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La magia y el poder de los diccionarios

La magia y el poder de los diccionarios
22 de agosto de 2016 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Profesora de redacción y lexicógrafa

Los diccionarios siempre han sido algo así como objetos mágicos, que tienen el poder de hacer aparecer palabras y significados, y acercarnos a la memoria de las comunidades y de las sociedades. No es coincidencia que encontremos diccionarios de todo: de idiomas, de variantes, de profesiones, de grupos sociales, de pasatiempos, contrastivos, de léxicos personales y mucho más. Obviamente, se trata de obras perfectibles, que nunca abarcarán todas las palabras de la comunidad que los origina, pues las lenguas y los saberes se nutren de los usos, y esos no pueden entrar en un libro con la premura con la que entran en la cotidianidad. Sin embargo, nadie puede negar la magia que implica tener un diccionario en las manos.

Al pensar en diccionarios, uno de los primeros rasgos que se nos viene a la mente es su volumen. Recordamos esos libros que nos obligaban a llevar a la escuela y que nos pedían consultar a menudo, y eran tan pesados y ocupaban tanto espacio. También pensamos en esos enormes tomos que ocupan los estantes, a los que recurrimos cada vez que necesitamos aclarar un significado o probar nuestra erudición. Con el avance de la tecnología, los diccionarios pueden consultarse en línea y ya no son pesados, pero siempre se nos presentan como obras inagotables, que tendrán una respuesta para darnos. Como obras perfectibles, quizás esa respuesta no sea la que esperamos o la que hubiéramos dado, sino alguna decepcionante o incompleta. Muchas veces sucede eso porque, al fin y al cabo, los diccionarios son elaborados por humanos que tienen sus sesgos y sus cánones. Aun así, el diccionario nunca deja de ser una obra maravillosa y encomiable.

Muchos diccionarios han sido producto del trabajo de una sola persona, que por años se ha dedicado a recopilar palabras, juntar significados, investigar, descubrir, maravillarse con las palabras. A María Moliner, por ejemplo, el Diccionario de uso del español le llevó quince años de trabajo. El habla del Ecuador, diccionario de ecuatorianismos de Carlos Joaquín Córdova, fue también una tarea muy larga. Estos trabajos individuales no solo demuestran los conocimientos de sus autores, sino el tesón, la paciencia y el amor con los que uno debe acercarse a una lengua.

Hay diccionarios, en cambio, que cuentan con amplios equipos de trabajo, en los que se incluye a lexicógrafos, gramáticos, etimólogos, investigadores, recopiladores, informáticos, redactores, correctores, editores y más. Estos, que suelen ser los diccionarios generales de las lenguas, suelen ser también los que más influencia tienen en las sociedades, pues detrás de ellos se encuentran instituciones de prestigio y también, en muchos casos, intereses económicos. Este sesgo ‘marquetinero’ hace que a veces dudemos de su ‘objetividad’, pero, de todas maneras, no dejan de ser un reflejo interesante de las sociedades y guardianes de la memoria.

Otros diccionarios precisan de un equipo de sensibilidades más que de un equipo profesional. Hablaré de ellos la próxima semana porque el espacio es corto. Por ahora, les dejo de tarea mirar los diccionarios que tienen en sus casas, descubrirlos, cuestionarlos y reconocerlos como lo que son: viejos y sabios amigos que tienen mucho que contarnos.

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