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El Telégrafo
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El sonido profundo de las aguas fangosas

El sonido profundo de las aguas fangosas
05 de mayo de 2013 - 00:00

Los últimos soles del verano de 1941 calcinan los polvorientos caminos del estado de Mississippi. Dos folclorólogos de la Biblioteca del Congreso, Alan Lomax y John Work, recorren el sur estadounidense en busca de Robert Johnson, un guitarrista y cantante negro, tan célebre por su forma de tocar el blues como por su supuesto pacto con el demonio para conseguir el talento necesario. Decepcionados, en sus pesquisas descubren que el músico lleva ya tres años bajo tierra. La noticia les llega de boca de Son House, un patriarca del Delta Blues a sus escasos 38 años, quien les recomienda visitar, en reemplazo de Johnson, a un joven de Clarksdale llamado McKinley Morganfield.

 

A Work y Lomax aquel nombre no les dice demasiado. Ni tampoco el seudónimo de “Muddy Waters” —literalmente, “aguas fangosas”— por el que es más conocido en la región. Pero House insiste y los investigadores deciden acatar la sugerencia. Luego de algunas averiguaciones y rodeos, dan con una miserable cabaña en la plantación algodonera de Howard Stovall, donde trabaja el hombre en cuestión. Alguien parte en busca de Morganfield, quien llega un rato más tarde, descalzo y desconfiado, advertido de que dos sujetos blancos con corbata quieren verlo. En la estructura mental y social sureña de la época, aquello solo podía significar problemas. Pero, por una vez, la excepción derrota a la regla. Para entrar en confianza y estar en igualdad de condiciones, Lomax se quita los zapatos y bebe de la misma taza que Muddy, mientras le explica el objetivo de su visita. Rotas las barreras iniciales, le cede su propia guitarra y le pide que cante unos blues delante de un micrófono. Waters arremete con dos de sus favoritas: Country blues —una adaptación del Walkin’ blues que le había enseñado Son House— y I be’s troubled.

 

Un mito por otro

 

Al terminar su interpretación, los dos académicos estaban absortos. Se les había escurrido el mito de Robert Johnson, pero se sentían en presencia de otro de dimensiones similares. No se equivocaban, pero tampoco sabían la estatura que alcanzaría ese mito en el futuro. Solo atinaron a reproducir lo grabado, para que Muddy escuchase también la profundidad y la rudeza que emanaban de su garganta y su guitarra. Ninguna “acompañaba” a la otra. Dialogaban. Gemían, ronroneaban, gruñían o rugían juntas. “Cuando me escuché por primera vez, pensé: ¡Demonios! ¡Este chico sí sabe cantar blues! No sabía que mi voz sonaba así”, recordaba Waters sobre aquella experiencia. Porque, aunque los discos no le eran desconocidos en absoluto, jamás había registrado su voz en uno de ellos.

 

McKinley tenía 26 años entonces. Huérfano desde los tres, lo había criado su abuela, quien lo rebautizó Muddy porque le gustaba jugar en los lodazales cercanos al arroyo Deer, un afluente del Mississippi. Sus amigos le adosaron, luego, el “apellido” Waters. Pobre, como la inmensa mayoría de los de su raza en aquella zona, asistió más al trabajo que a la escuela: desde pequeño fue jornalero en la cosecha de algodón, cazador de pieles, fabricante de whisky casero y conductor de tractores y camiones para ganarse la vida. A los 7 años aprendió a tocar la armónica. Y recién a los 17 se compró él mismo su primera guitarra, usada, que le costó dos dólares con cincuenta centavos. Una pequeña fortuna para alguien que ganaba 25 centavos por jornada de labor en el algodonal.

 

A las orillas del río que Mark Twain describió como casi nadie, todo era Delta Blues. La influencia de nombres como los de Charley Patton, Son House y Robert Johnson viajaba en el aire y en el agua. Y hacer slide sobre las cuerdas como ellos, con un cuello de botella en el meñique, era el sueño de cualquier muchacho que echaba mano a una guitarra. Waters continuó esa línea y, tras una nueva visita de Lomax en el verano de 1942, la trasladó a Chicago. Como muchos otros afroamericanos del sur, harto de la explotación y el mal pago, se marchó en busca de mejor fortuna hacia el norte industrial.

 

Colores, texturas y distorsiones

 

En la Ciudad de los Vientos, Waters descubrió que algo llamado electricidad hacía mucho más que alumbrar las viviendas. También habitaba en los instrumentos musicales y les imponía nuevos colores, texturas y distorsiones a sus sonidos. Aunque no fue el iniciador de esa tendencia, sí la condujo hacia horizontes más complejos de los que podían avizorarse entonces: “Él fue el primero en ensamblar y liderar una auténtica banda eléctrica, que usó la amplificación para hacer una música más ferozmente física en lugar de simplemente hacerla sonar un poco más fuerte”, escribió Robert Palmer en el New York Times, tras la muerte de Muddy.

 

Habían nacido The Headhunters, que contribuyeron a definir el crudo y urbano perfil del naciente Chicago Blues. Pero los chisporroteos eléctricos de ese nuevo género provenían de sus raíces humedecidas en las tierras pantanosas del sur. Desde allí habían llegado, con su carga cultural a cuestas, el propio Waters y muchos de sus geniales laderos: el guitarrista Jimmy Rogers, el armonicista Little Walter Jacobs, el baterista Baby Face Leroy Foster, el bajista y compositor Willie Dixon y el pianista Otis Spann, por nombrar sólo algunos.

 

Desde mediados de los cuarenta hasta principios de los sesenta, aquel conjunto de talentos transitó los más importantes escenarios de Estados Unidos e Inglaterra y grabó, para el sello Chess Records, varias decenas de clásicos. Entre ellos destacan Got my Mojo working, Im your Hoochie-Coochie man, Mannish Boy y Screamin and Cryin, — “creo que es la mejor canción que escribí”, diría luego Waters— y Rollin Stone, una de las piedras rodantes que sirvieron de basamento al rock and roll. De hecho, el propio Muddy fue quien ayudó a conseguir su primer contrato discográfico a un tal Chuck Berry, un joven que buscaba algo nuevo en la combinación del blues, el country y el boogie-woogie.

 

05-05-13-senioraVacío y renacimiento

 

“El blues tuvo un bebé, y lo llaman rock and roll”, escribiría más tarde Muddy, junto a Brownie McGhee. Pero durante buena parte de los años sesenta, ese recién nacido llegaría a “usurpar” el sitial paterno en los gustos populares. En comparación con el suceso de los cincuenta, para el blues aquel fue un periodo de vacío y cierta indiferencia. Que recién se revirtió hacia fines de la década, cuando los músicos jóvenes voltearon la mirada a los orígenes del rock. “Quiero hacer con mi guitarra lo que Muddy Waters hace con la voz”, confesó un admirado Jimi Hendrix.

 

Otros, como Eric Clapton y los Rolling Stones, comenzaron a invitar al viejo maestro a sus giras o conciertos. El renacimiento estaba en marcha. Y acabaría de concretarse en los setenta, con la edición de varios discos que merecieron media docena de premios Grammy; entre ellos, un inolvidable registro en vivo en el festival de Woodstock de 1975, que fue también su despedida de Chess Records. Nunca ganó fortunas ni estuvo al tope de los charts de éxitos, pero en su avanzada madurez pudo darse el lujo de vivir con cierto desahogo, y de tocar solamente cuando sus deseos le decían que era el momento de hacerlo.

 

Hacia el fin de su vida, a pesar del prestigio y los reconocimientos alcanzados, Waters empezó a temer por el futuro del blues y de su propio legado. Se marchó con esa inquietud, apaciblemente, mientras dormía, el 30 de abril de 1983. Casi veinte años más tarde, en 2001, la revista especializada Goldmine le respondió quizás sin proponérselo: según aquella publicación, dentro del ámbito de la música popular del siglo XX, ya no debía preguntarse “¿a quién influenció Muddy Waters?”, sino “¿a quién NO influenció?”. Desde entonces hasta hoy, el sonido profundo de las aguas fangosas que nutrieron sus blues, continúa vigente.

 

Títulos clave:

 

La evolución del estilo y los recursos de Muddy Waters (incluido en el Hall of Fame del blues y del rock, en 1980 y 1987 respectivamente) podrían condensarse en tres títulos clave de su discografía, que definen al mismo tiempo tres momentos fundamentales de su trayectoria:

 

-The Complete Plantation Recordings (MCA, 1993): contiene todas las pistas grabadas para la Biblioteca del Congreso en su cabaña de Mississippi, incluidos fragmentos de las entrevistas realizadas por el musicólogo Alan Lomax entre una canción y otra. Delta Blues acústico en su más genuina expresión.

 

-The Best of Muddy Waters (MCA/Chess, 1987): Reedición del primer álbum de Waters, creado por el sello Chess en 1958, a partir de los singles grabados por el músico junto a sus Headhunters en la década anterior. Una docena de clásicos que testimonian el nacimiento del Chicago Blues eléctrico en la segunda posguerra mundial.

 

-Muddy Waters at Newport (MCA/Chess, 1960): En este registro en vivo en el Newport Jazz Festival de 1960, Waters suena en plenitud, acompañado por una banda que incluye a Otis Spann en piano, Pat Hare en guitarra y James Cotton en armónica. La presentación recorre algunas piezas indispensables de su repertorio y comprueba la solidez de su sonido fuera del estudio de grabación.

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