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El Telégrafo

La vanidad desluce las virtudes

05 de mayo de 2011 - 00:00

Estimado Sr. Director:

Quizás  toda la confusión está -y el primer confundido, el Sr. Jefferson Pérez- en que jamás un individuo, sean cuales sean sus méritos presuntos o reales, puede ser elevado a la categoría de ídolo. Y esto, sin caer en moralismos: de lo que se trata es que cada individuo aprecie su realidad insustituible en la vida social, pero, con modestia, calibre lo que de humano en común posee con los demás hombres.

Cuántas veces el periodismo -cierta forma de periodismo- apela y apeló a la vanidad que poseemos, y la confundió con altos intereses, representaciones simbólicas e históricas -patria, bandera, ecuatorianidad, etc.- desmedrando y rebajando su sentido; la vida social, es, justamente, eso: el afán y el esfuerzo de todos.

Más allá de los dineros -o no- que haya recibido el medallista de oro, él es tan solo un simple ser humano -nada menos- como todos y que debe ejercer el derecho a ser y opinar, pero que está sometido al deber de resultar HONESTO, SENCILLO, LIMPIO EN SUS CONVICCIONES Y HASTA EN SUS CONOCIMIENTOS. Nada le excusa de no  conocer debidamente la historia patria y la historia mundial -la chilena inclusa-; y aún más, su desidia en su formación, su descuido -ha pasado ya tiempos desde que consiguió sus preseas, que en rigor y en su honor lo obligaban a mejorarse como ser humano y como eventual ejemplo- revelan que no está a la altura del debate nacional, de los caminos o abismos que puedan abrirse.

Quienes pretenden hacer de él una figura política cometen dos crímenes: uno, directamente con la opinión pública del Ecuador, al deformar y desinformar sobre la verdadera realidad de lo que es una imagen -Jefferson-; dos, contra el propio deportista, al insuflarle esos sectores la malsana idea de poseer lo que no posee: posición documentada, seria, sabia, exenta de vanidad, orgullo o mera dependencia monetaria... Al hacerlo de ese modo, lo desarraigan de su propia historia y de sus vínculos con el pueblo de Ecuador, al falsearlo en sus potencialidades y también en sus falencias visibles. Le niegan el crecimiento, la conciencia y lo encarcelan en el frívolo, perverso y destructivo juego de la vanidad.

E. Anzieta
[email protected]

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