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El Telégrafo
Julio Peña y Lillo E.

Columnista invitado

Los problemas del fraude y la evasión en el capitalismo financiero

17 de noviembre de 2016 - 00:00

Una de las grandes contradicciones del capitalismo, como nos recuerda Bolívar Echeverría, es observar cómo en nuestros días la escasez y junto a ella la pobreza no son una consecuencia negativa del sistema capitalista, sino justamente lo contrario, el resultado de su triunfo. A pesar de toda la riqueza generada en el planeta, lo suficiente como para erradicar la pobreza de la faz de la Tierra, todavía convivimos con grandes bastiones de miseria que se reproducen y multiplican cotidianamente.

El neoliberalismo se ha organizado de tal manera que la mitad de la riqueza del planeta se encuentra hoy en manos del 1% más rico y, como si esto fuera poco, ha creado y ‘legalizado’ mecanismos como son los paraísos fiscales, para que esta riqueza se reproduzca aceleradamente en pocas manos, a costa del bienestar del resto de ciudadanos.

Al plantearnos la evasión tributaria como algo ‘natural’ y propio del sistema, nuestros Estados, en lugar de defender los intereses ciudadanos, se tornan cómplices de una violación de los derechos humanos, puesto que todas esas cuantiosas cantidades de recursos económicos que se fugan del país son extremadamente necesarias para poder invertir en los distintos servicios públicos, como son: salud, educación, jubilaciones, hospitales, escuelas, etc. Todos esos importantes ingresos que dejamos de percibir como país podrían contribuir directamente en el fortalecimiento de nuestras economías, en la generación de empleos, así como en el desarrollo de los programas de inversión en ciencia, tecnología, energías limpias, o en infraestructura y transportes. Dejar de atender los requerimientos básicos de la ciudadanía para proteger la evasión fiscal que beneficia a los grandes capitalistas es un atentado a nuestros derechos.

La cultura de la ganancia y el enriquecimiento desmedido y a toda costa hace que la sociedad se desinterese por los más pobres, hace que, como país, perdamos todo el sentido de la solidaridad nacional, sobre todo cuando sabemos que el único patrimonio de los pobres, cuando estos no tienen nada, son esos servicios públicos que el Estado debe garantizar y construir con esos impuestos. Este fenómeno se torna aún más escandaloso, cuando vemos que involucra a líderes políticos que tienen la obligación y la responsabilidad de dar ejemplo, para poder pedir a los ciudadanos que contribuyan con el pago de  impuestos. Los políticos son los primeros llamados a no servirse de estos mecanismos tan poco transparentes, utilizados sobre todo por estafadores, mafias, traficantes y evasores.

En épocas electorales en que se encienden los discursos rimbombantes, recordemos que hacer país es contribuir con el desarrollo de todos, lo que implica superar ese pensamiento colonial de extracción y fuga de recursos al extranjero, que termina beneficiando únicamente al enriquecimiento personal y excluyente. Tener conciencia de nuestra realidad de injusticias y desigualdades nos obliga a dejar de ser cómplices con esa cultura de la evasión ‘normalizada’, que afecta tanto a nuestro país como a toda América Latina. (O)

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