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El Telégrafo
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Lectura

La Habana para una Marilyn reinventada

Ilustración: Karlos Almeida
Ilustración: Karlos Almeida
27 de julio de 2015 - 00:00 - Raúl Serrano. Escritor y periodista

Para mi gusto, el poder apesta.
El sexo es siempre una complicación para los hombres de letras
-escriben demasiado sobre él-
Se mortifican con el recuerdo de vida que les toca.
Raúl Vallejo (2012). “Del diario secreto de Marilyn”.

 

Plano doble

Marilyn en el Caribe (2015) de Raúl Vallejo (Manta, 1959) es una novela intensa y rica en sentidos y significados a pesar de su brevedad que, en primera instancia, se ofrece como una relectura del mito de aquella rubia que la industria de Hollywood -con sus ideólogos y desquiciados agoreros- pretendió (a buena hora fracasaron) convertir en la versión modélica de la mujer tonta, bobalicona y despolitizada del siglo XX; modelo con el que su propaganda del sueño americano se convertiría en una droga que les daría la opción, entre otras, de ocultar aquello que esa criatura con su vida y pasiones asumidas a plenitud y autenticidad, puso al descubierto (y en descrédito) de una manera y forma que nunca llegaron ni siquiera a sospechar.

En una segunda instancia o plano de sentidos, esta lograda novela de Vallejo, ganadora del Premio Nacional de Novela Corta de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá 2014, es también un desciframiento; proceso ejecutado por el autor con precisión y tensión admirables del contexto, el tiempo que habitó esta “adorable criatura”, a decir del malévolo Truman Capote; un tiempo atravesado por paradojas y contradicciones de una sociedad que se promueve como el paradigma de la libertad y la democracia (en teoría), pero que en los hechos es una de las dictaduras más perfectas y acabadas que el capital y las tenebrosas corporaciones -incluidas las que están detrás de la industria cinematográfica y los banales certámenes de belleza- han podido granjearse.

Ese entramado el narrador nos lo proporciona -sin afectar la secuencialidad de la historia- con tal cuidado que tanto el lector diestro como el no avisado pueden acceder a las coordenadas que configuran ese mapa de referencias históricas y políticas en el que se mueve la Diosa así como el viejo jardinero -otro de sus devotos amantes- John G. Greene, depositario, por esas casualidades de la vida, del Diario de la actriz que Norman Jefferies, “el jardinero de la casa de Marilyn hurtó del escritorio del juez Theodore Curphey”, y Odalys, esa “jinetera de treinta y ocho años que recorre los hoteles de Vedado en busca de turistas y revolucionarios de cafetín, ansiosos de mulatas marxistas”. Con ellos está Usnavy Cruz, “un negro, viejo […] que se dedica a la santería y a cuya casa acuden desde turistas deslumbrados por lo desconocido, becarios de todas partes del mundo, hasta ciertos dirigentes del partido”.

Una triada de personajes a los que se suma la diva con todo su doloroso y siempre subyugante esplendor de esa criatura que se escapó de alguno de los capítulos prohibidos por el Eclesiastés o el Cantar de los cantares. Criaturas con las que, metamorfoseadas en personajes, Vallejo construye una historia conmovedora, desconcertante y universal, sin renunciar en ningún momento a los colores y olores locales (el escenario de esta historia de amor es La Habana de los sesenta hasta el presente), en torno a la siempre fugaz y enigmática Marilyn Monroe.

Versiones del mito

Para no caer en patetismos gratuitos, o en visiones repetidas o maniqueas sobre el mito, el autor se vale de un artificio cuyo antecedente está en su alucinante poema Del diario secreto de Marilyn, que escribió para el tributo Solo ella se llama Marilyn Monroe. Relecturas de una diosa (2013). Se trata de un recurso que tiene su historia en la literatura moderna, y cuyos resultados son contundentes: la recuperación de un documento forjado, el diario que supuestamente llevaba (en términos reales se sabe que la diva escribía en cuadernos y libretas textos que no dejan de sorprendernos aún) y en el que fue consignando aquello que ni siquiera a sus siquiatras de turno -como el famoso doctor Greenson- llegó a confesarles. Pero ocurre que ese diario, y esto es lo más revelador y logrado de esta novela, no dice ni cuenta banalidades; todo lo contrario, nos participa de la voz más antigua y dolorosa respecto a esa criatura que sus contemporáneas veían con admiración, unas, y otras con envidia o celo porque sus palabras y acciones ponían en riesgo lo que eran sus paraísos artificiales, o las interpelaba, en tanto mujer pública deseada y deseante, con un desparpajo que nadie había mostrado antes.

Una voz que conmueve porque el autor ha logrado dotarla de tal autenticidad, de una coherencia absoluta la sintaxis del personaje. Tal es su poder de convicción que los lectores damos por hecho que se trata de una transcripción obsecuente del diario de tapas rojas que el jardinero Green ha sabido guardar con el entusiasmo y la pasión de quien sabe que está protegiendo un texto que contiene unas verdades insospechadas por tirios y troyanos. No duda Green en asumir que al revelarse esos contenidos pueden hundir a un imperio y a sus fantoches embriagados de soberbia; o bien ser ese evangelio que en un momento dado le puede salvar la vida a cualquier desdichado de este mundo.

No es hiperbólico lo que anotamos. Sucede que las cuatro unidades capitulares -de las quince que hacen la novela- escritas en cursiva y en las que la voz de Marilyn se impone como un palimpsesto, le permiten al lector ser parte no solo de los secretos, dolores y broncas que la aquejan respecto a los hermanos Kennedy (John y Robert, con quienes tenía una ambigua historia de amoríos), sino también participar de la percepción y lectura que teje de ese personaje siniestro (el poder detrás del poder) llamado Edgar J. Hoover. En el diario forjado, ese paraíso artificial se presenta con todas sus llagas, su moralina burguesa seudocatólica y seudoprotestante. Huele tan mal ese paraíso que a todos nos hace suponer que, como parte de las políticas de silenciamiento a las que recurre la potencia cuando se siente amenazada, callar a Marilyn era evitar (el imperio en esto es muy clínico) riesgos que luego podrían complicar al clan de los oscuros Kennedy y al futuro del gobierno que siempre aparenta lo que no es.

Otro pliegue

Se puede ver este texto en otra dimensión: lo político. Un tema, junto con el del amor, cuyo tratamiento en la literatura de todos los tiempos se muestra como un desafío. Asunto o leit motiv que atraviesa y tensa todo el tinglado de esta novela que se suma a la ya notable obra narrativa de Vallejo, en la que destacan cuentarios como Máscaras para un concierto (1986), Fiesta de solitarios (1992), Pubis equinoccial (2013) y las novelas Acoso textual (1999) y El alma en los labios (2003).

Lo político no desentona ni estorba: discurre, sucede como parte de la dinamia, de la cotidianeidad del drama, del ser y el estar de los personajes. Estrategia escrituraria que evita sesgos panfletarios o direccionamientos tendenciosos con la supuesta idea (error que suelen cometer algunos novelistas) de moverse en las procelosas aguas de las buenas intenciones o postergar los cuestionamientos, con esa falsa cautela que desborda las simpatías o antipatías de un autor ante ciertos hechos políticos o históricos. Error que parte por confundir el rol de la voz narrativa o la de los personajes en un mundo ficticio, que tiene su propia autonomía y leyes. Albur que Vallejo asume con entereza y lucidez, pues sabe que ahí se juega la suerte no solo de las criaturas que habitan este engranaje novelesco de ritmo sostenido y de pausas muy bien labradas, sino la de toda la estructura textual.

Lo político se ensambla con visiones superpuestas entre el glamour desalmado, los juegos de poder, la hipocresía y fatuidad de la sociedad norteamericana, que Marilyn supo desenmascarar con astucia; como correlato está el escenario de postal en sepia de La Habana: la experiencia revolucionaria épica de los sesenta, el bloqueo atroz, la emigración del Mariel y el período especial de los noventa. Ciudad que ha acogido al jardinero gringo (poseedor del diario de Marilyn, se sabe perseguido político), y en donde su encuentro con la mulata Odalys significará la lectura, tan desconcertante como desconsoladora, del devenir y crisis de la utopía revolucionaria. Utopía que al confrontarse con la realidad y el acumulado histórico nos vuelve al replanteo de preguntas sobre cómo conciliar lo que un orden social y político puede aún representar en términos de salida o de encuentro con los sueños y anhelos, no solo de un viejo que resucita como tantos mortales lo hicieron y lo hacen gracias y a través de Marilyn en la piel de esa mulata que lleva una vida que no ha sido inscripta en ningún cuaderno de tapas rojas transformado en amenaza. La vida de Odalys tiene mucho, con las variantes del caso, de la existencia vital, fuera de lo políticamente correcto, de Marilyn. Y no solo de la diva ni de la gran artista que fue y es, sino del sujeto-mujer que el poder y sus múltiples tentáculos, en uno y otro sistema, no dejan de estropear ni de violentar con la misma insolencia que lo hacen los hermanos Kennedy, el ladino Frank Sinatra y sus despiadados mafiosos, o aquellos “revolucionarios de cafetín ansiosos de mulatas marxistas”.

La condición afrodisíaca

Si hay una palabra (¿es un verdadero afrodisíaco o fantasma?) que se reitera en esta novela, esa palabra es ‘poder’. Y cuando aparece, lo que está en escena es el acertado nivel reflexivo, sin llegar a ser forzado, de los personajes. Como muestra, este párrafo del diario de Marilyn, que empieza citando a su exesposo, el dramaturgo Arthur Miller:

Arthur solía hablar acerca de la condición afrodisíaca que el poder ejerce sobre las mujeres. Él decía que a las mujeres les fascina ser la presa favorita de los cazadores poderosos. Así debe ser porque he sentido que no hay nada tan excitante como tener al hombre más poderoso del mundo arrodillado, hundida su cabeza entre mis piernas apuntando a la luna.

 

Pero el poder que tuvo Marilyn, como el que amasan en su soledad el viejo jardinero John G. Green y su amada Odalys, se contrapone al afrodisíaco. Ese poder da cuenta de la pasión por la vida y su entramado siempre sinuoso, y también de sus desencuentros y abismos. Una pasión que es capaz de convertir el exilio del perseguido político, muy a su pesar, en una especie de reencuentro con el hombre que nunca fue en la tierra del sueño americano, y que nunca hubiera llegado a tener lo que en su otoño le ha llegado como recompensa por decidirse a buscar un lugar para proteger la memoria de Marilyn. Protegerla de tantos hijos de perra que -le ocurre a Odalys- nunca repararon en lo que ella tenía para compartir y hacer menos desdichados no solo a los hombres sino a todo este mundo, del que Green, con ese hálito de nostalgia muy de los espías que han surgido de la maquina inventada por John Le Carré, sabe que la mulata es la contraparte perfecta; cuerpo resurrecto que Dios o el destino le puso enfrente para darle la certeza de que Marilyn ha retornado, que siempre vuelve con su magia en el cuerpo de la mulata que ve en el viejo jardinero a ese hombre que busca, desde la pasión amorosa que Marilyn -lectora de poetas totales como Whitman y de novelistas de la sospecha como Dostoievski- le ha enseñado. Gestos y guiños que le permiten, entre otras cosas, reconciliarse con la vida y con ella misma. Una reconciliación que es el culmen del encuentro entre dos exiliados, dos perseguidos por aquello que la historia y el poder construyen a costa o al margen de los sujetos, de sus pasiones y deseos que aquí encarnan un sentido que trasciende lo erótico y lo carnal.

Retornos

Al parecer, otra vez (lo podemos confirmar al leer y releer esta novela de Vallejo) la literatura, pese a todo lo que han vaticinado los brujos de la posmodernidad en su contra, vuelve por sus fueros para salvar a este trío de personajes memorables; y para salvarnos, a nosotros, hipócritas lectores, con sus poderes tan subyugantes como la voz, los gestos, el cuerpo (territorio de diversas refundaciones), y la poesía que hilvanan estas dos Marilyns, la rubia y la mulata; dos caras de una misma y compleja metáfora. Única y múltiple mujer convocada en este canto, que además, por todo lo que connota el término, lo es por su precisión en el manejo de un lenguaje que envuelve y hechiza, y que lo convierte en el más bello tributo que se haya escrito, en lo que va del siglo en América Latina, sobre la diosa de la posmodernidad y la contracultura.

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