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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Los Estados Unidos de Trump

11 de noviembre de 2016 - 00:00

Despertar el miércoles en Estados Unidos tuvo un aire de mala profecía. Las pocas ‘Casandras’ que advirtieron que en este ‘heteropatriarcado’ blanco y clasista jamás ganaría una mujer la presidencia son las tristes ganadoras de un resultado donde todos tienen algo que perder. Así como esta no es la América posracial que se pregonaba con las presidencia de Obama, también está lejos de ser la América posgénero que traería una presidencia de Hillary Clinton. Todo incrustado en una estructura de clases donde las élites sistemáticamente crean las condiciones para garantizar una base complaciente y alienada. Sí, estas elecciones fueron la trágica combinación de misoginia, racismo y clasismo.

Trump, consciente o inconscientemente, supo aprovecharse de esto. Si algo ejecutó Trump con maestría fue un discurso de odio. Insultó a tantas minorías que hacia el final de la campaña ya se había quedado sin gente a quien insultar. Fue tan favorable la reacción, que legitimó a los supremacistas blancos, a la alt right, una ultraderecha con acceso a internet. Entonces decidió insultar a todas las mujeres para no dejar cabos sueltos. Descontando las ilegalidades de las que se le acusa, de sus fracasos empresariales, de sus dudosas prácticas laborales, de los varios juicios (incluido uno por violación a una menor), Trump parece ser inmune a su propia torpeza. Siempre es peor ser mujer. Siempre es peor ser la ‘puta’ -que lo es por desafiar el espacio masculino- que ser el tipo que se vanagloria por acosar sexualmente a mujeres. La ambición de una mujer es reprochable frente a la ambición de un hombre.

Esto solo es comparable con la xenofobia que se articuló y que caló dentro de una clase trabajadora que ha perdido su ingreso en un sistema muy lejos de proporcionar una red de seguridad social. Es una xenofobia gratuita donde todo migrante es un ‘mal’ migrante, porque en algún lugar “están tomando sus puestos de trabajo”, esos trabajos que el americano blanco nunca los va a hacer. Pero desde el púlpito, siempre es más fácil echar la culpa al otro, al diferente, antes que recordarles que el sistema que permitió a Trump ser billonario (y estar en la bancarrota al mismo tiempo) es el mismo sistema que ha reducido sus condiciones como trabajador.

Porque también hay un sistema donde todo esto sucede. Un neoliberalismo incrustado sostenido por ambos partidos, que lucra de las corporaciones y los lobbies, que financia sus campañas con ese dinero, y que legislan y gobiernan basados en esos intereses. Trump no propone cambiar el sistema. Él es un producto de este sistema, tanto como lo es Clinton. Pero Trump se adueñó del ethos populista y movilizó a los votantes con las promesas del outsider (que no lo es) combatiendo a una adversaria manipulada y vendida a este sistema. A la encarnación del statu quo.

Hillary Clinton pensó que a un candidato que es más de circo que de foro, se le ganaba con la autocomplacencia de tirar para el centro y dejar que ese pez muera por su boca. Una campaña sin otro corazón más que la consigna de ‘votar al mal menor’, donde la política importaba solo como reacción a las barbaridades que decía su opositor. No fue suficiente. No motivó a la movilización. Cómo hacerlo, si es la misma candidata que hace un año era la representación misma del sistema que a tantos ha perjudicado. Una candidata que llegó con una plataforma neoliberal atada por un pasado elitista e íntimamente relacionado con Wall Street. Esa distancia del electorado, esa desconexión con la nueva ‘mayoría silenciosa’ le costó la presidencia.

Pero estas son decisiones políticas de un electorado con limitadas opciones. Lo terrible, lo que asusta de verdad, es que la hostilidad de las elecciones creó una nueva normalidad. La interseccionalidad de los problemas desnudó a una sociedad ávida de mostrar su cara más desagradable. Una sociedad indiferente ante un discurso misógino, alentada por un discurso xenófobo, en una estructura racista y excluyente. Ha destapado el odio. Bienvenido a los Estados Unidos de Trump. (O)

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