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El Telégrafo
Xavier Zavala Egas

Política en la corrupción

26 de septiembre de 2017 - 00:00

No es lo mismo corrupción en la política que la política en la corrupción. Lo primero es sencillo, se trata, por ejemplo, del financiamiento con fondos ilícitos a los partidos políticos, la compra del voto por cualquier mecanismo, la alteración de los estados financieros partidistas para elevar su cuota/parte del fondo partidario nacional, etc. Ya lo segundo es más complicado, me refiero a que una vez puesto de moda el tema corrupción por casos impactantes, presentes en la agenda de los medios de comunicación a diario y asumido por la ciudadanía como un problema actual y latente, pues, es inmediatamente politizado, aprovechado por los políticos e integrado a sus discursos y ya en ese momento la lucha contra la corrupción se distorsiona. Vemos a todos los actores montados en la ola gritando, pidiendo y reclamando contra este flagelo que destruye la sociedad, algunos con seriedad y hoja de vida que los respalda, vale decirlo.

Todos surfean la misma ola, incluso aquellos que hace poco proclamaban un mea culpa y el arrepentimiento por los pecados de acción y omisión cometidos. También aquellos que no vieron, no oyeron, no percibieron y no controlaron nada, supuestamente por carencia de facultades coercitivas, valiendo la pena recordarles que, en 1997, la primera comisión ciudadana anticorrupción de este país, que tuve el honor de integrar, tampoco las tuvo y, sin embargo, develó alarmantes casos de corrupción ante la ciudadanía, medios y autoridades judiciales, basta coraje y entereza.

Pero lo antes dicho, el paso del arrepentimiento a la dignidad ofendida porque el país y hasta sus mismos compañeros les exigen cuentas, es de preocuparse. Significa que nadie quiere asumir la responsabilidad de nada, no importa el cargo que haya ocupado ni la función que haya ejercido, nadie supo nada, controló ni indagó nada en su momento. Ahora, una vez que la olla se destapa y que la ciudadanía exige explicaciones, ahora sí, digo, quieren fortalecer las instituciones, sancionar a los corruptos y reformar las leyes respectivas. Y digo me preocupa porque, recordando a Lope de Vega y su Fuenteovejuna, la responsabilidad de unos se diluye en la de todos.

El país tiene que actuar seriamente aprendiendo de lo ocurrido, hay que aprovechar la experiencia y planificar un trabajo integral y articulado frente a la corrupción. Cuidado y la corrupción se convierte en sistémica, es decir, el reinado de la impunidad, el irrespeto reiterado a la norma legal sin auditoría o control alguno y el enraizamiento en lo profundo del sistema, pudiendo configurarse, incluso, un Estado fallido. Concepto que, según Gabriel Mario Santos Villareal, 2009, México, “se utiliza en el sentido de un Estado que se ha vuelto ineficaz, que no puede hacer cumplir sus leyes uniformemente debido a las altas tasas de criminalidad, corrupción extrema, burocracia impenetrable, ineficacia judicial… grupos de poder fácticos que imponen sus decisiones sobre la aplicación de la ley, la ley misma y el interés general…”.

Si no queremos llegar a los extremos mencionados es necesario trabajar con seriedad y sacar la política de los temas de corrupción, que al menos lo hagan aquellos que directamente tienen responsabilidad por acción u omisión. No se trata de defender un legado político que, además, no requiere para ello encubrir raterías o disfrazar negligencia y compromisos. Debemos reforzar los muy claros puntos débiles institucionales y tratar de blindar el sistema de gestión pública, garantizando funcionarios probos, íntegros, con coraje y legítimos. (O)

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