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Lincoln en el bardo, de Saunders: una novela de fantasmas esperanzadora

Lincoln en el bardo, de Saunders: una novela de fantasmas esperanzadora
19 de mayo de 2018 - 00:00 - Ernesto Carrión

Un hombre tiene a su hijo, de 11 años, postrado por una fiebre tifoidea. Mientras el niño delira por la fiebre, una fiesta pomposa sucede dentro de su casa. El niño morirá, y el hombre tendrá que lidiar con esta tragedia, a la par que continuar al frente de su país, que se encuentra pasando por una guerra civil. El Sur y el Norte están en guerra, entre otras cosas, por continuar con el esclavismo, algo que el presidente pretende erradicar. El modelo negrero debe ser sustituido por el modelo industrial.

Lincoln en el bardo, de George Saunders inicia de este modo, ubicando al lector frente al que, tal vez, haya sido el momento más doloroso en la vida del presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln. La muerte de su pequeño hijo, Willie, lo deja inmerso en una profunda depresión. La muerte de un hijo (aún más si se trata de un niño), para cualquier padre, solo puede sentirse como una pesadilla. Algo para lo que no hay respuestas ni sosiego.

La vida de Lincoln fue, de hecho, muy trágica. Perderá a su madre y hermana, al igual que a tres de sus cuatro hijos. Y él mismo será asesinado.

Lincoln en el bardo es, sin embargo, una novela esperanzadora, desde el punto de vista de los vivos y también de los muertos, de los fantasmas, ya que una vez muerto el pequeño Willie, irá a dar al cementerio, donde comenzará a relacionarse con otros fantasmas que residen allí, y que han perdido el contacto con sus realidades. No se piensan muertos. Se piensan enfermos, y por eso llaman a sus ataúdes «cajón de enfermo».

El presidente, desasosegado, irá al cementerio por la noche, y sacará a su pequeño del ataúd para abrazarlo por última vez. Lo que desencadenará todo un revuelo entre los otros fantasmas, que se creían ya abandonados por sus familiares. Ellos verán en la relación del pequeño Willie y su padre la posibilidad de ser también visitados por sus parientes.

Una novela construida desde ningún narrador. Así como se lee. No hay un narrador omnisciente, ni protagonista ni testigo. En su lugar: capas y capas de diálogos-monólogos. La obra está estructurada de dos modos, ambos novedosos, uno de ellos producto de un accidente literario.

Saunders ha omitido su voz con éxito para reconstruir el ambiente de la fiesta en casa de los Lincoln, al igual que sus sentimientos tras la muerte del hijo pequeño, y las opiniones sobre la guerra civil; lo hace a través de fragmentos y materiales recogidos de otros autores que han escrito sobre Abraham Lincoln y su familia. Estos fragmentos, con su fuente debajo, repito: sin haber pasado por el filtro de Saunders, sino siendo únicamente pegados a modo de un rompecabezas, nos van guiando, por momentos, dentro de la novela.

Así podemos leer:

Muchos invitados recordaban especialmente la hermosa luna que brillaba aquella velada.

Un tiempo de guerra y de pérdida, de Ann Brightney

En varias crónicas de la velada se menciona el resplandor de la luna.

El largo camino hacia la gloria, de Edward Holt

Oí decir varias veces y siempre en voz baja que no estaba bien entregarse a semejantes fastos cuando la Muerte misma se había presentado a la puerta de la casa, y que en momentos así tal vez la vida pública más apropiada fuera

la más modesta.

Cartas de Barbara Smith-Hill en tiempo de guerra, edición de Thomas Schofield y Edward Moran

 La noche pasó despacio; llegó la mañana, y Willie estaba peor.

Keckley, óp. cit.

Otra novedad al momento de construir esta novela, es que está enteramente dialogada. Son 166 voces —entre fantasmas y citas de no ficción, los fragmentos, arriba mencionados, con sus fuentes). Un coro de horror que nos hace pensar en la muerte desde el otro lado. Algo que, lo ha expresado así el autor, más que tratarse de una idea experimental, sucede porque estuvo por años trabajando esta novela a modo de una obra de teatro. O, mejor dicho: esta novela en algún momento fue una obra de teatro, y mucho de su forma original debió sobrevivir una vez que se transformó en una novela. Un accidente literario que le brinda una —qué curioso— frescura, agilidad y libertad poética, ya que los personajes pueden decir ampliamente, en sus condiciones de fantasmas, lo que se les antoje.

Cuento de terror, por momentos, en que los fantasmas bailan, dialogan, fornican, pelean (hay una secuencia entre un oficial sureño y un esclavo en el que el primero obliga al segundo a recordar su condición de esclavo, lo que hace que el esclavo reviente la cabeza del oficial sureño y se ponga a llorar; hasta que la cabeza vuelve a crecerle por lo que el oficial vuelve a reclamarle al esclavo por sus obligaciones y este vuelve a matarlo y a ponerse a llorar) y se introducen también en el cuerpo del presidente, para poder vivir así la experiencia sensorial de lo que piensa.

Lincoln en el bardo es, tras su envoltorio increíble, un acto de esperanza. Una pieza maestra que nos traslada en sus más de 400 páginas por la noche más dramática de Abraham Lincoln, pero sobre todo de un padre, que debe aprender a vivir desde el día siguiente con la ausencia de su hijo.

 Muchos invitados recordaban especialmente la hermosa luna que brillaba aquella velada.

Un tiempo de guerra y de pérdida, de Ann Brightney

En varias crónicas de la velada se menciona el resplandor de la luna.

El largo camino hacia la gloria, de Edward Holt.

Oí decir varias veces y siempre en voz baja que no estaba bien entregarse a semejantes fastos cuando la Muerte misma se había presentado a la puerta de la casa, y que en momentos así tal vez la vida pública más apropiada fuera la más modesta.

Cartas de Barbara Smith-Hill en tiempo de guerra, edición de Thomas Schofield y Edward Moran

 La noche pasó despacio; llegó la mañana, y Willie estaba peor.

Keckley, óp. cit.

 

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