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Carmen Boullosa: Subvertirse ante el olvido

Carmen Boullosa: Subvertirse ante el olvido
18 de enero de 2016 - 00:00 - Paula Mónaco Felipe, Corresponsal de EL TELÉGRAFO en México

Carmen Boullosa prepara café. Sus grandes ojos negros clavan la mirada, atenta por completo a la entrevista, pero en cada pausa rondan por su mente los asuntos pendientes: artículos que publicará por estos días; un ensayo que prometió a la editorial Fondo de Cultura Económica; el platillo que cocinará para una cena de amigos y una posible novela que le tienta escribir porque está flechada por dos escritoras como ella, aunque de otros tiempos.

Su maleta en la puerta, acaba de llegar de viaje y en algunas horas saldrá para otra parte. Eterna pasajera en tránsito, siempre está entre su natal México y Nueva York, más travesías a diversos destinos que van desde París a provincias mexicanas.

“Vivo en un avión. Siempre estoy en otro lado”, resume. Lo cierto es que en general habita una arbolada calle de Brooklyn y un rincón del colorido Coyoacán. Las temporadas de ida son tan variables como los regresos: su año es un frenesí imparable porque en Nueva York tiene un mundo de amigos y trabajo junto a su esposo, el historiador Mike Wallace, mientras en México está su universo desde la infancia, su familia, sus dos hijos y su nieto León. Como Carmen ahora, numerosos escritores e intelectuales mexicanos han vivido entre esas dos ciudades. “Creo que los escritores muchas veces necesitamos poner un pie afuera —explica—. También regresar, porque cuando estoy fuera me da más fuerte la ansiedad por México”.

Tratándose de estos dos países, es más que cambiar el lugar de residencia. Quienes viven de un lado a otro pertenecen a ambas partes o a un espacio que se extiende y condensa variable a través de una compleja historia: “Lo nuestro no es un vecinazgo. No es solo la tercera parte del territorio mexicano que se llevó Estados Unidos, no es solo Texas que ha sido para mí una obsesión (inspiradora de su novela Texas, editada por Alfaguara en 2013). No son solo economías ligadas y en los últimos diez años una pesadilla generada allá con el control de drogas y del dinero ilegítimo. Aunque cultura y lengua son diferentes, tenemos una historia enlazada y común. La frontera entre México y Estados Unidos es flotante”. Sigue: “A veces los hemos tenido hasta en la capital y ahora, ¿cuántos mexicanos viven allá? Legalmente veinte millones; ilegalmente, calcula. A mí me gusta pensar la metáfora de los adictos estadounidenses necesitándonos”, porque probado está que el narcotráfico mexicano crece y vive por el consumo en el vecino del norte. “Pero es una adicción recíproca —aclara— una cosa muy extraña y única”. Relación compleja de múltiples aristas que Boullosa aborda en el ensayo Narco History. How the United States and Mexico Jointly Created the ‘Mexican Drug War’, obra conjunta con su esposo, Mike Wallace (Or Books, 2015).

Carmen Boullosa (México, 1954) es autora de dieciocho novelas, dieciséis libros de poesía y otros varios textos de diversos formatos. También ha escrito obras de teatro, un guion de cine y en los años ochenta y noventa fue copropietaria del teatro-bar El hijo del Cuervo, un espacio cultural que abrió caminos. Con su prolija y redondeada caligrafía interviene las pinturas del neorrealista Robert Neffson porque disfruta del ‘diálogo’ y participa del programa televisivo Nueva York, que cada jueves transmite la televisión pública de esa ciudad, Cuny TV. Se graba en español con subtítulos al inglés “porque el 30% de los neoyorquinos somos hispanos pero no tenemos —o no teníamos— espacio en el discurso intelectual de la ciudad, no se nos miraba como a personas que contribuyen a la vida cultural”.

Nada extraño encuentra en el surtido de su historial profesional porque todos, dice, son “trabajos de escritor”. Escribir es su ser, una vida que elige “por necesidad… vicio… placer… obsesión… gusto… sentido de la vida… sentido de mi persona… Hábito, nunca inercia. Cada página es cuesta arriba, cada línea”. Su más reciente poemario, Hamartia o Hachia (Hiperión-UANL, 2015), le valió los mismos desvelos que su primera novela, Mejor desaparece (Océano, 1987).

El olvido y la memoria

En los libros de Carmen Boullosa hay muchas mujeres. A veces famosas, como Cleopatra, pero muchas más reales y poco conocidas, algo así como las olvidadas de la historia. ¿Y ella quién fue?, nos preguntamos seguido sus lectores cada vez que aparece un nuevo título suyo. “Siempre estoy buscando, pescando a esos personajes. Es un apetito. No es pasión por la historia, más bien me gusta lo olvidado. Me gusta darle al olvido su espacio en la memoria. Tal vez es una manera de ser subversiva, pero en lugar de poner bombas, quiero sacar del entierro a las bombas que no estallaron. No las quiero para que estallen sino para tenerlas presentes”.

¿Por qué? Porque “en la época en que vivimos hay una voracidad y un fervor por la velocidad que vuelven a todo desechable. Lo vemos en lo que comemos, en los productos que se fabrican, y también la gente se ha vuelto desechable. Es la muerte del humanismo y el verdadero sueño americano. Mi posición es contraria a eso, y en lugar de tomar, por ejemplo, una guerra directa contra el plástico, mi guerra es por el libro que la gente no abre, por el personaje que la gente no recuerda, por el instante que se quema y nadie volverá a recordar”.

Se niega a que el pasado se pierda para siempre y su manera de salvarlo es jalar a personajes reales hacia escenarios de ficción, ingrediente “muy importante en la vida, es lo que necesitamos para traer algo de la cordura a la realidad”. Así sumerge al lector en el mundo de los piratas del Caribe como también revela el horror del exterminio de los moriscos granadinos a través de las aventuras de dos mujeres —María y Zaida— en su libro La otra mano de Lepanto (Siruela, 2005) o introduce a la poeta ecuatoriana Dolores Veintimilla en un juego literario imposible con la mexicana Rosario Castellanos, en su novela El complot de los románticos (Siruela, 2009).

Investigando sobre Veintimilla, debido a la similitud en los apellidos, Carmen Boullosa se topó con la historia de otra ecuatoriana: Marieta de Veintemilla. Desde entonces vive en un dilema: cómo escribir sobre ambas, cómo traerlas al presente. “Las dos fueron muy leídas en su tiempo y posiblemente sigan siéndolo en Ecuador, pero en el resto de América Latina son completamente desconocidas. Pienso que es importante tenerlas presentes porque son parte de nuestra historia”.

Por estos días las estudia, escribe y reescribe páginas habitadas por las dos ecuatorianas que nunca se toparon porque al morir una, Dolores Veintimilla, la mujer que se rebeló a la moralina deshumanizada (1829-1857), nacía la otra, Marieta de Veintemilla, la poderosa y desafiante que se abrió camino en la política, entonces mundo de hombres (1855-1907).

“Son autoras muy diferentes —dice Boullosa—. Dolores es romántica, cursi, pero tiene un par de poemas extraordinarios como ‘La noche y su dolor’, que no tiene desperdicio. También su panfleto en contra de la pena de muerte es interesante y hay otros poemas malitos porque murió demasiado joven y no le dio tiempo de curar su trabajo. Marieta es una liberal, una tirana, y su argumentación de que la fuerza civil se mantiene con el ejército tiene conclusiones terribles, de opresión, pero también me parece una autora extraordinaria, su libro Páginas del Ecuador es divertido, eficaz, delicioso de leer. En el siglo XIX, ¡un libro de aventuras escrito por una mujer!”. Diferentes, casi opuestas, Dolores y Marieta le quitan el sueño a la escritora mexicana porque ambas “hicieron cosas que no estaban marcadas para las mujeres. Es importante verlas y echar luz sobre nuestra historia literaria, nuestra tradición, porque ahí también está nuestro capital moral”. Las ecuatorianas, dice, son parte del “canon de escritoras latinoamericanas olvidadas” como la peruana Clorinda Matto de Turner, la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, las ecuatorianas Dolores Sucre y Manuela Sáez, y las argentinas Juana Manuela Gorriti y Silvina Ocampo.

Un movimiento tan diverso como interesante, opina Boullosa, porque nos permite marcar “una curva invisible” de la literatura latinoamericana. En su actual proyecto —pero también a futuro— piensa seguir batallando para abrirles camino hacia el parnaso de escritores consagrados: quiere traerlas al presente.

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