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El III Censo Agropecuario (2002) define como Unidades de Producción Agropecuaria (UPA) a la parcela agrícola con una superficie límite inferior no menor a los 500 m². Su característica definitoria la establece su dedicación total o parcial a la producción agropecuaria bajo una dirección o gerencia única independiente de su forma de tenencia y localización geográficas.
Las particularidades del uso del suelo y superficie parcelaria permiten contrastarlas con los indicadores de productividad y producción para definir la capacidad socioeconómica de lal UPA. Sobre estos temas, asesores temporales para la planificación de nuestros proyectos de desarrollo han realizado complicados cálculos y escrito importantes informes definiendo la superficie ideal de la unidad agrícola, los cuales, ante la realidad política, no han pasado de ser más que una propuesta.
La realidad de nuestra producción agrícola está en la superficie de un poco más de doce millones de hectáreas ocupadas por las UPA, de las cuales, el 75% (636.375 UPA) tienen superficies menores a 10 hectáreas y cuentan con menos del 12% de la superficie en uso. Esto constituye un serio desequilibrio en un país prominentemente agrícola y que necesita cambiar de matriz productiva.
Si bien la estructura desequilibrada del acceso a la tierra es urgente corregirla, también es necesario buscar soluciones que mejoren en menor tiempo las condiciones de vida del numeroso colectivo humano de pequeños parcelarios que fácilmente sobrepasa el millón de personas y que necesitan mejorar sus condiciones básicas de vida y para esto aumentar su productividad recurriendo a la tecnificación, organización y capacitación campesina.
La tecnificación ha sido considerada apoyo para el desarrollo agrícola y como referente de eficiencia la tecnificación alcanzada por los países desarrollados o las grandes empresas transnacionales constituyendo estos ejemplos como paradigma para nuestros técnicos nacionales. Sin embargo, esta tecnificación está fuera de las posibilidades financieras de los pequeños agricultores sin que los expertos planteen alternativas aplicables a nuestra realidad.
Al respecto, en días pasados asistí a una reunión con técnicos académicos experimentados. Se trataba de difundir la tecnología conocida como Sistema Intensivo del Cultivo Arrocero (SICA). Este sistema fue desarrollado por Laulanie, en Madagascar. Método el cual ha sido validado en 42 países asiáticos con notable éxito, según información de la Universidad de Cornell. Los resultados obtenidos con este sistema privilegia la fuerza de trabajo del campesino utilizando las herramientas artesanales con las que cuenta y consiste en cambiar el manejo del cultivo (forma de utilizar el agua, suelo, nutrientes naturales) rescatando la potencialidad natural de la planta (genética). Los comentarios de los técnicos invitados se orientaron a sugerir la adición de motor a una de las herramientas para aumentar rapidez cuando el objetivo era capacitar al agricultor para -con los recursos que cuenta- mejorar sobre el tamaño de la parcela los resultados de su trabajo.