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El matrimonio por amor es un invento reciente. A lo largo de generaciones, eran las familias quienes decidían juntarse, a través de los hijos, para obtener beneficios económicos, políticos o incluso genéticos. Las abuelas dictaminaban: “El amor viene con el tiempo”. A veces era así: los hijos traían ilusión, la convivencia una dulce seguridad, los cuerpos se iban acomodando al ritual del placer. Otras veces, sobre todo si era precedido por alguna imposición o frustración, el amor no llegaba nunca: los hijos sufrían las consecuencias, la convivencia se convertía en un infierno y el instinto hacía que se buscaran otras opciones fuera del hogar.
No faltaron, en ámbitos monárquicos, las familias reales que decidieron juntar sus vástagos para así unir reinos y acrecentar su poderío. Y en ciertos lugares del mundo, los novios se conocían el día de la boda.
El escritor y psicólogo junguiano Robert Johnson afirma, en su hermoso tratado sobre el amor de pareja We (Nosotros) que posiblemente el amor romántico sea el peor enemigo de las relaciones estables de pareja, pues nos hace idealizar el enamoramiento, ese instante en que las hormonas de la atracción nos ponen a imaginar reinos maravillosos y a experimentar sensaciones de arrobamiento inusual. Y el amor cotidiano resulta ser algo mucho más profundo y menos excitante. Sin embargo, es ese romanticismo lo que sostiene la relación cotidiana.
La época en que vivimos se caracteriza por la inestabilidad de las relaciones de pareja, y también por la diversidad de opciones que se presentan. En la mayor parte del mundo occidental el divorcio se considera una opción válida ante las crisis de las parejas y se ha llegado a vivir aquello que el terapeuta y pensador español Joan Garriga llama una ‘poligamia sucesiva’. Superando los tabús de tiempos más represivos y conservadores, ahora también se le da importancia al deseo, a la atracción y al gusto que produce relacionarse desde la sexualidad con el otro.
Pero en el ámbito de la estrategia de prevención para embarazos en la adolescencia, ahora llamada Plan Familia, se parte de una desvalorización del placer y por otro lado todavía se cree que alguien puede encontrar en algún momento eso que su directora llama “el amor de su vida”, olvidando que una de las cosas que sostienen con más fortaleza ese amor o cualquier otro, al menos dentro de una pareja, no es más que el placer cotidiano del contacto sexual. Por placer. Porque así funcionamos los humanos, le pese a quien le pese.