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Fotopoemario: de cuando la poesía huye del poema y se posa en lo visual

Fotopoemario: de cuando la poesía huye del poema y se posa en lo visual
09 de junio de 2018 - 00:00 - Ernesto Carrión

La poesía visual, tildada de experimental, aunque se pueda rastrear desde «El huevo» de Simmias de Rodas (IV a. C.), un caligrama como muchos que luego radicalizó Apollinaire en su tiempo, es una modalidad poco o nada trabajada en nuestro país.

Particularmente siempre encuentro en un poema visual alguna sorpresa, generando en mí la auténtica impresión de regresar el poema a cierta orfebrería creativa que amplía el lugar del juego, que hace del gesto infantil su mayor fuerza.

Entre la plástica y la literatura, la poesía visual siguió creciendo gracias a corrientes como el futurismo y el surrealismo. Y en países como España y Brasil, es celebrada desde hace décadas y todavía se sigue cultivando. Hay incluso concursos internacionales que intentan fomentar este modo de poetizar a través de otros soportes.

Hace poco me encontré con un libro de Joan Brossa (Barcelona, 1919 – 1998), quien es considerado uno de los mayores exponentes de la poesía visual y objetual, en el que había trabajado en colaboración con un fotógrafo, Chema Madoz. Este libro, titulado Fotopoemario, y editado por La Fábrica, es una muestra de lo que puede hacer la palabra poética en colaboración con la imagen.

Me detengo en lo que parecería ser una incongruencia. Pero no lo es. ¿Un poema despojado de palabras? ¿Hecho solo de imágenes? ¿Fotos de unos objetos desde cierta perspectiva, o ubicados de x modo?

La poesía puede ser perfectamente un estado de contemplación al que se puede llegar con imágenes que, ubicadas de cierta forma, generen un sentido poético sobre lo que supuestamente estamos viendo. ¿Un desconcierto? ¿Un enlace inusual de significados? ¿Una realidad alterna brotando donde antes parecía imposible? ¿Algo que rompa expectativas?

Todo eso es, de hecho, la poesía.

Pero volviendo al libro de Brossa con Madoz, lo que aquí se nos entrega es una colaboración que va, en este caso, como un contraste entre poema y fotografía. O, como dice en su prólogo, una correspondencia dinámica de un lado al otro.

Fotopoemario está compuesto por doce poemas de Joan Brossa interpelando (o interpelados) a doce fotografías de Chema Madoz.

Algunos de esto son:

Imagen

Un peinado con la raya al medio

contribuye a alargar aparentemente

la nariz, y una peluca rapada

aplana la cabeza

 Cosmos

 Dicen que se desconoce el papel que juegan

los campos magnéticos en la formación de

estrellas y que tampoco conocemos bastante las

características del polvo y el gas interestelares de

los cuales nace la nueva generación de estrellas.

Folletín

 …y los dos miserables avanzan

madurando el proyecto tenebroso

 Esta aventura acabará en el próximo número.

La reflexión que provoca este juego que se da entre el poema y la fotografía hace crecer al mismo poema y a la misma fotografía de un modo inusitado. Ambos soportes —después de ser asimilados— parecen estirarse hacia una reflexión lírica desconocida, extraviándonos como portadores de algún mensaje fijo y determinante, lo que impregna ese ejercicio de libertad y juego.

Pero lo de Brossa y Madoz es —como mencioné arriba— una interpelación. Un espacio en el que la escritura y la fotografía articulan y desarticulan sus dimensiones para refundar un espacio vaciado de sentido literal. Dando a luz así a otro modo de entender a la poesía. Y a la fotografía, por supuesto.

Entonces dejo aquí al lector con una pequeña muestra de poesía visual y objetual de otros autores, para que pueda disfrutar de la vitalidad de la transformación de cualquier significado, esa posibilidad de que una imagen-poema escape volando por encima de nosotros. 

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