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Alejandra Adoum, entre el viejo aguafiestas y la mina en pelotas

Alejandra Adoum, entre el viejo aguafiestas y la mina en pelotas
20 de junio de 2016 - 00:00 - Paola De la Vega. Gestora cultural y editora

Alejandra Adoum, amiga, compañera, hermana, colaboradora, cómplice, coautora y, finalmente, hija del escritor ecuatoriano Jorgenrique Adoum (1926-2009), conserva algunos de los gestos corporales de su padre, heredó su sentido del humor y la misma generosidad. Alejandra tuvo el privilegio constante de ser la primera lectora, la primera oyente, de los textos del escritor; Entre Marx y una mujer desnuda no fue la excepción de la regla. Esta novela o «texto con personajes» como lo definió Adoum, cumple en 2016 cuarenta años de publicación. A propósito de esta coyuntura, después de un largo período fuera de circulación en el mercado editorial, Random House Colombia vuelve a poner la obra al alcance de los lectores.

Actualmente, Alejandra encabeza la Fundación Jorgenrique Adoum, por ahora, una plataforma virtual, dedicada a la difusión del trabajo literario de este escritor ecuatoriano.

Este 2016 se cumplen cuarenta años de la aparición de Entre Marx y una mujer desnuda. A propósito, la Fundación Jorgenrique Adoum organizó algunas actividades y Random House presentó una nueva edición de la novela. ¿De quién nació esta iniciativa y cómo fue el proceso de negociación con la editorial? ¿Se trata de una edición revisada?

Un buen día, gente muy linda de Random llegó a Quito, tomó contacto con mi hermana y conmigo y nos propusieron la reedición de Entre Marx y una mujer desnuda, que era una novela absolutamente agotada en todo lado, no existía más en el mercado, en el mundo entero. Se habían agotado todas las ediciones de Siglo XXI y las ediciones ecuatorianas también. Por otra parte, teníamos el último diseño y diagramación realizados para cuando se editaron las Obras (In)completas en la Casa de la Cultura Ecuatoriana. La revisión de esa edición la hizo directamente Jorgenrique. Entonces, enviamos a Random ese material, para no tener que revisarlo enteramente de nuevo y porque, además, nadie habría podido hacerlo mejor que el autor, que ya había realizado esa tarea. Random partió de ahí para el diseño de las páginas interiores.

Entonces, Random House Colombia apostó por la reedición de esta novela. Pero ¿qué ocurre con las editoriales ecuatorianas? ¿Alguna mostró interés en volver a publicarla? ¿Por qué una editorial de otro país tuvo que hacerlo?

Es cierto lo que tú anotas. No sé a qué exactamente atribuirlo; pero, me parece que no es mala idea que se publique en otros países, porque siempre se corre el riesgo de que las ediciones ecuatorianas se queden un poco inéditas, porque no hay una circulación hacia afuera, hay poco alcance internacional, regional, incluso.

Lograr un contrato con editoriales como Random es difícil. Un libro debe haber cumplido con un número de ventas, cierta recepción de la crítica y de los lectores en el país de origen de la publicación o del autor, para ser editado fuera. Es decir, garantizar «éxito» previo...

Supongo que una editorial como Random habrá hecho su estudio de mercado. Deben saber también la cantidad de ediciones que hizo Siglo XXI, aunque desconozco los tirajes exactos. Lo que sí recuerdo es que Jorgenrique recibió durante muchos años religiosamente su cheque de derechos de autor de Siglo XXI. Este sello no volvió a editar la novela porque después se concentró más en la publicación de libros de ciencias sociales.

¿Cuál es la primera edición de Entre Marx y una mujer desnuda que llega a tus manos?

Precisamente la de Siglo XXI, la del 76, la primera. Jorgenrique vivía en París, yo vivía en Quito. Por eso la dedicatoria de mi ejemplar dice: “París, septiembre 78”. Pero yo conocí la novela en originales, lo cual fue un verdadero prodigio. Debo haber ido de vacaciones a visitarlo, como todos los años. Nos encerramos durante tres días, sin salir siquiera a tomar el aire. Y no es que me pasara los originales, sino que me los leyó. Debe haber sido en el 74, yo tenía 25 años.

¿Cómo acoge una joven de 25 años una novela tan compleja como esa?

Hay dos partes en eso: el contexto me era tremendamente familiar, puesto que había crecido junto a Jorgenrique. Es decir, todo lo que él cuestionaba me era familiar. Y a los 25 años yo ya tenía, por ponerlo de algún modo, un grado de conciencia política, militante. En esa época no había computadora y la novela era una cantidad de hojas mecanografiadas. Cuando me la leyó ya estaba retipeada; sin embargo, todos los renglones tachados «xmxmxmxmxmxmx» quedaron en la versión final. Y es que en ese proceso de escritura, él decide dejar así las páginas, en definitiva para que el lector se familiarice con la construcción de la escritura. Fueron tres días de lectura, encerrada con él, tres días de pasar de la angustia y la cólera, a la esperanza. El texto estaba escrito en un lenguaje que me era absolutamente novedoso, frente a unos cánones a los que ya nos habíamos acostumbrado: una literatura lineal, cronológica, con un comienzo lógico.

Lo que Jorgenrique proponía era una subversión del lenguaje, porque se trata de subvertir la realidad, como afirma David Becerra Mayor, crítico y catedrático español. Es un caleidoscopio múltiple, un desafío simultáneo en varios terrenos del pensamiento. Intenta que el libro pase como te pasa la vida: comienza el libro con minúscula, por ejemplo, y el prólogo en la edición de Siglo XXI está en la página 233. Hay una cantidad de anécdotas en torno a eso. La hermana de mi padre, Violeta, vendió toda su vida libros en la Librería Selecciones, en Guayaquil, y un día me dijo: «Caray, mi ñaño me mete en unos problemas, con esta novela que escribió. Llegó un día un comprador y me pidió que le cambiara el ejemplar, diciendo que estaba mal empastado: mire, comienza con minúscula y el prólogo está en la mitad». El autor te deja los andamios, no los quita, están ahí, para que el lector construya su propia casa. Eso sentí yo cuando me la leyó por primera vez.

¿Conservas los originales de la novela? Es decir, la versión escrita a máquina que te leyó tu padre…

No. No recuerdo que él haya guardado los originales mecanografiados. Quizás en alguna de las cajas de la Fundación que aún están sin organizar…

Jorgenrique decía con frecuencia que tú fuiste su primera lectora, y también en ciertas ocasiones, su editora. En Entre Marx... veo que no fue la excepción…

En este caso yo diría que no. Claro, pude hacerle comentarios después de este ejercicio de tres días de lectura, pero después él contrató a alguien para que mecanografiara la que sería la versión final de la obra. Es cierto, él decía con frecuencia lo que tú afirmas. Te voy a leer algo. Mira lo que escribió en esta dedicatoria: «Para Alejandra: amiga, compañera, hermana, colaborada, cómplice, coautora, hija. Con amor». Al final, solo al final, soy hija. Mi relación de lectora fue privilegiada; de editora, muy poco desde luego.

Cuando tomas esta idea de Entre Marx… como un caleidoscopio múltiple, pienso que una de las partes de esa multiplicidad de entradas a la novela es la perspectiva de género. ¿Puedes proponer una aproximación crítica breve al texto desde tu condición de mujer, de lectora?

Una de las cosas que me impresionó desde esa primera lectura de la novela y luego en mis relecturas, es ese cuestionamiento profundo de la sociedad burguesa, y lo que se supone que debe ser la mujer según esa mentalidad burguesa. Te estoy hablando de hace cuarenta años, cuando todavía no había todo ese movimiento extraordinario de la mujer por liberarse de esas ataduras, y no me refiero solamente al movimiento feminista propiamente dicho. Es una lucha que se libra hasta hoy. Me refiero al papel de la mujer en esa concepción burguesa: la mujer sumisa, relegada, obligada y autoobligada también a un matrimonio, a una noción de pareja impuesta culturalmente…

Pensemos cuando Gálvez dice: «Tú no te casaste con un hombre, te casaste con la burguesía, y es de ella de quien no quieres separarte». Esa sola frase demuestra muchas cosas. Por ejemplo, en general, los matrimonios no necesariamente responden a lo que se entiende como el amor de pareja; más bien, los grandes amores se dan en la clandestinidad, son ilícitos. Por eso el personaje «Bichito» sucede y transcurre al margen, porque no puede estar dentro, o no puede ser admitida, en ese contexto pacato y cuadrado. La felicidad, cuando es felicidad de amor, tiene que vivir en la clandestinidad. Eso me planteaba muchos cuestionamientos en todas las lecturas de la novela. Lo que me temo es que esa realidad no ha cambiado mucho. Han dicho de Entre Marx… que es el testimonio de una generación derrotada. Jorgenrique siempre decía que no tenía el derecho de hablar en nombre de una generación. Y es cierto. Me pregunto ahora, si cuarenta años después, no estamos exactamente en lo mismo.

Ahora que lo mencionas, cuando se publica Entre Marx… aparecen algunas críticas a la novela. ¿Sentiste alguna vez esa derrota generacional en Jorgenrique?

Sí. No era una decepción de su generación. En eso hay que ser muy claros, sino que él mismo, como parte de una generación, tenía la sensación de que era poco lo que se había podido hacer. Cuando converso con gente de mi generación, «la subsetenta», de lo que pasa en el mundo, en el país, en el barrio, hay esa misma sensación: somos otra generación perdida; tampoco pudimos hacer nada que realmente subvirtiera la realidad.

¿Qué significó Entre Marx… en la literatura ecuatoriana, específicamente, en la novela contemporánea?

Creo que hubo una ruptura: hubo un antes y un después. No se podía seguir escribiendo como se escribía. En Entre Marx… hay un lenguaje absolutamente distinto. La «subversión del lenguaje», de la que ya hablamos antes, es ya una ruptura en el modo de escribir. Es una obra compleja, que no tiene una trama lineal, una novela que como dice Jorgenrique en una de sus páginas «puede leerse en cualquier orden, o dejarla inconclusa a fin de poner a trabajar al lector, acostumbrado a siglos de pereza».

Es un libro de difícil lectura, sin duda, pero fue bien acogido, de lo que yo recuerdo, especialmente por sus compañeros de generación y los que vinieron después también. Sin embargo, a su regreso a Ecuador, Jorgenrique fue víctima de un cierto parricidio, tácito o explícito, que es por demás muy necesario y a la vez se vuelve un reconocimiento implícito del valor de su escritura. Y a propósito de las publicaciones en el exterior, hay una segunda novela de Jorgenrique que es Ciudad sin ángel, que también leí en originales. Esa novela no tiene edición ecuatoriana; solamente una de Siglo XXI y otra de Editorial Arte y Literatura de La Habana. Ediciones Archipiélago la va a editar este año y presentaremos la primera edición ecuatoriana de Ciudad sin ángel.

¿Archipiélago es ahora un brazo de la Fundación Jorgenrique Adoum?

Efectivamente. Por el momento, tener una sede física para la Fundación es imposible. Hubo ofrecimientos del más alto nivel. Nicole Adoum se dedicó enteramente a esta idea y concretarla fue imposible. La Fundación, por el momento, va a seguir siendo virtual, para difundir la obra literaria y el pensamiento de Jorgenrique. Por cierto, la página web que presentamos como homenaje a la ya cuarentona novela, ha tenido muy buena acogida, aquí y afuera.

Finalmente, Alejandra, ¿cuál fue tu impresión de la adaptación cinematográfica de Entre Marx…, realizada por Camilo Luzuriaga?

Fue una experiencia extraordinaria. Mi viejo decía: «Cómo irán a hacer…». Recuerdo que hubo varios guiones… Hasta que un día le dijo a Luzuriaga: «Camilo, no quiero ver ni uno más. Allá usted…». Arístides Vargas hizo el último guion, pero Jorgenrique cumplió con su decisión de no revisarlo. Camilo nos invitó a ver la película muy en familia. Cuando terminó la proyección, Jorgenrique se levantó y lo abrazó. Siempre dijo, a propósito de la complejidad que suponía trasladar esa novela al cine, que esa película es una «metáfora cinematográfica». Ahora que he vuelto a verla, encuentro que «entre el viejo aguafiestas y la mina en pelotas», como solía referirse sardónicamente Adoum a su novela, hay un texto y unos personajes que siguen testarudamente vivos, al punto de resistir hasta relecturas.

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