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El Telégrafo
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‘El estado de la literatura española no es comatoso, pero tampoco, deslumbrante’

‘El estado de la literatura española no es comatoso, pero tampoco, deslumbrante’
08 de julio de 2013 - 00:00

En su obra, el amor se proyecta desde un juego, desde la curiosidad de Samuel por saber quién es Clara y, por supuesto, ese “Samuel” con quien lo han confundido. Pero es un juego perverso, pues el protagonista asume el rol del amante de una mujer muerta, que después se emparejará con su hermana, Carina, ¿el amor, en este contexto, es posible a través de la desviación de ese juego perverso?

Al amor se puede llegar por muchos caminos. Samuel empieza por inventárselo, pero él está buscando algo más amplio que el amor, está buscando sentirse vivo. Entonces, ese juego perverso que él inicia con la mentira, es para sentir algún riesgo en su vida, es para decir “y ahora, qué me va a pasar”. Samuel tiene algunos detalles perversos, pero que lo convierten en alguien más interesante, sobre todo en una novela que está narrada en primera persona, lo que te lleva a la complicidad con el narrador.

 

Pero aun cuando Samuel toma riesgos, en la obra señala: “Lo que no tiene miedo se extingue estúpidamente…”

El miedo nos protege, pero la cuestión es si queremos vivir protegidos todo el tiempo. Samuel, que un principio defiende la importancia del miedo, se va dando cuenta que vivir seguros es muy aburrido y que al final, siempre te faltará ese riesgo que te provocará dolor o felicidad. Esta es un una pequeña evolución que atraviesa Samuel.

 

¿Podríamos decir que el amor es consciente a pesar de ser imaginado?

Parece que sí, en el sentido de que Samuel reflexiona mucho sobre lo que hace. No es alguien que se meta en las cosas sin darse cuenta de lo que está realizando. Por ejemplo, aun cuando le está haciendo la vida imposible a su rival (el verdadero Samuel), lo hace con una extraña conciencia de experimentación. Samuel es divertidamente egoísta. No sé si quisiera tenerlo como amigo, pero me hace gracia esa mirada media cínica que tiene sobre la realidad. Termino enamorándome de mis personajes, de mis ficciones, aunque sean malvados.

 

Tanto Carina como Samuel se proyectan en un personaje ausente, Clara, pero que se convertiría en una suerte de espejo en el que todos se ven y reconocen, ¿por qué esa obsesión con ella?

Clara, que no aparece en la novela, es el centro de todos, especialmente de Carina y Samuel. Pero además, Clara es alguien que ha tomado riesgos mientras estaba viva, aunque algunas veces le ha ido mal, mientras que Carina se ha resignado. Si todos ellos están interesados en Clara, es porque es un personaje a ratos oscuro, a ratos luminoso, que no ha tenido miedo de ser quien es. Entonces, Carina se da cuenta de todo lo que ha perdido resignándose y decide, finalmente, acercase a Samuel a pesar de que le cae mal y que le ha hecho mucho daño a su hermana.

 

Parecería que las novelas fueran solo posibles a partir de hechos dolorosamente vitales, como la muerte o las rupturas, ¿consideras que esas circunstacias hacen que un texto se desarrolle con mayor agilidad?

No sé si tenía razón Tolstói cuando decía que todas las familias felices se parecen. Es muy difícil escribir sobre familias felices justamente por eso. Uno escribe por una inquietud, por esas posibilidades de fractura íntima, sentimental, social o política, y acabamos siendo atraídos por esas posibilidades negativas, porque nos ponen en contacto con la realidad, nos permiten indagar en ella. Todas esas partes negativas son las que la sociedad tiende a ocultar. La publicidad y nuestros políticos nos ofrecen y nos convencen de que vivimos en el mejor de los mundos. Toda la parte del luto de la perversión, de los deseos inconfesables, de los miedos innombrables, todo eso es lo que ocultamos. Yo creo que una de las tareas de la literatura, y ahí vuelvo a lo que decía en La ética de la crueldad, es mirar detrás de la máscara, detrás del “estoy bien” o “me siento bien”. Cuando te preguntan: “¿Cómo estás?”, y respondes que “bien”, casi siempre es una mentira.

 

¿Y qué se escondería detrás de esas máscaras?

Muchos escritores dicen que escriben para ordenar la realidad. Y es curioso, porque yo hago lo contrario, escribo para romper ese orden aparente, porque no me satisface ese orden falso ni esa tranquilidad ficticia que nos venden. Entonces, utilizo la ficción justamente para lo contrario, para buscar eso que escondemos. Detrás de algo siempre hay una mentira, algo que no contamos, y la literatura tiene la obligación de indagar en eso que no contamos. España vivía instalada en la ficción, una ficción cercana al fraude además.

 

José Ovejero

¿Qué pasa con la novela en España, pues hay una percepción en la que Javier Marías marcaría una ruptura, en tanto se ha convertido en un autor que todos lo leen y, por lo tanto, lo catalogan como un referente de la novelística española contemporánea?

Yo creo que en España, desde Javier Marías, ha habido dos cambios que se solapan. Uno es hacia esa literatura más posmoderna del mundo multimedia, del simulacro, donde varios autores han leído a Jean Baudrillard y Paul Virilio. Son la Generación Nocilla, y se los llamó así porque no creen en la literatura como una forma de representación de la realidad, sino una narración como cualquier otra. Ese tipo de literatura señala que el personaje no tiene valor y que la trama no tiene sentido. Eso se ha solapado en estos últimos años de desencanto en España, en los que vuelve a tener éxito una literatura que sí considera que incide en la realidad.

Hace 10 años me preguntaban por el estado de la literatura en España, y les decía que no es comatoso, pero tampoco, deslumbrante. Hay novelas buenas que sin hacer una literatura militante, como la que se hacía en los cincuenta, están tratando de reintroducir la literatura en la realidad, dejar de hacer de ella un juego inteligente, que también puede serlo, pero quieren volver a la idea de que la literatura funciona como forma de conocimiento. Creo que la mejor literatura es las dos cosas.

 

Pero en su narrativa reciente, también se refleja un profundo sentido de incidencia de Roberto Bolaño...

Bolaño ha tenido un peso extraordinario en la narrativa contemporánea. Se ha convertido en un referente absoluto de la novela reciente, hasta antes de que se le dedicasen artículos en el New York Times o de que fuese un éxito en los Estados Unidos. A principios de los ochenta la referencia de la novela fue Julio Cortázar, en los noventa Raymond Carver y en la siguiente Bolaño. En el fondo hay una suerte de identificación generacional con estos autores en España. Empezamos con Cortázar y sus mundo mágicos, pero al mismo tiempo políticamente comprometidos, después, la siguiente generación, se traslada al mundo minimalista de Carver, sin ningún tipo de compromiso, donde se narra lo individual, con una manera que parecería realista, pero que no lo es porque es mentira y, llegamos a Bolaño, que hace del minimalismo de las frases de tres palabras, del libro corto, del cuento, algo más exuberante, juega con lo metaliterario, con el yo, que son claves muy posmodernas. Bolaño hace muchas cosas que se nutren de la posmodernidad.

 

En estos tiempos, en los que parecería que la imagen a revasado a la palabra, ¿por qué seguir escribiendo?

No sé hacia dónde va a ir el mundo, si la imagen va a sustituir a la palabra del todo o no, cosa que lo dudo. Siempre hay ese tipo de transiciones, como en los siglos XV y XVI, cuando la palabra sustituyó a la imagen una vez que se inventó la imprenta. Es muy criticada esa transición, hubo muchos eclesiásticos que dijeron que eso sería la debacle para la cultura, porque se reproduciría cualquier obscenidad y tontería, y tenían razón (ríe), pero la palabra ofrece otras posibilidades que ellos no podían imaginar. Mientras tanto, a mí me parece que la ficción escrita, la novela, sigue teniendo un papel fundamental. A pesar de que se diagnostica la muerte de ella, se sigue escribiendo, se utilizan lenguajes distintos y se sigue llegando a los lectores. Mientras haya lectores que consideren que la ficción aporta algo en sus vidas, es legítimo seguir escribiendo.

 

Si el escritor fue visto en una época como una persona rara, que usaba un lenguaje distinto al del “común de los mortales”, ahora tiene un lugar de incidencia en la opinión pública, ¿cuál es la responsabilidad de un escritor en este contexto?

Los escritores han perdido buena parte de ese valor, de ser una referencia moral, una conciencia de la sociedad. Ahora parece que son los actores y los cantantes los que salen en los periódicos, y los escritores estamos en la retaguardia. Creo que el mundo de hoy no busca un discurso complejo, solo quieren titulares. Cuando me invitan a hablar de algo complicado, me dicen que lo haga divertido, que lo resuma en tres palabras.

 

¿Y esta pérdida de referente profundizaría esa crisis que está viviendo España en términos sociales?

Vivimos una crisis ética, ahora mismo España y toda Europa en sí, vive una crisis de fe, pero de fe en el futuro. Esa idea de Europa como algo que nos une, de renuncia a los egoísmos, de ceder soberanía a cambio de algo mayor, todo eso se ha ido al carajo. No creemos en el futuro, hablo generalizadamente, no creemos en la posibilidad de sacrificio. Hay una situación de desánimo general, lo que paradójicamente es bueno para la literatura, pues el arte suele crecer en épocas de crisis, de tensión, como en Cuba, que vivió un renacimiento de su literatura, o en Alemania, con la caída del muro de Berlín.

 

¿Pero aquello no modificó también la forma en cómo se mira y critica a la política?

Ahora mismo la vida de España está en la calle, me refiero a las manifestaciones. Cuando se critica al movimiento de los indignados, atacándolos de utópicos, uno dice sí, lo son; pero están imaginando algo, y si lo imaginas, puedes moverte hacia ello aunque nunca lo alcances. Pero, ¿qué se está imaginando en la economía y en la política oficial? Nada. Están sometidos a los dictámenes de los poderes financieros. Entonces, eso le falta a España ahora, imaginación de que otro mundo es posible.

Pero lo fundamental es que la gente se está alejando del sistema de representación. Es decir, yo concedo mi voto a alguien y esa persona hace el trabajo por mí. Eso dicen que es la esencia de la democracia. Entonces, los políticos señalan que tienen la legitimidad de los votos y pueden hacer lo que quieran, pero bueno, ahora mismo la gente está demostrando que no es así. Yo te doy un voto, pero no me dejo representar, pues soy un sujeto activo de la política y salgo a la calle para decir que el sistema de desahucios en España es inmoral.

 

¿Imaginar un nuevo mundo para España no significaría acabar con la monarquía?

Hay que reconocer que la monarquía no es garante de nada, no es una institución democrática ni moral. ¿Cómo es posible que la garantía moral solo pueda provenir de la clase más alta? Eso no es posible. Además, como si esa autoridad moral fuera neutral, cuando han estado beneficiándose de regalos, de inversiones inmobiliarias que no puede hacer cualquier mortal. Desde el momento en que desidealizas la monarquía, entiendes que es una institución superflua.

La prensa ha mantenido la ficción de la monarquía perfecta. La prensa no se ha atrevido a tocar a la monarquía. Ha habido un pacto implícito entre los dos. Por eso, cuando un conocido empresario dijo: “Tiro de la manta”, o sea, si me atacáis, y la manta era sus relaciones con la Casa Real, el ataque de todos los medios contra ese personaje fue brutal.

 

¿Consideras que los filósofos y los escritores se han sintonizado en sus reflexiones con estas luchas sociales?

Hay filósofos que sí lo están haciendo, que están analizando críticamente el presente, pienso en Zizek, pienso en Chomsky, que es alguien que lo ha hecho toda su vida, pero que ahora se le concede algo menos crédito, pienso en Toni Negri y Michael Hardt, que están haciendo un análisis muy interesante del movimiento de los indignados, de los callejeros e intentan ver qué supone el cambio de paradigma sobre que la política salga a la calle.

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