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El Boom de América Latina, un azaroso artilugio de la historia

En esta foto (Barcelona, 1970) aparecen Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, mario Vargas Llosa, isabel mirete y Salvador Clotas. Fuera de cuadro, está José María Castellet. Todos Miembros del jurado de los premios periodismo biblioteca breve.
En esta foto (Barcelona, 1970) aparecen Juan García Hortelano, Carlos Barral, Gabriel García Márquez, mario Vargas Llosa, isabel mirete y Salvador Clotas. Fuera de cuadro, está José María Castellet. Todos Miembros del jurado de los premios periodismo biblioteca breve.
Foto: EFE
28 de abril de 2018 - 00:00 - Manuel Felipe Álvarez-Galeano. Filólogo

El boom literario latinoamericano es un prisma de visiones y perspectivas que responde a las demandas circunstanciales del tiempo y espacio que representa. No es una respuesta casual, sino un artefacto histórico que se desinhibe explosivamente y se funda como un constructo social con distintos actantes: el autor, el editor y el lector.

Más allá de esto, hay una maquinaria comercial que encuentra en la literatura un método de darle relieve a un nombre, a través de una apuesta que puede tener vencedores y vencidos. El concepto, sustentado desde su particular origen en la onomatopeya, ha tenido una percepción favorable y desventurada, como dice José Donoso en Historia personal del «boom»: «[…] significa estallido; pero el tiempo le ha agregado el sentido de falsedad, de erupción que sale de la nada».

El boom es uno de los cocteles más estirados del siglo XX. Tiene invitados con carta oficial, otros que se sienten invitados, otros que no quieren posar en las fotos y otros que no son invitados y que serían detonantes, según varios estudiosos, en la sostenibilidad del concepto. Una de esas figuras reflexivas es Mayra Herra, quien desmenuza ese momento artístico y social en El boom de la literatura latinoamericana (causas, contextos y consecuencias): «Muchos hablaron del boom, unos para defenderlo otros para detractarlo, unos porque se consideraban parte de él, otros porque se sentían excluidos».

Este momento marca un compás que ubica a la narrativa latinoamericana en un patrimonio con antecesores y herederos o la «internacionalización de la novela latinoamericana», como diría José Donoso, el celebrado autor chileno de El lugar sin límites, quien hablaría de varias categorías como «proto-boom», que incluye autores inmediatamente anteriores; un «junior-boom» de una efervescencia más fresca y juvenil; el «petit-boom de la novela argentina» y un «sub-boom», cuya obra no goza de mayor trascendencia internacional. A propósito, Donoso plantea la aristotélica discusión por el acto de negar como ejercicio de validación, cuando afirma: «[…] se debe más que nada a aquellos que se han dedicado a negarlo».

Más allá del significado que germina la obra de García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar, Herra discute la consecuencia de este concepto, arguyendo que hubo autores que merecieron, dada la calidad de su trabajo, tal reconocimiento. Manuel Puig y Jorge Amado, por ejemplo. Así, contiende la reforzada limitación del boom que desconoce la relevancia que pueden tener autores que se suscriben más allá de su evasión mediática o su negación a los cónclaves del espectáculo que, en síntesis, representarían los factores externos del boom.

Además, desconocería el significado de obras poéticas, ya que en esta ruleta importa la demanda de un público lector que crecería de manera exorbitante y se justificaría en lo que Herra menciona: «[…] es la narrativa la que atrae más público lector».

Las circunstancias que cita Herra, especificadas en el crecimiento demográfico y urbanístico, permiten estimar que «aparece en los ojos de los escritores urbanísticos una nueva problemática que hace desplazar su enfoque del campo a la gran ciudad».

El narrador ya se fija en un antropocentrismo y prensa al sujeto moderno en un azar de difuso gregarismo, que excede el folclorismo anterior, pues surge una intromisión más intensa del «yo», lo cual sería detonante en las lecturas de Hesse y Camus: «Los escritores entran en conflicto con el psicoanálisis y con el existencialismo, todo lo cual provoca en los narradores una nueva visión del mundo».

Una visión que piensa al sujeto social desde una dinámica más consecuente con un carácter global y se vincularía con España en un proceso de amalgamiento y sucesión al realismo social surgido en la posguerra. Ante esto, en Una larga celebración: las letras españolas e Hispanoamérica entre 1960 y 1981 (2004), Jordi Gracia describe el panorama tras la guerra civil y qué factores se dieron o entorpecieron la recepción, inicialmente, de obras latinoamericanas: «España es entonces territorio esquivo y hondamente receloso, cuando no directamente enemigo de toda modernidad».

Esto se daría por el conflicto identitario que explota, simultáneamente, en España y Latinoamérica, aunque en distinto marco, ya que en la segunda se dispone un ejercicio de más amplitud y, por ende, bajo un flujo más modernizante —dice Gracia— sobre los autores del boom y su influencia en España: «[…] decidieron la presencia en Hispanoamérica de una mentalidad rigurosamente moderna». Por tanto, esa influencia latinoamericana impregnaría una benignidad que se haría más que atractiva para España: «[…] van a intervenir en un proceso cultural como agentes del cambio histórico de la mentalidad y la sensibilidad del español medio».

Uno de los factores, señala Herra, que los nuevos narradores imprimían a la literatura, «[…] es la concepción de la obra literaria como un artificio […] deja de ser un documento político o geográfico […] y se convierte primordialmente en un producto literario». Es un plano que instrumentaliza la escritura y la dispone como artefacto que, indefectiblemente, responde a las demandas de un mercado.

Herra se sostiene en la idea de que el boom es un fenómeno que permea a otros estamentos de la cultura más que responder a una constancia estética, como sucedió en semejantes movimientos reactivos como el nadaísmo en Colombia. Pero Herra aclara: «Esto no quiere decir que la novela haya perdido su función social, moral o didáctica, sino que es, antes que todo, una obra de arte».

Aunque no hay una estricta uniformidad estética, como se vería en las vanguardias, sí hay actitudes remanentes y caracteres que imprimen una recurrencia diatópica, por ejemplo, Herra señala: «[…] el absurdo, lo azaroso, la sinrazón, predominan en el acontecer narrativo». Además, se subraya que el boom adopta un ejercicio experimental en las narraciones, juegos temporales, experimentaciones sintácticas, una renovación, o mejor, alteridad en el discurso racional de instancias estilísticas anteriores.

La construcción de un público lector que, definitivamente, es el que le daría ese valor demanda-producto a las obras latinoamericanas se estrecharía en la noción de que «el más importante de los caminos de reconocimiento de un autor es el que parte del lector», como sostiene Herra, citando a Emir Rodríguez Monegal, figura fundacional de este concepto.

Esta importancia del lector sugiere una lectura acuciosa de las demandas que fueron sagazmente intuidas por los editores, quienes visualizaron el surgimiento de una urdimbre sostenible de lectores: «La editorial Seix Barral […] supo aprovechar muy bien el boom ideológico promovido por Cuba y la izquierda latinoamericana y se convirtió en líder del mercado del libro», dice Herra.

Esto exhibe la idea de que el boom tiene como factor determinante la industria y el mercado literarios hasta el nivel de que algunos consideren a Carlos Barral «[…] como el creador del boom», escribe Herra. Pero el boom no fue corresponsal indispensable de las nuevas editoriales; muestra de ello es la crisis de estas en los setenta: «[…] con ello se desmiente el mito de que el boom fue el gran negocio de los editores», dice Herra.

No obstante, dicha importancia se solidificaría en el surgimiento de revistas y concursos literarios. Ese artilugio de popularidad no es producto inmediato de la segunda mitad del siglo XX: «Los orígenes de la popularidad del boom se remontan a fines del siglo XIX cuando por vez primera la literatura hispanoamericana fue aceptada en España […] hablo, por supuesto, del Modernismo», sostiene Herra.

Esta instancia artística y sociohistórica es un momento que ara nuevos cultivos artísticos y engalana la identidad latinoamericana con una significativa ubicación en la literatura mundial, más allá de las negaciones, validaciones y polémicas que aún siga generando luego de 1972, cuando, supuestamente el boom empezó a decaer, aunque quizás es el momento exacto en el que firmó su eternidad. (I)

El escritor brasileño Jorge Amado es autor de novelas como Gabriela, Clavo y canela y Doña For y sus dos maridos. Foto: Zélia Gattai / Penn State Special Collections

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