Publicidad

Ecuador, 29 de Marzo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Vayaselaver

La incesante audacia del histrión

La incesante audacia del histrión
03 de octubre de 2016 - 00:00 - Hugo Avilés Espinoza*

*En conversación con Mary Pacheco, Enrique Valle y Andy Guillén

«¿Qué hacen las mujeres atletas cuando se detienen?... una joven hace carreritas cortas mientras revive a su madre, su abuela y viejas decepciones». Con esta breve reseña se anuncia en prensa la convocatoria para ver la pieza teatral titulada Miranda y las yardas, que se presenta en MicroTeatro Miraflores, con la actuación de Mary Pacheco y la dirección de Andy Guillén. Ambos son miembros de Arrastra Teatro, un elenco joven guayaquileño que en cada nuevo montaje busca darle identidad a su profesionalización. En esta ocasión, continúan su búsqueda con la puesta en escena de un fragmento adaptado de la obra Donde el viento hace buñuelos, del dramaturgo argentino radicado en Quito Arístides Vargas.

Empieza la obra. Corre el personaje. Corre la actriz. Corre la puesta en escena. Todo corre audazmente.

Oscuro. Música de fondo (bolero mexicano, para ser precisos). Ambiente ámbar con matices azules iluminan a Miranda, quien a partir de ahora empezará a correr para llevar sus recuerdos a nuestras pupilas. Hay un gesto que marca la obra, esa postura inicial de los corredores que esperan, —con las rodillas flexionadas— a que empiece la carrera. Esa genuflexión del atleta que parte será el signo corporal desde el cual veremos correr la historia y sus protagonistas. Protagonistas, sí, porque en espacios pequeños como los que acogen microteatro, los histriones suelen personificar a más de un personaje. Mary Pacheco se convierte en tres. El desarrollo de la obra es sincrónico. La abuela de Miranda es quien corre primero, a sus rutinarios quehaceres; luego corre la madre hacia el marido y sus vicios de varón, y después corre Miranda hacia sus interrogantes de libertad.

No hay más conflictos. Nadie se opone si no el destino. Un destino signado por la audacia que las unifica.

El texto —en el que es evidente el estilo de Vargas— es abordado y tratado como noticia, con ritmos, fraseos, pausas e intenciones que recuerdan al teatro de Bertolt Brecht con todo el efecto de lejanía emocional tanto con la situación escénica como con el espectador.

La excepción es una escena en la que Miranda se sienta en el alféizar de la ventana, que es el momento en el que más logra conectar con la audiencia. De todos modos, parece que el propósito no es emocionar, sino informar, un resultado que se da más por la estructura dramatúrgica que por el tratamiento verbal de los parlamentos. La construcción de tres personajes merecería, en principio, tres impostaciones distintas. La actriz lo sabe y lo confiesa: «Sé que la voz siempre ha sido mi punto débil, y estoy permanentemente trabajando en eso», dice Pacheco, pero aquello no le impide continuar con la aventura ya iniciada: Miranda ha empezado a contarnos su vida desde la llaneza de su única voz.

El vestuario se exhibe con valor particular, puesto que Miranda pareciera ser una mujer de principios del siglo pasado, a juzgar por las piezas que la visten como figuras de Brueghel el Viejo: turbante, blusa de algodón y falda amplia; sin embargo el director le plantea a la imagen un paño, con la funcionalidad del anaco, y un poco más, transformándose en chal, poncho, bufanda, para ocultar o mostrar —según sea necesario— las variaciones del personaje.

Con la ejecución de este efecto, sale a relucir una notoria distorsión de la indumentaria: una pantaloneta de clásico corte moderno, en colores y estilo, que, sumada a un par de fosforescentes polines clownescos, pretende la jerarquía de símbolo en correspondencia con el tema de la obra, es decir, «mujeres atletas».

Habría sido gratificante una mayor audacia en el trabajo interpretativo, en el que pueden apreciarse desde tangencias que van del psicologismo de Konstantín Stanislavski y el distanciamiento de Brecht hasta la biomecánica de Meyerhold, todo lo cual no termina de ser —sobre todo en cuestiones de intensidad escénica—. Al respecto, Guillén acota: «Vamos avanzando juntos con la actriz en la construcción de los personajes, y de repente le pido que se detenga y exploremos un rasgo determinado, si noto que funciona para la obra, entonces lo fijamos».

De todos modos, se vislumbra una ligera suerte de timidez que coarta el manejo del cuerpo y la energía. Y eso es algo que se siente no por ausencia de técnica sino por mesurar la entrega, como si todo el tiempo el actor se desdoblara para convertirse en un severo juez de su personaje —y el rol que desempeña—, al que no le permite rebelarse, porque eso podría comprometerlo a tomar las riendas de un bruto que se pudiera desbocar y hacer de las suyas. Pero es necesario, porque quince minutos son pocos para transformarnos, a menos que se juegue la vida en ello.

El espacio es tratado con frontalidad a la italiana; es decir, el público de frente a la escena, y no se evidencia propuesta escenográfica de no ser por una encantadora y tradicional ventana de chaza a la que se le podría sacar mejor provecho incidiendo en el espacio y los espectadores desde la ventana hacia la fábula, y no viceversa, que es como está planteado.

Hay dos momentos que enrarecen la puesta en escena, el primero, cuando Miranda abre la ventana y, viendo el vecindario, lo impreca como tibia penitencia; el segundo, al final de la pieza, en un efecto que ya viene siendo una recurrencia en los montajes de Guillén —y en el que el Director pregunta a la actriz: «Mary, ¿lo que hemos visto es realmente una obra teatral?»—, como exorcizando la aparición de desbocados demonios, o peor aún, disculpando la audacia hasta ahora sucedida; algo así como el coloquial «disculpe nomás cualquier cosita que no le haya gustado».

Váyasela a ver. Nunca las yardas que lo distancien de un histrión incesantemente audaz serán tantas como para que usted se exima de asistir a la fiesta y ritualidad del hecho teatral.

Corra, como quizá alguna vez corrieron sus abuelos, como a lo mejor en algún momento corrieron sus padres, como les enseñará a correr a sus hijos e hijas detrás de un momento que transforme sus vidas, segundo a segundo, yarda tras yarda.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media