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Perspectiva

Federico García Lorca entre líneas

Federico García Lorca entre líneas
22 de agosto de 2016 - 00:00 - Paquito Valdivieso. Escritor

Pero yo ya no soy yo, ni mi casa
es ya mi casa.

Federico García Lorca, ‘Verde que te quiero verde’

 

Algunas corrientes de pensamiento consideran las cosas y los seres como apariciones estables. Lo cual no es un problema, excepto cuando se confunde inconscientemente estabilidad con lenguaje. Con palabras que definen o clasifican se lucha contra el miedo a la vida, el miedo de que la vida sea impredecible. En cualquier momento, el camino de la vida puede explotar, multiplicarse, variar y burlarse siempre de alguna fijación. Las palabras no pueden evitarlo. De esta forma, una persona puede manifestarse en la vida y desaparecer en los lugares menos pensados y de la forma más inesperada. Así, un chico español llamado Federico García Lorca nace en Fuente Vaqueros, provincia de Granada en 1898. Posteriormente, en 1936, mientras viaja de Víznar a Alfacar, termina en una fosa común, abaleado y sepultado bajo el marco de la Guerra Civil Española.

Para el momento de su deceso, su nombre retumbaba en los corazones de amantes del teatro y la poesía. Y ahí no acaba la cosa. La situación de Lorca es particular porque de cierta forma, detona la visión que tenemos sobre este autor en el mundo occidentalizado. Autores como Foucault han explicado extensamente que el autor es una figura discursiva empleada para facilitar la fijación y clasificación de emisores culturales. A un autor se le adjudica una disciplina, un tiempo, un período, una tendencia y posteriormente se describen las obras, como elementos que corresponderán necesariamente. No obstante, hay una pequeña trampa en este juego, ya que en algunos casos se termina clasificando una obra a partir de los parámetros otorgados previamente al autor. Como si las categorías que pensamos y otorgamos cayeran y fijaran a una persona, encerrándola. Lorca es un acontecimiento, como tantos, sorpresivo. Es un autor que nos recuerda las posibilidades de la creación como un potencial que excede los límites que impone una disciplina.

Aparte de producir poesía y obras de teatro, Lorca tuvo una extensa obra pictórica de la que no se conoce o sobre la que no se reflexiona mucho. El motivo es una preconcepción que absolutiza a Lorca como poeta. Así, muchos pueden desvalorar inconscientemente la obra pictórica, porque la consideran como accesoria a su gran obra literaria. La crítica literaria fue la primera en asumir a Lorca como elemento suyo. La crítica pictórica no se aproxima a robar este autor de su disciplina, porque es considerado un poeta que hizo dibujos, mas no un artista. De hecho, los pocos análisis que se han hecho sobre los dibujos lorquianos provienen de estudiosos de letras o grafología.

Quizá el error de Lorca fue publicar solo obras literarias y nunca un libro exclusivo de sus dibujos. Aunque sobradas son las cartas entre Lorca y su amigo, el crítico de arte Sebastiá Gasch, en las que se registraba el plan de lanzar un libro que recogiera toda su obra visual. Hay que contemplar también que mientras vivía, sus dibujos únicamente formaron parte de dos exposiciones. La primera, una individual, en la Galería Dalmau en Barcelona el 25 de junio de 1927, y la segunda, una muestra colectiva, en el Ateneo Popular de Huelva el 26 de julio de 1936. En comparación con sus obras literarias, sus intervenciones visuales fueron escasas, pero un factor numérico no puede ser el referente para clasificar a García Lorca como un agente estrictamente literario. Sería un error afirmar que de todas las creaciones de este autor las literarias eran la obra real y las visuales un pasatiempo o trabajo menor.

Su obra literaria tiene muchos puntos de encuentro con sus dibujos, aunque no se pueden clasificar de la misma manera. Es sabido que su poesía tiene ciertos períodos definidos. En un inicio, sus textos tenían una producción marcada por una influencia becqueriana. Hablamos de Impresiones y paisajes (1918), Libro de poemas (1921). El influjo de la cultura local en Lorca desemboca en un período de revaloración de las mitologías andaluzas, son textos como Poema del cantante jondo (1924) y Romancero Gitano (1928). A continuación Lorca entra en un período en el que el surrealismo lírico gana preponderancia. Es el momento en el que escribió el decisivo Poeta de Nueva York (1930).

Su obra pictórica tiene dos ámbitos, pero que siempre se interrelacionaron. Hasta 1927, los dibujos de Lorca reviven personajes que también revive su poesía. Grupos gitanos, judíos, arlequines, bandoleros, vírgenes, ángeles, personajes que son como de un pasado rural, de ficción bucólica. Pero ese mismo año, Lorca empieza a recrear imágenes con una mayor abstracción. Esto no quiere decir que dejó de realizar obras figurativas, sino que estas dos tendencias empezaron a ser como hermanas, alternándose en las hojas que el dibujante-poeta llenaba con formas y trazos. En este sentido, su poesía y sus dibujos tienen grandes similitudes, pero existen además, y esto es lo más interesante, diferencias. La primera gran diferencia es que todos los dibujos los realizó con un trazo fino. Las formas que encierran son evanescentes, tienen la posibilidad de casi desaparecer bajo su propia sutileza. Aunque la temática de sus imágenes pueda considerarse celebratoria o violenta, las líneas tan finas que las producen nos sobrecogen suavemente. Son telarañas o laberintos de seda, que pueden enredar al espectador pero no con agresividad o definición, sino con una suerte de aroma imperceptible. La fortaleza de la palabra y el golpeteo rítmico del canto, presente en sus poemas, es algo ajeno a sus imágenes. Aquí los cuerpos son desproporcionados, difícilmente divisibles para dos. Son cuerpos libres, que no encajan en una ecuación rítmica. El orden necesario para juntar las palabras de manera armoniosa no se encuentra en la rapidez de los trazos que crean formas y personajes como por accidente. A veces atropellándose o superponiéndose, las líneas responden a un deseo de espontaneidad, en el que la necesidad de comprensión lingüística se escapa. No todas las líneas explican algo reconocible, una idea, un verbo, un sustantivo. Algunas son como espíritus jugando en un momento de materialización leve. Los colores recorren el papel no con la plenitud que una palabra puede dar, sino más bien con la posibilidad que un momento puede permitir. El color nunca es absoluto, es como un garabato moderado que se ha esparcido por una parcela, antes de salir al recreo. Estas características han hecho pensar a muchos que estos dibujos eran apresurados y por eso no habían sido realizados con la dedicación que sus poemas o sus obras de teatro denotaban. El error es creer que la parsimonia en la creatividad es el requisito de una obra formal, como si la espontaneidad y la brevedad no pudieran ser en sí mismas la esencia de una forma de arte tan válida como cualquier otra. Como si la informalidad no pudiera ser la característica de un arte serio. Lorca cultiva formas opuestas de arte, lo que detona la idea de un autor con una fijación creativa. Tiene fantasmas que aparecen en todas sus formas de creación, sí, pero cada una también tiene matices y expresiones diferentes. Así, algo tan contrario como una poesía principalmente comprendida por lectores mayores o adolescentes, celebratoria de la complejidad del lenguaje, nace de un mismo corazón que a la vez dibuja con la inocencia y dedicación de espíritu de un niño.

Una sensibilidad joven, pero que demuestra que para materializar sueños no se necesitan explosiones o gran complejidad. Los cuerpos desproporcionados de Lorca no son monstruos que infunden miedo. Son seres que demuestran vulnerabilidad: Están siempre con los brazos en el pecho, como abrazándose, como mostrando su necesidad de protección. Estos seres lo acompañaron o se materializaron en sus manos hasta que escribió Romancero gitano y cambió de estilo con Poeta en Nueva York. Después de su viaje a Norteamérica, en sus dibujos aparecen más las composiciones sin colores, solo líneas negras sobre papel blanco hueso. En esta época se empieza a notar un trazo menos tembloroso. La sutileza se mantiene, pero no denota miedo, sino decisión. La desproporción sigue, pero parece más como la reafirmación que como un experimento.

El caso de Lorca nos ayuda a estar alertas a lo impredecible. En ocasiones, damos por sentada una estabilidad que realmente es una ilusión. Así, algunos creen que Lorca es un poeta y analizan su obra con esta concepción olvidando su faceta gráfica, que puede darle un matiz diferente a la visión estética que tenía. Una propuesta en la que el ser o el yo dejaban de ser una estatua, para convertirse en fantasmas alegres que todos pueden ver, pero que ninguna red atrapará. El yo deja de ser yo, y el autor, el monumento que cobija la creatividad, ya no es su casa. La sorpresa y la transformación es lo único que no podemos evitar en nuestra existencia. Lorca lo sabía y lo vivió en su muerte.

Las palabras son herramientas que nos ayudan a interactuar con la realidad, mas no a fijarla o encerrarla. Asimismo, la figura del autor es una ficha que nos ayuda a embarcarnos en el juego de la comprensión, pero no es la respuesta a todas las formas de comprensión. Y en algunos casos puede hacernos desvalorar o ignorar manifestaciones artísticas porque no encajan con los parámetros que usualmente empleamos para analizar algo.

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