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El Telégrafo

Aire contaminado

14 de octubre de 2016 - 00:00

No puedo ahogar esta voz retenida en mi pecho. Es necesario sacar a la luz esta espina. Amo a esta tierra porque nací aquí, así como mis padres, mis abuelos, mis tatarabuelos.  Es el momento de develar este falso ‘canto de sirenas’: Hábitat  III. Permítame, señor Director, hacer las siguientes interrogantes y reflexiones:

¿Este evento permitirá quitarnos la venda que nos impide ver la realidad de esta ciudad y de este país? ¿Esperamos, acaso, que gente de afuera nos ‘dé viendo’ las lacras que azotan a esta legendaria ciudad digna de ‘mejor vivir’, no, de mejor suerte mejor dicho. Y con ella todo el país?

Aunque sea el único ‘contracorriente’, revelo  la falsedad, el contraste que  compruebo entre lo que dicen y la realidad palpable. Son solo observaciones con sentido común.
Aquí los ‘comunicadores sociales’, los que ‘crean opinión’, no se dejan oír, no existen. La proliferación de comida ‘preparada’ en cualquier lugar, talleres de lubricadoras de autos sin ningún control. Nadie se preocupa de tantas actividades de la gente en medio del desorden, antiestético, etc.

Enfáticamente mencionaré un aspecto que es desesperante: la contaminación. Hace unas semanas, en uno de los diarios de mayor circulación, se publicó información y estudios de los puntos más concentrados de polución en la capital de los ecuatorianos, esto es solo un botón de lo que sucede en las otras ciudades del país. El smog de muerte que flota y pinta las veredas, paredes y ventanas de las casas; edificios, vegetación, y lo peor es que nosotros respiramos, nos tragamos este aire enrarecido. La  revolución se olvidó de mejorar la calidad de los combustibles. Dizque se aplica una ley que no permite que los automotores circulen botando humo. ¡Espantoso! Otros botan gases invisibles, pero que se perciben con niveles altos de monóxido de carbono no permitidos. ¿Controles? ¡Qué controles!  Aquello no existe, es una farsa. ¡No existen autoridades que hagan cumplir!  

Salí al Centro Histórico -rara vez lo hago- por una diligencia y caminé unas pocas cuadras. Aproveché haciendo varias fotos de bellas fachadas de edificios públicos y privados. Sentí emoción caminar por sus calles y veredas limpias, no vi basura, casi no lo creía. Pero, como todas las veces, empecé a sentir malestar en la garganta y mareo de cabeza. Media vuelta y regresé a casa corriendo. ¿Saben por qué? Fue el smog, los gases de los vehículos grandes y pequeños, públicos y privados, autos que a lo lejos se nota que no deben estar circulando, envenenando el ambiente. ¡Es apocalíptico! No comprendo, la gente cómo vive, cómo trabaja aquí o simplemente cómo pasan largo tiempo en este grandioso espacio. ¿Qué sentirán nuestros visitantes, propios y extranjeros? La ‘Carita de Dios’ contaminada. Nadie hace nada ni dice nada.

Todo está perfecto en esta ciudad. Las ‘megaobras’ no se comparan con el veneno que nos tragamos y las enfermedades que esto produce.

Si no tomamos conciencia de lo que significa vivir en comunidad, convivir, por muchas ‘Hábitat III’ que vengan, no nos ‘darán haciendo’. Habrá discursos esplendorosos, palabras que el viento las llevará. Únicamente se debe aplicar las ‘megaleyes’ y normas que las hay en abundancia. El ‘mejor vivir’ es responsabilidad de todos, aquí y ahora. Vecino(a) de esta ciudad, compatriota: cambiemos. Solo apliquemos de manera simple los sentidos que Dios nos ha dotado por igual. (O)

Miguel Ángel Sarzosa

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