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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Modernidad y tango en Quito

06 de octubre de 2016 - 00:00

Hasta que llegó la Revolución Liberal, Quito vivía una plácida existencia de población provinciana, pero triunfó la Alfarada y trajo consigo la modernidad a la capital.

Se canalizaron las grandes quebradas que cortaban a la ciudad de oeste a este. La ‘Quebrada de Jerusalem’ fue rellenada y se construyó la moderna avenida Veinticuatro de Mayo, que prontamente se convirtió en el paseo de moda y el centro de diversión pública. También se instaló la primera planta de teléfonos de la ciudad, la primera maternidad y el moderno hospital Eugenio Espejo.

En el corazón de la ciudad, la tradicional ‘Plaza Grande’ fue transformada en la hermosa ‘Plaza de la Independencia’, decorada con una columna monumental en homenaje a los próceres de 1809. Al norte, en La Alameda, se instaló la nueva Escuela de Bellas Artes.

Y eso para no hablar de los nuevos colegios y edificios públicos que empezaban a levantarse por todo lado, dando a Quito una imagen de urbe moderna. En el sureste de la ciudad se construyó la estación ferroviaria de Chimbacalle, lo que creó un nuevo polo de desarrollo urbanístico, que rápidamente se pobló de florecientes negocios.

En 1898 se inauguró la primera planta de luz eléctrica de la ciudad, instalada en el sector de Piedrahita por la empresa ‘La Eléctrica’. Ello dio lugar a nuevos servicios y una nueva forma de vida. Aparecieron los tranvías eléctricos, las primeras industrias, los primeros cines y los primeros salones de baile y bares elegantes.

Ese cambio implicó también un desarrollo y popularización de la música. Se multiplicaron en Quito los pianos y las pianolas de rollos, a la par que las bandas de música militares y municipales, cuyas retretas sirvieron como medio de popularización de las composiciones nacionales o llegadas del exterior.

Fue en ese marco histórico que el tango llegó a Quito. Llegó en alas de la modernidad liberal y fue acunado por la “gente elegante” del país y en especial por la naciente clase media, hija también de la revolución liberal.

El tango halló aquí un terreno fértil para la cultura, donde florecían múltiples manifestaciones artísticas, como compañías dramáticas, de comedias y variedades. Además ya existían los teatros Variedades y Edén, fundados en 1914, en cuyas salas empezaron a exhibirse películas de cine mudo, animadas con la presencia de pianistas de primera calidad, que interpretaban tangos, pasillos y fox–trots.

Este fue el periodo de emergencia de la escuela musical nacionalista del Ecuador, acunada en el nuevo Conservatorio Nacional creado en 1900 por el general Alfaro. Ahí se formaron los grandes compositores nacionalistas Sixto María Durán, Francisco Salgado Ayala, Segundo Luis Moreno, José Ignacio Canelos, Juan Pablo Muñoz Sanz, Julio Cañar, Luis Humberto, Gustavo Salgado Torres, entre otros.

Ellos recuperaron y recrearon los géneros tradicionales de la música popular, pero también crearon nuevos géneros y aportaron nuevos horizontes estéticos y técnicos a la música ecuatoriana.

Empero, el suyo no era un nacionalismo cerrado, excluyente, sino abierto a las influencias musicales del mundo exterior y particularmente a las de otros países de América Latina. Fue así que varios compositores ecuatorianos hicieron suyo e hicieron también nuestro el tango de origen rioplatense.

De este modo, el tango dejó de ser moda importada y asunto de ocasión, para transformarse en vivencia propia y echar raíces definitivas en nuestra cultura urbana. (O)

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