebró su 35 aniversario con el remontaje de la obra Francisco de Cariamanga, intentaron suplir los rigores de estar fuera de sus países, y al mismo tiempo encontraron una herramienta para crear vínculos afectivos con su nuevo contexto. Echaron raíces, que persisten en quienes integran –o han pasado por– la agrupación. Y convirtieron a una vieja vivienda de tres pisos en parte del “territorio poético” al que llaman “casa”. Un espacio propio que sirve de refugio y fortaleza, por donde transita la cotidianidad de sus integrantes, sus inquietudes y propios caminos. El hogar –físico y afectivo– para la expresión de las artes escénicas: la Casa Malayerba.

Después llegarían los reconocimientos nacionales e internacionales, como el premio al mejor espectáculo que obtuvieron en el Festival Don Quijote (París, 2011) o el premio El Gallo que su director recibió en La Habana (2012). Las giras europeas y por el continente americano. Su “influencia marcada” en el teatro ecuatoriano y latinoamericano, de la que hablaba durante su visita a la Casa el actor Guillermo Ale, del colectivo La Cuarta Pared (Argentina). Y en definitiva: una manera de hacer y vivir el teatro que, como sugiere el nombre del grupo, ha sabido prosperar a pesar de las adversidades.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media