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El Telégrafo
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Crónica a pie

Una misa entre ladridos, maullidos, trinos y pulgas

Una misa entre ladridos, maullidos, trinos y pulgas
Foto: Daniel Molineros/ El Telégrafo
06 de octubre de 2016 - 00:00 - Javier Tamba Guzmán

Flor es el único animal que no se mueve (ni respira); comparada con otras vacas es demasiado pequeña. Antes y después de ella hay una fila enorme de personas que llevan en brazos a sus mascotas para que reciban la bendición de Dios a través del padre Carlos Amendaño.

Por única vez en el año, cada 4 de octubre, la iglesia de San Francisco permite el ingreso de mascotas a propósito del Día Mundial de los Animales.

Custodiados por sus propietarios, perros, gatos, cerdos, conejos, hámsters, canarios, una que otra pulga y Flor acompañan a sus humanos en la misa. “¡Ave María Purísima!” dice una señora algo alterada porque un pastor inglés pasea solo por un costado del templo y amenaza, de un momento a otro, con alzar la pata para marcar territorio. Afortunadamente, no ocurre nada.

Amendaño, quien dirige su última ceremonia como guardián del Convento de San Francisco, enfoca su sermón en la importancia de proteger a los amigos peludos, plumíferos, escamosos o calvos, que, “al igual que los seres humanos, son creación de Dios”. Lamenta que muchos de ellos sean abandonados o no sientan satisfechas todas sus necesidades.  

El Padre nuestro de la misa es dedicado a ellos, a quienes con su compañía alegran la vida de las personas, la cambian o, incluso, la salvan. El sacerdote se refiere a los perros lazarillos y rescatistas, héroes de 4 patas que arriesgan su existencia por mejorar o resguardar la de los humanos.

Más atentos a olerse las colas o ladrar por la presencia de rostros extraños, chihuahueños, huskies, pitbulls, schnauzers, bulldogs, poodles, goldens, ovejeros de distintas nacionalidades (alemanes, ingleses...), shitzús, castellanos y mestizos hacen mayoría dentro del santuario.  

Los felinos, aves, roedores y chanchos son minoría, pero igual lucen intranquilos en manos de sus amos, en jaulas o cajitas. “Todos entraron en el arca, hijita”, le dice en voz baja una abuelita a su nieta, explicándole, seguramente, la proeza de Noé al salvar a las especies terrenales del Diluvio Universal.

El sacerdote continúa el culto. Pide a los presentes que deseen bendecir a sus mascotas que se encolumnen ordenadamente de cara al altar.

Cuatro jóvenes llaman la atención; acurrucan entre sus brazos a los 6 hijos de Rubí, una perra castellana que lleva un mes de parida. Candy, Firuláis, Baloo, Rufo, Toby y Pequeñito no solo serán bendecidos, sino que, de paso, consumarán su bautismo. Fernanda Chuma (20 años), Érika Maciel (17 años), Édgar Shiguango (20 años) y Luis Chiliquinga (19 años), quienes acudieron desde el barrio La Colmena, cumplen una suerte de padrinos. 

Mientras los animales son salpicados con agua bendita, los músicos de la iglesia entonan una canción muy pertinente: “Los gatitos subieron de 2 en 2, maullando y alabando como niños del Señor. Los pajaritos subieron de 2 en 2...”.

Los creyentes no disimulan su satisfacción después del acto; sus mascotas acaban de ser consagradas. Elsa Ramón (28 años) está feliz porque su Sharon, una poodle de un año de edad, quedó bendecida. Opina que eso le garantizará salud y tranquilidad. Lo mismo manifiesta Manuela Cortez (4 años) de Goby, su conejo de 6 meses. Ni qué decir de Fernando Sánchez (18 años) y su hermanita Anahí (9 años), quienes llevan consigo a Saykan, el gato, y Bolita de Nieve, el hámster. “Ellos también son hijos de Dios y tienen derecho a que oremos en sus nombres”, razona Fernando.

Para Marianela Aymé, quien concurrió al ritual junto con su hija Ana Paula Proaño, poner a Sofy, una shitzu de casi 2 años, en contacto con Dios es un deber que todo buen cristiano debe cumplir, porque los animales también son miembros de la familia. Ambas están seguras de que con el beneplácito del Todopoderoso, Sofy les seguirá alegrando y enterneciendo por muchos años.

A un lado del altar mayor, Felipe Ogaz y Santiago Martínez, representantes del movimiento antitaurino de Quito, están animados. Consiguieron que Flor, su vaca de peluche, sea bendecida. “Ella es viuda, su esposo Toribio murió torturado por los amantes de la fiesta brava...”, asegura Felipe.  

Ambos se quejan de que -a su juicio- el alcalde Mauricio Rodas y la concejala Karen Sánchez no impulsan el debate de la normativa que permitiría desaparecer de la ciudad los espectáculos con sufrimiento implícito de animales, tales como las peleas de gallos, de perros e incluso los actos circenses.

El padre Amendaño finaliza la misa diciendo que la Iglesia católica respalda las iniciativas de respeto y preservación de la naturaleza. Amén. (I)

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